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El centro de refugiados de Burbáguena cumple tres años: "Da vida al pueblo y a la comarca"

Un millar de migrantes solicitantes de asilo han pasado por este alojamiento de los que casi un centenar se han afincado en la zona del Jiloca. Actualmente acoge a 80 personas.

Comedor del centro de refugiados de Burbáguena, presidido por un mural hecho por los propios usarios
Comedor del centro de refugiados de Burbáguena, presidido por un mural hecho por los propios usarios
Marcos Cebrián

Néstor González huyó de Venezuela el 30 de diciembre de 2023 sin que su madre, recién operada, lo supiera. Escapó de un régimen político al que temía porque no comulgaba con él. Este miércoles, en el centro de acogida de solicitantes de asilo de Burbáguena de Accem, una de las entidades que en Aragón gestiona el programa de refugiados, preparaba el traje de la burriquita. Con él los hombres, con camisa blanca y falda de colores, danzan sobre una burra confeccionada tradicionalmente en fieltro. Va a participar este jueves en una exhibición de bailes típicos con la que celebran el Día Mundial del Refugiado.

Mientras, el mauritano Moussa Cissokho y el marroquí Ilyas Namyech, que llegaron en patera a Canarias, asisten a su diaria clase de español hablando sobre lo lugares que podían visitar en Zaragoza. Son tres de las 80 personas, procedentes de nueve países, que en estos momentos residen en el alojamiento de primera acogida y valoración que Accem abrió en esta localidad a orillas del Jiloca en mayo de 2021.

Todos son solicitantes de protección internacional que han salido de sus países por la guerra, la persecución política, su religión o su opción sexual, y esperan que el Gobierno central les asigne una plaza definitiva en el programa de refugiados en alguna otra ciudad. Hasta entonces, esta antigua residencia es su hogar entre 2 y 7 meses. Durante el primer medio año tras pedir el asilo no pueden trabajar y aprovechan este tiempo para aprender el idioma y formarse de cara a su inserción laboral. Son unos vecinos más de la pequeña localidad que arriman el hombro como cualquiera para la fiestas patronales.

La capacidad inicial para 50 usuarios se ha duplicado a 117 plazas financiadas por el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, de la que en estos momentos están ocupadas 80. Entre ellas hay una decena de familias con 14 menores, de entre 2 y 15 años. De ellos, 11 escolares de primaria que van con el transporte escolar a Báguena y tres adolescentes que asisten al instituto de Calamocha.

“El centro da vida al pueblo y a la comarca”, señala Joaquín Peribáñez, el alcalde, que desde el primer momento creyó en la iniciativa de la oenegé y la presentó abiertamente a los vecinos. Hubo reticencias entre una “mínima parte” del pueblo, algunas persisten hasta hoy, pero cree que en estos tres años ha quedado claro que “el proyecto necesita al pueblo y el pueblo necesita al proyecto”.

Enumera algunos de los beneficios que ha supuesto: la población ha crecido de 204 habitantes en 2019 a 357 a principios de este año (todos los desplazados se empadronan el tiempo que están en el municipio), se ha inaugurado una guardería municipal con 5 niños que el próximo curso serán 8 y de tres menores que residían en la población se ha pasado a 15.

"Hacía décadas que no se veían niños en el pueblo, tanto que las abuelas se sentaban en un banco para ver la llegada de los escolares en el autobús", cuenta. El Ayuntamiento plantea hasta reabrir la escuela siempre que los padres quieran. “La subvención del plan de obras y servicios de la Diputación de Teruel que se fija en función del número de habitantes la hemos doblado”, resume el regidor sobre este impacto positivo.

Elena Orús, directora del centro de acogida y valoración de solicitantes de asilo de Burbáguena.
Elena Orús, directora del centro de acogida y valoración de solicitantes de asilo de Burbáguena.
Marcos Cebrián

"Casi 100 personas se han afincado en la zona"

Elena Orús, trabajadora social, dirige el centro desde noviembre de 2022 y conoce su trayectoria al dedillo, ya que está vinculada a él desde que abrió sus puertas. La primera familia con una niña llegó en septiembre de 2021 y marcó un "punto de inflexión para el pueblo" y para el funcionamiento de las instalaciones. Hasta entonces la mayoría eran hombres. 

