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La lavandería de La Romareda: el patito feo de la intendencia pero pieza imprescindible desde 1957

En los bajos del tramo que une la Tribuna Cubierta o de Preferente y el Fondo Sur siempre estuvo este servicio de primer orden para el día a día del Real Zaragoza. Por eso, esa zona siempre olió a jabón.

Restos de la lavandería que ocupó desde 1957 hasta hace unos meses parte del espacio que une la Tribuna Cubierta con el Fondo Sur, bajo las gradas y que se ha trasladado provisionalmente a la Ciudad Deportiva. Ahí ha quedado una vieja centrifugadora de ropa, entre otro material desechado.
Restos de la lavandería que ocupó desde 1957 hasta hace unos meses parte del espacio que une la Tribuna Cubierta con el Fondo Sur, bajo las gradas y que se ha trasladado provisionalmente a la Ciudad Deportiva. Ahí ha quedado una vieja centrifugadora de ropa, entre otro material desechado.
Tino Gil/Real Zaragoza

Hace solo unos meses que esta Romareda que empieza a agonizar progresivamente, la que va a ser operada de cirugía estética durante cuatro años largos, se quedó sin su lavandería en uno de sus sótanos. En un primer vistazo, esta es la dotación con menos ‘glamour’ de las que siempre tuvo el estadio en sus tripas pero, mirada con el respeto que merece, es igualmente importante que cualquier otra por su rutinario y mecánico servicio a todos los equipos del Real Zaragoza. Pura y dura intendencia. Indispensable.

La lavandería estuvo diseñada y ubicada desde 1957 en la esquina del Fondo Sur con la Tribuna Cubierta, bajo el hormigón de una parte de la Preferencia y del quesito de ese lado de la grada Infantil de los viejos tiempos. A principios de esta campaña 23-24, sabedores los dirigentes del club que a esa parte del campo le quedaban meses de vida, pensaron en una alternativa: había que moverla por fuerza. Y la han llevado a un lugar provisional, en los vestuarios de señoras de la ya clausurada Ciudad Deportiva, en su zona social y de piscinas. Allí se adecuaron mínimamente las instalaciones de la carretera de Valencia para colocar las máquinas de lavado y secado que tan imprescindibles son para el día a día del Real Zaragoza, hasta que el nuevo estadio o la nueva Ciudad Deportiva (que eso igual no está aún definido) tengan el espacio adecuado para esta función clave en el ámbito de la uniformidad y el material textil para que el fútbol pueda ser lo que es.

En ese pedazo del estadio a menudo olía a jabón. A aquellos tambores de Elena, de Colón, de Bilore, de Dash, de Ariel, de Luzil… Por una pequeña ventanuca salía a la calle un tubo de alivio de vapor en su interior. En invierno, pasar por el exterior de La Romareda a esa altura de la calle Eduardo Ibarra (antes de ser plaza peatonal) suponía percibir inevitablemente el aroma de los múltiples lavados de las camisetas, pantalones, medias, chándales, ropa interior, toallas y demás ropa que, no solo el primer equipo sino los demás de la cantera, manchaban a diario en los entrenamientos o los partidos de competición.

Solo quienes alguna vez han estado vinculados a una directiva, a la gestión de un club de fútbol en cualquier puesto de responsabilidad en cualquier categoría, desde la élite hasta la última de Regional, pasando por el fútbol base, saben de la verdadera importancia de esta cuestión. Tanto logísticamente como en términos económicos. En tiempos del fútbol incipiente, en la primera parte del siglo XX, lavar la ropa tras los partidos suponía un pico en el presupuesto anual que se solía encargar a mujeres particulares en cada pueblo, en cada ciudad. Este es un asunto con mucha carga sociológica a estudiar.

En el caso del Real Zaragoza, el hecho de vestir de blanco en la mayor parte de los partidos, como manda su primer uniforme en lo referente a las camisetas y las medias, añadió siempre un plus de dificultad para las lavanderas o lavanderos. En esos días de barro, de lluvias persistentes que convertían los campos de fútbol en lodazales (algo que duró hasta los años 90, que nadie lo olvide, que lo del césped inmaculado y los drenajes superlativos tiene cuatro días), la ropa blanca llegaba a la lavandería en un estado terrible, cargado de peligro por si el resultado del paso por las máquinas no era el deseado. Con los tejidos de algodón como materia prima única durante décadas, más de una vez las camisetas y calcetines debieron pasar dos y tres veces por las lavadoras, con doble carga de jabón (lo de los centrifugados es también invento bastante moderno si se mira la historia en global), para tratar de devolver el blanco a su ser. Y nunca fue el mismo blanco en septiembre, cuando la ropa estaba recién desetiquetada, que una vez pasado el otoño, allá por diciembre o enero.

Aún cabría hablar de la faena de secado. Siempre con el sol como herramienta natural, cuando lo había. Durante largos años, en las entrañas de La Romareda, en esa zona de la lavandería, hubo largas tiradas de cuerdas de tender donde de trataba de acelerar que la ropa estuviera seca lo antes posible para ser usada por los futbolistas. Un mundo. Un intramundo que solo unos pocos veían y sabían. Pero con su peso específico en importancia para el devenir del equipo de fútbol cada semana, cada jornada. Un índice que evidencia, por su evolución, el cambio cualitativo que ha tenido la vida en el mundo desde que el fútbol nació y hasta nuestros días.

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