gastronomía

El restaurante La Capilleta de Plan y sus 10 años de andadura

Acaba de cerrar el bistró, pero mantiene la esencia de su cocina de arroces y brasa en Plan.

José Andrés Ballarín y Jessica Prat, en La Capilleta de Plan.
José Andrés Ballarín y Jessica Prat, en La Capilleta de Plan.
A. T.

El restaurante La Capilleta de Plan celebra este mes de julio su décimo aniversario. Hace diez años que José Andrés Ballarín y Jessica Prat decidieron asentarse en el valle de Chistau, alejados del mundanal ruido, para ofrecer en su establecimiento una propuesta gastronómica de calidad a los vecinos del entorno y a los clientes que llegan de fuera con la idea de disfrutar del Pirineo aragonés más tranquilo.

En el restaurante La Capilleta casi todo lo que sucede tiene una historia detrás, sobre todo los platos que salen a la mesa, muy vinculados al territorio, a ese valle de Chistau que tanto marca a sus habitantes.

El proyecto nació como restaurante, pero desde el principio se le dio mucho protagonismo a un espacio de bistró y, sobre todo, a la terraza, que tiene unas magníficas vistas a la montaña. En la actualidad, diez años después, aquella Capilleta ha sufrido algunos cambios. El más importante y reciente es que ha desaparecido el bistró. Desde el 1 de julio ya no se puede disfrutar de los maravillosos almuerzos que salían de la cocina del restaurante, ni de sus bocadillos ‘gourmet’. En general, todo el sector hostelero se lamenta de lo mismo: la falta de personal. Ya no se trata de que esté o no cualificado. Sencillamente es que hay mucha más demanda que oferta. Y si este problema es grave en las grandes ciudades, la dificultad se multiplica exponencialmente en rincones tan apartados como Plan.

Este ha sido el principal motivo para cerrar el bistró. José Andrés y Jessica necesitaban cuatro personas más para dar un servicio de calidad y, sencillamente, no las han encontrado, así que la andadura de La Capilleta continúa centrada en la oferta gastronómica del restaurante.

El sello de Bib Gourmand otorgado hace unos años por la Guía Michelin –con él se reconoce a los establecimientos que ofrecen una propuesta de alta cocina a un precio ajustado–, sigue luciendo en la fachada, lo que supone toda una declaración de intenciones.

La celebración del décimo aniversario ha animado a sus propietarios a crear un menú conmemorativo. Además, las copas de vino están serigrafiadas con esta efeméride para que resulte muy visible el mérito que supone mantener un proyecto hostelero de calidad en un entorno difícil.

En este menú aparecen algunas de sus recetas más icónicas. Por supuesto, no podía faltar la croqueta de morcilla de Graus y manzana de Plan o el tartar de trucha Pirinea con yogur de Val de Cinca. Tampoco la contundencia de los garbanzos de la Hoya y papada de latón de La Fueva. Y como plato principal, resulta difícil decantarse por uno entre el arroz de ceps, el bacalao confitado o el entrecot Black Angus de Chistau Natural. Sin olvidar los magníficos postres, entre los que merece una mención especial el yogur artesano de Saravillo con tres texturas de mango.

Los arroces terminados en un horno de brasa siguen siendo una de las especialidades. Habitualmente hay seis en la carta y se pueden pedir individualmente. Por la brasa también pasan las carnes y algún producto marino como zamburiñas. Y el concepto de mar y montaña se traduce en recetas como manitas de cerdo crujientes con langostinos y caviar de trucha Pirinea. Además, hay muchas opciones para vegetarianos y veganos.

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