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Luis Aragonés y el Atlético de Madrid de Jesús Gil y Gil, ejemplo del remedio para subir a Primera

El padre del actual presidente del club colchonero, SAD de indeleble ascendencia actual sobre el Real Zaragoza, recurrió al veterano 'Sabio de Hortaleza', emblema rojiblanco de 63 años, para sacar al equipo de Segunda tras un peligroso atasco en 2001.

Luis Aragonés, en 2001, con 63 años, llegado al Atlético de Madrid, su club, para ascenderlo a Primera División tras el fracaso del año anterior.
Luis Aragonés, en 2001, con 63 años, llegado al Atlético de Madrid, su club de siempre, para ascenderlo a Primera División tras el fracaso del año anterior.
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¿Cómo tratar de salir del atolladero de Segunda División por la vía rápida? Pregunta recurrente, sencilla de formular y de dificilísima respuesta convincente. 

Es una labor que mezcla gotas y porcentajes de economías, calidad del género, fortuna, olfato en el proyecto, acierto en la selección del personal, respuesta adecuada del reparto humano elegido, involucración personal de cada sujeto activo en el vestuario y fuera de él, conocimiento del medio, respeto por las raíces y la historia del club y amor por lo que se hace. De todo un poco. Sin que falte ningún ingrediente. 

Cuantas más sustancias de estas estén ausentes en la mezcla final del proyecto del que se trate, más improbable será alcanzar el éxito. Como se puede deducir a bote pronto, no todo es cuestión del primer factor, el dinero. Hay mucho de sentimiento, de sensibilidad, de lealtad, de compromiso, de sentimiento de pertenencia. Es necesario un liderazgo, una bandera a la que seguir, un escudo al que querer y honrar de veras. 

Cuanto más apócrifo sea el funcionamiento de una SAD (antes club), más inconvenientes y cortocircuitos se generarán en su día a día en la toma de tierra. El fútbol no es una materia fría, sólida, con volumen, peso y precio que se vende y consume a tanto el metro, o el litro, o el gramo. No. El fútbol siempre tendrá, sea cual sea la sede de un club, un componente afectivo, anímico, tradicional, antropológico y moral. 

Jesús Gil y Gil y el Atlético de Madrid de Segunda 

Ahora que está en el aire, flotando en el limbo del Real Zaragoza, la continuidad o no de Víctor Fernández como entrenador del plan de la temporada que viene, la 24-25, surge por propia naturaleza de las cosas la jurisprudencia que dejó el Atlético de Madrid en el inicio de este siglo XXI cuando se cayó a Segunda División de mala manera y se quedó atascado en ella. 

Viene al pelo el asunto, pues es el Atlético madrileño uno de los resortes nucleares que subyacen, de modo tan indirecto en las formas como directo en los hechos, en la actual propiedad del Real Zaragoza.

Aquel Atlético de Madrid que presidió durante década y media Jesús Gil y Gil, el fallecido padre del actual consejero delegado de esa entidad, Miguel Ángel Gil Marín, se despeñó de Primera a Segunda División de un modo increíble en junio de 2001, con un equipo repleto de internacionales de primer orden: Molina, Capdevila, Santi Denia, Valerón, Aguilera, Kiko, Toni Jiménez, Baraja, Luis García, José Mari, Toni Muñoz, Luque, López; los extranjeros Hasselbaink, Gamarra, Solari, Bejbl, Hugo Leal, Correa, Chamot, Ayala, Venturin, Mena... Entrenados por Claudio Ranieri, después por Radomir Antic y, finalmente, por Fernando Zambrano.

A la mayoría, Gil y Gil los sujetó en el plantel para afrontar la siguiente liga en Segunda División (entonces no existía ningún tope salarial). Hubo mucho de empeño/castigo en esa postura del mandatario rojiblanco. Creyó que con nombres, con el simple aval de figuras de altos vuelos, el ascenso iba a llegar por decantación. Y dejó como entrenador al técnico que no había podido evitar el descarrilamiento en la élite, Zambrano. 

El año fue torcido de modo progresivo. Las cosas no fluyeron en ese vestuario como era debido. Y el Atlético de Madrid no subió a Primera a la primera. Acabó 4º en un modelo competitivo donde subían los tres primeros directamente, sin promociones. Lo superaron Sevilla, Betis y Tenerife. Una tragedia. 

