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Señor, el último zaragocista en una final de la Eurocopa: "En Francia-84 pusimos a España en el primer nivel"

El futbolista del Real Zaragoza con más internacionalidades (41) vistiendo de blanquillo firmó con su histórico gol en el 12-1 a Malta el pase a la fase final del torneo, donde solo Francia impidió que La Roja fuera campeona.

Juan Señor posa este miércoles para HERALDO con la camiseta con la que anotó el 12-1 a Malta en diciembre de 1983 y que llevó a España a la Eurocopa de 1984 en Francia. Allí, la selección fue finalista y subcampeona continental.
Juan Señor posa este miércoles para HERALDO con la camiseta con la que anotó el 12-1 a Malta en diciembre de 1983 y que llevó a España a la Eurocopa de 1984 en Francia. Allí, la selección fue finalista y subcampeona continental.
José Miguel Marco 

Aquel gol histórico del 12-1 a Malta fue el que clasificó a España para jugar la fase final de la Eurocopa de Francia-84. Muchos, emocionados con la hazaña de la goleada, acaban olvidando la desembocadura de aquello.

Es verdad. Aquel hito fue el pasaporte para una Eurocopa que, vista en el tiempo, significó un punto de arranque de una nueva dimensión del fútbol español. Se venía de un fracaso rotundo en el Mundial España-82, el nuestro; de no hacer nada nunca en ningún torneo grande, de citas en las que España ni siquiera se clasificaba, después de haber sido campeona en 1964 con el gol del zaragocista Marcelino, un hecho bastante esporádico en la historia general hasta entonces. Esa generación hicimos algo grande sin saberlo entonces.

La Eurocopa del 84 en Francia no hubiera tenido lugar sin el 12º gol a Malta. Fue el clavo de la herradura del caballo del batallón...

Así se escribe la historia. En Francia hicimos un grandísimo torneo y llegamos a la final. Un éxito que solo los mayores recordaban en España. Pusimos al fútbol español en color dejando atrás las imágenes en blanco y negro de los anteriores momentos de gloria. Sobre todo, se endulzó el presente después del batacazo que había supuesto lo ocurrido dos años antes en el Mundial de nuestra casa. Pusimos a España en el primer nivel después de dos décadas, de 1964 a 1984, en las que estuvo metido en un segundo vagón de importancia. 

Hay que poner en contexto el mérito de aquel logro de ser subcampeones de Europa, finalistas: en el 84, el torneo reunía a solo ocho selecciones. 

Los Mundiales y las Eurocopas eran extremadamente exigentes. En este caso, en Francia estuvimos solo los ocho mejores de Europa. Nada que ver con las 24 selecciones que ahora se van a dar cita en Alemania. Casi es delito no clasificarse, va media Europa al torneo. Aquello eran todo finales. A suerte o verdad. A vida o muerte. De la fase de grupos, que eran solo dos, salían los semifinalistas, primero y segundo. No había más recorrido. Un error te liquidaba. 

Y aquella España ilusionante, rejuvenecida por Miguel Muñoz, no tuvo muchos fallos en los tres partidos del grupo.

Empatamos 1-1 con Rumanía, una gran selección en aquel tiempo, en un partido duro, complicado. Repetimos 1-1 contra una Portugal que volvía a emerger tras una crisis posterior a la era brillante de Eusebio. Y llegamos al tercer y último partido con la necesidad de ganar a Alemania Federal, que entonces aún había dos Alemanias. Era... o ellos o nosotros. El empate les servía a ellos. 

Y llegó otra jugada decisiva de Señor. En la épica española de siempre, en el minuto 90. Esta vez, un centro de rosca perfecto para que Maceda cabeceara el 1-0, el triunfo, el éxtasis, la semifinal... y tumbar a los alemanes, algo excepcional por inédito.

