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La casa del conserje, el más sorprendente lugar de las entrañas de La Romareda que desaparecerá

Ubicada en la esquina del Paseo de Isabel la Católica con Luis Bermejo, allí vivieron durante más de 50 años dos guardianes del estadio junto a sus familias: Román del Castillo y Felipe González.

Puerta y algunas de las ventanas de la casa del conserje de La Romareda, en la esquina del Fondo Norte con la Tribuna de General o Este, en la esquina de Isabel la Católica con Luis Bermejo.
Puerta y algunas de las ventanas de la casa del conserje de La Romareda, en la esquina del Fondo Norte con la Tribuna de General o Este, en la confluencia de Isabel la Católica con Luis Bermejo.
Oliver Duch 

En la esquina del Paseo de Isabel la Católica con la calle Luis Bermejo, a la sombra de mañanas de la torre de la Feria de Muestras vieja, estuvo siempre la casa del conserje del estadio de La Romareda. Porque, en efecto, hasta hace apenas una década y desde su construcción en 1957, el campo de fútbol de Zaragoza tuvo un cuidador, un guarda, 24 horas al día, 365 días al año.

Desde la inauguración hasta 1988, esa figura la encarnó el recordado -por los más veteranos zaragocistas- Román del Castillo, ya fallecido. Él y su familia vivieron en la casa que los primeros planos del proyecto matriz de La Romareda diseñaron en ese rincón de la instalación deportiva, de dos plantas, modesta y singular, con algo más de 100 metros cuadrados útiles, con su puerta y ventanas enrejadas, y con el número 4 de Luis Bermejo marcado en la parte superior de su quicio, dirección que durante años también correspondió a una numeración de Isabel la Católica.

En 1988, tras la jubilación de Del Castillo, le tomó el relevo el que sería el segundo y último conserje de La Romareda: Felipe González, que también perduró en su puesto laboral, junto a su familia, hasta que la edad marcó su paso a la reserva hace algo más de una década. Ya nadie relevó a Felipe. Ahí se acabó y se amortizó este empleo que durante más de medio siglo ofreció el estadio zaragozano.

Vista en perspectiva de la casa del conserje de La Romareda, ubicada a la derecha de la foto, donde la Tribuna de General (Este) empieza a doblar hacia el Fondo Norte. Se aprecia la puerta, las ventajas con verjas y la antena parabólica del último inquilino, Felipe González.
Vista en perspectiva de la casa del conserje de La Romareda, ubicada a la derecha de la foto, donde la Tribuna de General (Este) empieza a doblar hacia el Fondo Norte. Se aprecia la puerta, las ventajas con verjas y la antena parabólica del último inquilino, Felipe González.
Oliver Duch 

El conserje, además de ser el vigilante permanente de cada rincón interior y exterior del estadio, siempre se ocupó de todas las pequeñas cosas del mantenimiento, las obras de reforma, los repuestos y cualquier mandado que los directivos, entrenadores o futbolistas de turno le hicieran a diario. La figura de manitas resumió siempre su presencia en el organigrama de la entidad. El control de las puertas, de los aparcamientos, de los proveedores, de la maquinaria del césped; la supervisión de la carpintería, la fontanería, la cristalería, la electricidad, la albañilería… todo tenía como máximo responsable al conserje, primero Román y después Felipe.

A cambio de su salario, por supuesto, los dos conserjes del Real Zaragoza tuvieron el privilegio de vivir en un lugar sin par, único, ‘sui géneris’ dentro del plano de la ciudad. Eran los únicos, con su mujer y sus hijos, que residían en el estadio, en un campo de fútbol de Primera División, con acceso y vistas directas a un teatro de sueños de miles y miles de seguidores, los zaragocistas, que gozaron mayormente de años y triunfos sensacionales, magníficos, grandiosos.

Su domicilio estaba en pleno dentro de la capital aragonesa, en un suelo de alto rango y gozaba de… el mayor jardín privado de la ciudad, el verde césped de La Romareda, del que pudieron disfrutar en privado en infinidad de días y, sobre todo, noches de luces apagadas, silencios profundos y ecos interminables para tomar la fresca y relajar la mente antes de acostarse.

Mimetizada en la simplista fachada del viejo estadio de La Romareda, la casa del conserje pasó desapercibida para los menos detallistas. Pero siempre estuvo ahí. En el córner del Fondo Norte con la Tribuna de General (o Este). Con su recibidor, su cocina, su salón, su baño y sus cuatro dormitorios en la planta de arriba

¿Cómo sonarían los goles desde cualquiera de estas estancias los domingos por la tarde, los sábados por la noche o los miércoles europeos donde la familia de los conserjes hacía ahí su vida normal mientras hasta 45.000 aficionados zaragocistas se convertían en sus vecinos eventuales durante dos horas largas? Solo los más cercanos a Román y a Felipe pueden dar fe de esto. Y era como un terremoto. Algo que en resto de ciudadanos de Zaragoza jamás podrán imaginar. Porque nadie ha vivido nunca dentro de un coliseo futbolístico como ellos dos.

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