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¿Por qué va tan lento y tarda en romper el mercado de fichajes de verano?

No es un problema solo del Real Zaragoza: en la última década se ha acrecentado el proceso de ralentización de los fichajes, traspasos y cesiones: mandan las agencias, los representantes y es necesario el efecto dominó global a causa del control financiero.

Juan Carlos Cordero abre la puerta de la sala de prensa de La Romareda.
Juan Carlos Cordero abre la puerta de la sala de prensa de La Romareda.
Francisco Jiménez

¿Por qué va tan lento y tarda en romper el mercado de fichajes de verano?, se pregunta un año más cualquier aficionado del Real Zaragoza o de cualquier otro club o SAD español. Esto es una letanía que ha arraigado en el seguidor medio desde hace al menos una década, tiempo en el que los periodos de fichajes se caracterizan por un ritmo muy pausado -exasperante por momentos- en su primera mitad y que empieza a ser resolutivo únicamente en cuanto agosto se acerca y la liga incluso ya comienza a andar.

Hay varias razones que explican este procedimiento, alejado del que fue habitual durante muchos años en el viejo fútbol de siempre, en el que, curiosamente, había muchas menos transacciones de futbolistas en el espacio de entre ligas y primaba la continuidad de los jugadores por encima de los fichajes y traspasos. 

La principal es que los clubes están sometidos al imperio de las agencias de representación y sus agentes, verdaderos gobernantes de las cronologías en la mayor parte de los casos. Una SAD, un presidente, un director deportivo, por muy poderoso que sea o se crea, difícilmente marcará la agilidad de una operación por encima de las tenazas de los representantes, piezas capaces de acelerar, frenar, bloquear o facilitar una firma en virtud de circunstancias que quedan fuera de mano de los ejecutivos de los equipos. Quid pro quo, mayormente.

Simultáneamente, la vida financiera de los clubes se desenvuelve en un medioambiente universal, dependiente de modo directo e inexorable de los topes salariales, de los controles de las patronales sobre sus ingresos, gastos y capacidades de inversión. Todo está interconexionado y los mercados, para que fluyan, dependen directamente el defecto dominó: los movimientos adquieren una cadencia veloz en el momento en el que se desencadenan las primeras, segundas o terceras operaciones en cada entidad. Una desemboca en otra. Esta, en la siguiente. La siguiente, ocasiona un rebote en otra, a dos o tres bandas. Y así sucesivamente... Algo o alguien no se moverá hasta que otro lo haga en otro punto del mapa. Y ahí prevalecen siempre los que más dinero fresco tienen en mano, los que pueden empezar la tarea de 'brokers' en primera instancia por influencias, resortes y cartera.

El neofútbol ha invertido el valor de algunos movimientos en el mercado. En el fútbol del siglo XX, un futbolista cotizado o con pretendientes, que emergía hacia cotas más altas o que era seducido por un club importante (el Real Zaragoza, por ejemplo), no dudaba en aceptar cuanto antes el guiño. La filosofía general del jugador era ocupar ese espacio libre lo más pronto posible, adelantándose así a otros candidatos a hacerlo y asegurándose un lugar sugerente y atractivo. Ahora es al revés. Los representantes manejan la mayor parte de las herramientas y procuran jugar con el reloj, el calendario, las demoras, introduciendo tensión en las direcciones deportivas y, por derivación, en los entrenadores, los últimos eslabones de la cadena del verano destructor-constructor. Se trata, por su parte, de elevar los cachés. De arañar cuanto más dinero sea posible en cada movimiento de traslado del género. De elongar la operación, si es posible, concatenándola con otra que venga al hilo. 

En la primera mitad del mercado, el juego en la mesa de los fichajes y traspasos es de repartir cartas. De mirarse a los ojos y ver muecas y gestos, unos de otros y otros de unos. De hacer señas si es preciso. Todo el mundo acaba sabiendo lo que necesita el otro y lo que hay en oferta en todo el orbe futbolístico. Son semanas de planteamientos, de posicionamientos, más que de acción. 

Las agencias y representantes hacen su composición y, como apoderados de carteras con varios futbolistas por trasladar, diseñan carambolas a tres, cuatro o cinco bandas. Si A va a este equipo, B podrá ir a este otro y, entonces, a C y D se les abrirán puertas en tal o cual club, que necesita de sus posiciones y sus características. Esto se planifica, no se improvisa. Por eso, ahora es tiempo de estudio y no de ejecución. Nadie quiere precipitarse. Desde el sector de la representación, se prometen piezas apetecidas a los clubes a cambio de aguantar quietos en la trinchera, en silencio. Y se hacen trueques soterrados: si quieres a B en tu equipo te tienes que quedar con F o renovar a W; o si me sacas de la plantilla a R, que me sobra, te ficho a S. La cadena de favores debidos, de hoy por ti y mañana por mi, acaba siendo decisiva en trasvases de alto rango. Pero, para ello, hay que esperar normalmente al vértigo de última hora, a agosto. Hay muchos más ejemplos de jurisprudencia de esta jungla futbolística del profesionalismo del neofútbol, en tiempos pretéritos casos aislados, ahora totalmente comunes. 

Si a todo ello se añade que las competiciones, en el primer tercio de junio, aún están en marcha (promociones de ascenso) y que, en este verano, hay Eurocopa e, incluso, Juegos Olímpicos, el efecto cloroformo se acentúa más en la burbuja del mercadeo de futbolistas.

Que las pretemporadas empiecen mucho antes de lo que era habitual hasta hace 20 años, porque la liga española también anticipa su puesta en marcha en un mes (se pasó de empezar en septiembre a hacerlo ya antes de la Virgen de Agosto) no hace más que agravar los problemas de los equipos que requieren muchos movimientos (caso del Real Zaragoza actual) y que empiezan el trabajo de verano siempre en precario: con juveniles, chicos del filial, varios elementos sobrantes fuera de sintonía y, sobre todo, carentes de los refuerzos cruciales, que no llegarán hasta mucho más adelante. Este es el percal. Como las lentejas...

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