Del cerca de millar de personas que han pasado por este recurso, "casi 100 se han afincado en la zona", entre ellas dos familias con niños que han fijado su residencia en Burbáguena. Una de las ventajas es que en la comarca "hay posibilidades de trabajo, algo fundamental" y el Ayuntamiento también facilita la vivienda, uno de los obstáculos más habituales, con la rehabilitación de edificios municipales que alquila. Aún así, hay una gran movilidad y "rara es la semana que no hay una llegada o una salida".

Orús no solo defiende la aportación de demográfica y económica de los migrantes a la sociedad, sino que, en este caso, también subraya el "revulsivo" que las instalaciones suponen para la comarca: "entre nuestros proveedores hay una docena de negocios del entorno". Destaca que los vecinos "se vuelcan" cuando llevan a cabo algún llamamiento porque necesitan ropa o bicicletas, Tienen convenios de colaboración con empresas próximas para las revisiones dentales u ópticas. 

La vida bulle en la planta baja, donde se hacen los talleres, se dan las clases de español todas las mañanas de 10.00 a 13.00, hay un patio interior repleto de triciclos y juguetes y se huele a comida casera conforme uno se acerca a la cocina. La actividad en el comedor del primer piso, decorado con un mural pintado por los propios residentes, comienza a las 12.45 y se prolonga hasta las 15.00. El equipo lo integran 28 profesionales. Los usuarios tienen libertad para entrar y salir del edificio desde las 7.00, aunque por la noche deben recogerse a las 24.00 durante el curso y a las 1.00 en los meses estivales.

El venezolano Néstor González prepara el traje para bailar La Burriquita
El venezolano Néstor González prepara el traje para bailar La Burriquita
Marcos Cebrián

"Me fui de Venezuela sin que mi madre lo supiera"

Néstor González, venezolano de 34 años, está ilusionado con poder mostrar este 20 de junio, Día Mundial del Refugiado, el baile de la burriquita, patrimonio cultural de su país. Por ello, este miércoles se afanaba en preparar la falda con cintas de colores que lucirá junto a una camisa blanca para danzar sobre una burra elaborada con fieltro.

Cuando decidió dejar su país pensó en Zaragoza porque en la capital aragonesa residen los que fueron sus vecinos venezolanos, que le recibieron a finales de diciembre de 2023. Natural de Río Caribe, estudió Publicidad y Mercadeo y acabó trabajando como informático en Caracas para el Gobierno. "Me cansé de ir obligado a las manifestaciones a favor del Gobierno, vestido de rojo, y tener que enfrentarme con gente que pensaba como yo. Sentía que no podía ser yo", explica. 

Aprovechó una excedencia para cuidar a su madre cuando la operaron para tomar "la decisión más dolorosa de mi vida". "Me fui de Venezuela sin que mi madre lo supiera, se me partió el alma. Le mandé un mensaje desde el aeropuerto y me contestó que lo sabía y me dio su bendición", recuerda a la vez que se le empañan los ojos.

El próximo 9 de octubre se activará su permiso para poder trabajar. Ha hecho cursos de imagen personal y de cuidados domésticos. Le gustaría encontrar un empleo en hostelería o como cuidador de personas mayores. Mientras tanto, acude como voluntario las mañanas de lunes a jueves a la residencia de La Inmaculada para acompañar, pasear y "sobre todo escuchar" a los ancianos. Sobre su futuro sentencia: "No exijo nada, donde Dios me coloque tengo que empezar mi historia".   

Ilyas Namyech, Moussa Sissokho y Lotfi El Adel
Ilyas Namyech, Moussa Cissokho y Lotfi El Adel, en el patio interior del centro de acogida de Burbáguena
Marcos Cebrián

"Me gustaría traer a mis cuatro hijos de Mauritana"

Moussa Cissokho, mauritano de 39 años, y Ilyas Namyech, marroquí de 21, se jugaron la vida cuando se subieron en patera rumbo a las Canarias. El primero pagó 2.000 euros por un viaje que duró cinco días y le dejó exhausto, el segundo, 1.000 euros. Sus vidas se cruzaron cuando llegaron juntos a Burbáguena en noviembre de 2023. El objetivo de ambos es poder regularizar su situación y empezar a trabajar.