Alemania Federal era el coco absoluto del fútbol español, en selecciones y clubes, durante infinidad de años. No solíamos poder con ellos nunca. Con el 0-0, en el minuto 90, estábamos eliminados. Los encerramos en su área en la recta final del duelo y lanzamos una falta frontal, lejana. No teníamos una jugada ensayada, la sacamos improvisadamente. Me desmarqué en posición de extremo derecho y, según me llegó el balón, vi el espacio para ponerle el centro a Maceda, que estaba incorporado como delantero centro, como el día de Malta. Fue una rosca precisa, le llegó al sitio y él acometió la pelota con la perfección que acostumbraba. El remate con la frente lo llegó a tocar el portero Schumacher, pero iba tan fuerte que le dobló las manos. Se me hizo interminable el breve tiempo que tardó el balón en llegar a la red del Parque de los Príncipes de París. Fue extraordinario. 

La misma portería donde Esnáider y Nayim firmaron los goles del título de la Recopa del Real Zaragoza 11 años más tarde. 

Eso es. Ahí mismo. Una portería mágica. Recuerdo que yo no fui a la piña de celebración con Maceda en el área pequeña. Estaba al lado de la banda, del banquillo, y empecé a hacer piruetas, saltos descontrolados, entraron al césped los suplentes y aquello fue una locura inolvidable. Fue una prolongación de la fiesta del día de Malta seis meses antes. Estábamos tocados con una varita. 

Días después, tras eliminar a Dinamarca en semifinales por penaltis tras otro 1-1, Señor y el central Salva (García) se convirtieron, sin tampoco saberlo entonces, en los últimos jugadores del Real Zaragoza en jugar una final con España.

Es un honor. Una satisfacción enorme. Yo jugué los cinco partidos, cuatro de titular. Salva participó en tres y jugó la final porque tuvimos bajas por lesión y sanción. Y quiero recordar que en esa fase final no estuvo Paco Güerri, que era el tercer zaragocista habitual de aquella temporada en los partidos de la selección. Pero es que la citación final era solo de 20 futbolistas, nada que ver con los 26 que ahora acuden. La criba era enorme, durísima. 

Lo mismo que acumular entorchados internacionales. Usted, con 41, es el zaragocista que más suma en la historia. Pero al ritmo que se disputan partidos en los últimos 20 años, esa cifra sería muy superior hoy en día. 

He calculado que sería un equivalente a 65 o 70 tranquilamente. Entonces Europa solo tenía 32 países, las fases clasificatorias eran mucho más cortas. Luego, con el desmembramiento de la Unión Soviética, de Yugoslavia, de Checoslovaquia; con la aparición de selecciones pequeñas que entonces no existían ni se contemplaban normativamente por la UEFA como San Marino, Liechtenstein, Andorra, Islas Feroe, Gibraltar; se ha pasado a más de 50 estados y equipos. Y, no olvidemos, ahora hay cinco sustituciones. En cada partido oficial suman internacionalidades 16 futbolistas. Entonces solo había dos cambios. Todo estaba mucho más restringido y selectivo.

Tres internacionales españoles habituales tenía aquel Real Zaragoza de los primeros años 80, el de Leo Beenhakker. Un equipo brillantísimo, goleador, al que solo le faltó un título, una final o un éxito europeo.

Fueron años de fútbol exquisito, de espectáculo asegurado. Nos faltó un pelín de suerte. El año que fuimos quintos en la liga, la UEFA la jugaron el segundo, el tercer y el cuarto porque la Copa la ganó uno que había quedado más abajo. La liga en la que sí jugó el quinto en Europa, nosotros nos quedamos sextos. Nos faltó siempre rematar la faena. Pero el zaragocismo disfrutó, convertimos al equipo en un aliciente en la liga, un club respetado, con goleadores llamativos, con un juego seductor. Teníamos tres internacionales con España, dos con Argentina, Barbas y Valdano... 