A Zambrano lo echó Gil y Gil tras la jornada 5. Lo sucedió Marcos Alonso, exjugador con nombre de los atléticos. Fue el timonel de casi todo el año (30 jornadas), pero no logró el mínimo que exigía aquella liga para estar en todo lo alto con solvencia. Y el curso lo acabó Carlos Cantarero (joven de la casa), con batacazo final.

Luis Aragonés, un emblema, la solución del timonazo

El Atlético de Madrid tuvo que afrontar un segundo año en Segunda. Un varapalo severo que costó una millonada a su propietario, una crisis de años a la entidad y sirvió de lección de vida para el futuro. Fue la liga 2001-02 la del acto de contrición de los colchoneros. 

Gil y Gil atendió consejos. Buscó al mejor entrenador posible: Luis Aragonés. Un dios en el Atlético. Con 63 años, el 'Sabio de Hortaleza' dejó todo, en plena cresta de su larga ola futbolística, y acudió a sacar del atolladero al club de su vida. Era su 4ª etapa en el Vicente Calderón como técnico. 

Antes, había acumulado como rojiblanco una Liga, una Copa Intercontinental, 3 Copas de España, una Supercopa. Había intercalado experiencias en el Betis, el Barcelona, el Espanyol, el Sevilla, el Valencia, el Oviedo y el Mallorca. Todo ello, claro, en Primera. Y en la zona alta y europea, mayormente. 

Luis Aragonés le pidió a Gil y Gil una regeneración de profundidad en el viciado vestuario de internacionales que heredaba. Y el presidente se la dio. El ascenso lo logró Luis con nombres nuevos, recién llegados: Mono Burgos, Armando, Carreras, García Calvo, Movilla, Nagore, Diego Alonso, Colsa, Otero (muchos de ellos, también después internacionales). Revitalizó a tipos como Stankovic, Correa o Hibic; dio vuelo libre a un chaval barbilampiño llamado Fernando Torres... Y fue líder desde octubre hasta el final de la liga, como un avión. 

Un sesentón, canoso y con aspecto senecto como era Luis Aragonés, devolvió a la vida a los suyos, a lo suyo. Mano de santo. Carisma. Presencia mediática por puro peso específico. Un tótem para la grada y para el vestuario. Un tipo con oratoria, argot propio, capacidad de comunicación, que provocaba el silencio del auditorio cuando hablaba, que siempre aportaba materia esencial en sus discursos. Alguien al que sus jugadores, sus pupilos, llegados de su mano y bajo sus criterios personales, siguieron hasta la muerte, si hubiese sido preciso. 

¿Hay un Luis Aragonés en el ámbito zaragocista?

Hoy, 23 años después de aquello, el Real Zaragoza es el histórico que está atascado en Segunda y sueña y cavila como salir de ella hacia Primera tras 11 años sin hallar la fórmula. Curiosamente, el Atlético de Madrid es un círculo concéntrico mayor que oscila sobre el día a día de la entidad zaragocista desde hace dos cursos, por aquello del neofútbol y sus estructuras financiero-industriales. Sin ir más lejos, como en la mayoría de partidos del curso, los consejeros Mariano Aguilar y Emilio Cruz representaron al Real Zaragoza en el palco de Santander el domingo pasado. Dos piezas del Atlético trasvasadas al neo Zaragoza vigente.

¿Hay a mano en la capital zaragozana algún Luis Aragonés, un técnico emblemático, de 63 años, que pueda abanderar un ascenso ansiado y perentorio en su 4ª etapa al frente del banquillo zaragocista, al que haya podido llegar con el único objetivo de devolver a su equipo de cuna a Primera División? 

Es posible que sí. Que esta vía, este mecanismo para buscar el ascenso, esté más cerca de lo que muchos creen o consideran. Incluso dentro del club ya. A veces es más rentable copiar que inventar. Sobre todo si lo que se imita es un éxito. Y, especialmente, si ese éxito lo firmó y rubricó un antecesor genético tuyo. 

Por cierto, a aquel Luis Aragonés que subió al Atlético del pozo de Segunda con 64 años cumplidos, que generó recelos entre los más modernistas del momento por su aire decimonónico (hacía el calentamiento con sus jugadores con zapatos camper y abrigo de ante sobre la americana sin ningún rubor) aún le dio tiempo de ser seleccionador nacional de España y de ganar una Copa de Europa en 2008, ya con los 70 tacos cumplidos. Nunca el vino viejo fue peor que el de cosechero, el del año. Salvo que se vuelva vinagre. Que casos siempre hay.

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