La razón por la que Cissokho tuvo que dejar Mauritania es difícil de acertar. Su esposa falleció y querían que se volviera a casar con otra "chica", como él dice en español, de la misma familia. Su oposición a volver a contraer matrimonio le costó amenazas de muerte que le obligaron a huir. Su sueño ahora es conseguir traer a España a los cuatro hijos que cuida su madre en su país. Estaba empleado en el campo, pero ahora le gustaría dedicarse a la implantación de placas solares. Mientras, Moussa persigue el sueño de ser barbero y practica con los compañeros del centro que se dejan.

Tea Raidarashvili llegó con su familia de Georgia y se ha quedado a trabajar como cocinera en el centro de Accem
Tea Raidarashvili llegó con su familia de Georgia y se ha quedado a trabajar como cocinera en el centro de Accem
Marcos Cebrián

"Estoy encantada de vivir en un sitio tan tranquilo"

La historia de la georgiana Tea Raidarashvili (28 años), su marido y sus tres hijos, que hoy tienen 7, 6 y 4 años, es la de una de esas familias que pensaban pasar unos pocos meses en Burbáguena y han acabado afincándose en el núcleo. "Vivíamos cerca de la línea de ocupación de Rusia, en Gori, donde nació Stalin. Nuestra casa estaba a tres kilómetros del territorio ocupado y en cualquier momento podíamos perder nuestro hogar, es lo que pasa en mi país. Queríamos seguridad", explica sobre el motivo por el que abandonaron su casa al poco de estallar la guerra entre Rusia y Ucrania en marzo de 2022.

Tras pasar por Barcelona y Córdoba, el programa de protección internacional les condujo a Burbáguena. "Al principio, cuando vi que era un pueblo tan pequeño no pensaba que podríamos quedarnos, pero ahora estoy encantada de vivir en un sitio tan tranquilo", comenta en un perfecto español. Y lo hace mientras prepara la comida en la cocina del centro de refugiados. Hoy toca arroz blanco con bacalao en salsa.

En Georgia era peluquera de profesión y lleva año y medio dedicada a los fogones, primero en la residencia de ancianos y ahora en el alojamiento de Accem. Su marido ha trabajado como camarero y panadero y en estos momentos está empleado en un almacén de huevos. "Tenemos una vivienda en alquiler y trabajamos los dos, que es muy importante. Incluso he podido sacarme el carné de conducir y los niños están muy integrados. Estamos decididos a quedarnos", concluye. 

Jesús Peribáñez y Consuelo Guillén regentan la panadería de Burbáguena
Jesús Peribáñez y Consuelo Guillén regentan la panadería de Burbáguena
Marcos Cebrián

"Estábamos con el gotero y ha venido gente joven"

La panadería que regentan Jesús Peribáñez y su mujer Consuelo Guillén suministra cada día entre 50 y 60 barras de pan al centro de refugiados. "Los pueblos están agotados. En Burbáguena estábamos con el gotero y ha venido gente joven que le está dando vida. Para el pueblo ha sido un plus positivo", opina este panadero que sigue al frente del negocio que fundó su abuelo. 

Reconoce que aunque el Ayuntamiento explicó la iniciativa de Accem antes de que el alojamiento abriera sus puertas, sigue suscitando todavía algunas reticencias. "El hecho de que hayan llegado familias ha sido muy positivo. A los políticos se les llena la boca hablando del medio rural y la despoblación, pero a la hora de la verdad no hacen nada ni se ven resultados positivos", valora. Su pan ha conseguido encandilar hasta a los colombianos, nada habituados a consumirlo, Lo reparte diariamente con su furgoneta por 14 pueblos de los alrededores. Por edad parece que la jubilación se acerca, tiene 63 años, pero su vitalidad dice lo contrario. La continuidad de su obrador está en el aire: "Desgraciadamente no tengo un relevo, a ver si se anima alguien y le enseño el oficio",

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