Marvel se desata en 'Deadpool y Lobezno'

Ryan Reynolds buscaba un personaje con el que divertirse y al que quedar fuertemente asociado. Lo encontró en Deadpool, el deslenguado y verborreico antihéroe de Marvel. La primera película dedicada al singular mutante, dirigida por Tim Miller y estrenada en 2016, constituyó un refrescante verso suelto en la temática por su irreverencia, la plasmación lúdica de la violencia, la dinámica narrativa y sus guiños. ‘Deadpool’ 2’ (David Leitch, 2018) resultaba menos lograda, si bien su esencia cómica y demente aplacaba con soltura esa percepción. ‘Deadpool y Lobezno’, la tercera entrega, junta al mercenario bocazas con el rudo miembro de los X-Men, cruce con el simbolismo de la vuelta de Hugh Jackman tras haberse despedido de su icónico rol en la crepuscular ‘Logan’. El marcado contraste de perfiles (el descaro soez de uno y el cabreo del otro) cimenta un juego también construido sobre el cauce multirreferencial y el metacine. A pesar de los desequilibrios que el desatado filme de Shawn Levy (quien trabajó con Reynolds en ‘Free Guy’ y con Jackman en ‘Acero puro’) exhibe por el camino, el aficionado disfruta.

Para posibilitar su premisa, la historia recurre, por supuesto con ironía, al multiverso y a las realidades alternativas en las que tanto ha incidido Marvel. Abierta la vía, la explota a fondo como indican las sorpresas en forma de ‘cameos’ y apariciones especiales (el equipo de caídos), con su carga arrebatadora por lo que llevan detrás. La sugerencia fluye a su vez por la ocurrencia y la incorrección presentes en no pocos gags.

Sin embargo, la intención de satisfacer al público continuamente y a varios niveles conduce a un carácter desmedido evidenciado en los cambios de tono y de ritmo. Por suerte, estas imperfecciones, a las que se suman unas secuencias de acción vistosas pero que dejan dudas y unos efectos digitales que siguen sin convencer como antes, no frenan los estímulos canalizados.