La selección española de la Euro del 84 en Francia era un bloque con gente del Real Madrid, del Barcelona, de los dos equipos vascos que acababan de ganar cuatro ligas excepcionalmente, dos el Athletic de Bilbao y dos la Real Sociedad... y el Real Zaragoza. 

Esa es una buena fotografía. Ahí estaban los Camacho, Santillana, Gallego, Gordillo, Maceda, Carrasco, Julio Alberto, el aragonés Víctor, Arconada, Urquiaga, Goicoechea, Sarabia... de suplentes Butragueño, Zubizarreta, Marcos, Roberto, Buyo...

En la semifinal contra Dinamarca usted tiró un penalti en la tanda que llevó a España a la final. 

Sí, el segundo de la serie. Como especialista, nunca dejé de tirarlos. Ni en el Real Zaragoza ni en la selección. Ganamos 5-4, metimos los cinco y Elkjaer Larssen, una de las varias estrellas danesas, chutó el último suyo alto. Sarabia anotó el decisivo y toda España se convirtió en una fiesta: estábamos en una final de un gran torneo dos décadas después. Tiramos, por este orden, Santillana, yo, Urquiaga, Víctor y el citado Sarabia. 

¿Qué es jugar una final con España? 

Es difícil explicar con palabras. Es una sensación de orgullo enorme por representar a tu país, a tu gente. En aquellos tiempos, sin representantes ni agentes, primaba la meritocracia. Los futbolistas respondíamos únicamente a la confianza de un seleccionador, al que no podíamos defraudar. Se jugaba mucho por la gente, por los de alrededor, más que por tus propios intereses, que insisto, eran solo tuyos y no de apoderados ni agencias. 

En esa selección había muchos jugadores de equipos de segundo nivel que antes o después terminaron en los grandes, Madrid y Barça: Maceda del Sporting, Gordillo del Betis, Víctor y Salva del Zaragoza, Roberto del Valencia, Marcos y Julio Alberto del Atlético de Madrid... Señor nunca se movió del Real Zaragoza.

Pude haberme ido. Leo Beenhakker se fue del Real Zaragoza al Real Madrid en ese preciso momento y me llamó para que me fuera con él. Me explicó que me quería en mi versión de lateral largo, en la que él me había inventado en Zaragoza. Al final no se hizo ese traspaso. Me reuní hasta con cuatro personas relacionadas con el Real Zaragoza para tratar de evitar que me fuera. Y decidí quedarme aquí. Creo que hice lo que procedía y fue para siempre. No hubo nunca más una oferta del Madrid y yo fui feliz aquí porque estaba en un equipo de los cinco o seis mejores de España. 

Que le permitió ser internacional durante el tiempo más largo que un jugador del Real Zaragoza ha sido fijo con la selección de España. 

Mis 41 partidos con España fueron en un tiempo de seis, casi siete años, donde mi presencia ahí siempre fue gracias al nivel altísimo de un gran Real Zaragoza, club al que siempre procuré honrar y representar como merece su historia y su palmarés. Fue todo un compendio. Pude jugar así un Mundial, el de México-86, donde caímos por penaltis ante Bélgica en cuartos en un día donde la moneda nos salió cruz. 

Ese día usted marcó el gol del partido, que acabó 1-1 y, de nuevo, en la tanda de penaltis. La última cuestión: la final de la Euro de Francia se perdió 2-0 contra los anfitriones de la estrella Platini y en el recuerdo de todos quedó el grave error de Arconada en el primer gol, decisivo. Una triste desgracia.

Es injusto recordar a Luis, uno de los mejores porteros de nuestra historia, por aquello. Si llegamos a la final fue, en gran medida, gracias a sus actuaciones sobresalientes, no solo en la fase final sino también en el grupo de clasificación. Aquel balón que se le escurrió por debajo del cuerpo fue un accidente, que a los porteros los penaliza sin remedio. Nunca nadie le reprochó nada a Arconada. Al contrario. Es un grande.

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