Teruel
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Dos Mata Hari republicanas en el frente de Teruel

Dos mujeres, una de Villarquemado y otra de Zaragoza, jugaron un papel destacado en el espionaje de la Guerra Civil. Un libro rescata su historia.

Mónica Cruzado, en el campo de concentración de Santa Eulalia.
Mónica Cruzado, en el campo de concentración de Santa Eulalia.
A. Laguna / V. D. Diego

Dos mujeres jugaron un papel destacado en el espionaje republicano del frente de Teruel durante la Guerra Civil, un protagonismo que les valió, incluso, la admiración de sus enemigos. La desconocida labor de captación de confidentes y de información al Ejército gubernamental desarrollada por Mónica Cruzado, de Villarquemado, y María Teresa Rodríguez, una estudiante de Medicina de Zaragoza, así como su paso por el campo de concentración franquista de Santa Eulalia tras ser detenidas ocupan un lugar destacado en el libro ‘La guerra encubierta’, que acaban de publicar Alberto Laguna y Victoria de Diego.

Mónica Cruzado y María Teresa Rodríguez, a las que Laguna y De Diego definen como "dos ‘Mata Hari’ de la República", se movieron en la zona controlada por los sublevados para informar a los republicanos poniendo en riesgo su propia vida. La trayectoria de las dos espías ocupa un capítulo de ‘La guerra encubierta’, un libro dedicado a analizar y divulgar el espionaje, el contraespionaje y la lucha guerrillera de 1936 a 1939 publicado por Arzalia Ediciones.

Cruzado y Rodríguez fueron apresadas en la recta final de la contienda por orden del capitán de la Guardia Civil Luis Castro, especializado en el contraespionaje y que se encargó personalmente de interrogar a las dos espías, además de encerrarlas "en durísimas condiciones" en el campo de concentración de Santa Eulalia, que tuvo una cierta especialización en la lucha contra el espionaje y la lucha guerrillera republicanos. El oficial franquista mostró en sus informes la admiración que le despertó la agente de Villarquemado por la calidad de su trabajo en la sombra.

La implicación de Mónica Cruzado con el espionaje republicano estuvo condicionada por sus afinidades ideológicas y también por la tragedia sufrida al inicio de la contienda, cuando su padre y dos de sus hermanos fueron asesinados junto a una treintena de vecinos por "un grupo de falangistas locales", según cuenta ‘La guerra encubierta’. El marido y un hermano de Cruzado lograron escapar al territorio controlado por la República para salvar la vida. Fue a través del esposo, Ángel Gómez, como la mujer entra en contacto con el Servicio de Información Especial Periférico (SIEP) en la primavera de 1938.

A partir de ese momento, la vecina de Villarquemado "teje una red de colaboradores" que se extiende por la localidad y las vecinas de Cella y Santa Eulalia para captar información útil a las tropas republicanas. Entre sus fuentes, destacan dos soldados franquistas. Uno de ellos, asistente del teniente coronel Alfonso Durán -del estado mayor del Ejército de Castilla-, lavaba su ropa en la casa de la espía. Una vez desmantelada la trama de informantes, los dos militares confidentes fueron ejecutados por traición.

Cruzado captó también a varios ferroviarios que le informaban de movimientos de tropas, así como a numerosos vecinos de la zona del Jiloca que, por convicción o a cambio de dinero republicano, se implicaron en la red. En total, llegó a contar con 20 informadores y su campo de trabajo alcanzó hasta Calatayud. El mando republicano la tenía "por una de sus mejores agentes en territorio enemigo".

Sin embargo, la captura en noviembre de 1938 de dos miembros del SIEP en Royuela destapó la célula creada por la mujer de Villarquemado y condujo a su detención el 18 de diciembre de ese mismo año en una operación en la que participaron "una docena de guardias civiles". Tras los interrogatorios a los que fue sometida por Luis Castro, el capitán destacó la "valía e inteligencia" de la espía que, a su juicio, "estaba dotada de temperamento y espíritu" sobrados para "proporcionar a los rojos excelentes resultados". Fue, según el guardia civil, una "espía de gran envergadura" que utilizó "las armas de la coquetería".

Fue juzgada en consejo de guerra el 21 de enero de 1939 y condenada a muerte, una sentencia que no se cumplió y que sería conmutada por una pena de 30 años prisión. En 1945, fue puesta en libertad y rehizo su vida con su marido en Markina (Vizcaya), Berriatúa (Vizcaya), Villarquemado y Segorbe (Castellón), donde falleció con 94 años.

La segunda ‘Mata Hari’ con la que se tropezó el capitán Castro, María Teresa Rodríguez, estudiaba Medicina en Zaragoza cuando estalló la guerra, aunque era oriunda de Segovia, donde la sorprendió la contienda. En septiembre de 1938, pasó a territorio republicano y fue adiestrada como espía en un piso del servicio secreto de la Ciudad Lineal de Madrid. Una vez formada, fue destinada al frente aragonés. Se instaló bajo una identidad falsa en Calatayud y pudo viajar a Albarracín, donde su novio, Vicente Peg, estaba destinado como médico de un batallón de trabajadores franquista.

Los hombres de Castro la detectaron en Molina de Aragón (Guadalajara) y la detuvieron. "Bajo amenazas", los guardias le arrancaron la confesión de su misión secreta, aunque "ocultó en todo momento la identidad de sus colaboradores". A continuación, fue internada en el campo de concentración de Santa Eulalia, donde coincidió con Mónica Cruzado.

El 18 de enero de 1939 fue condenada a muerte, una pena conmutada por 30 años de cárcel, aunque en 1943 -tras pasar cuatro años en la prisión de Predicadores de Zaragoza- obtuvo la libertad provisional y pudo retomar su vida y casarse con su novio. Nunca pudo terminar la carrera de Medicina, "uno de sus sueños", y su marido tuvo muchas dificultades para ejercer la docencia en la Facultad de Medicina por su pasado republicano.

Las peripecias de las dos espías del frente turolense son, para los autores de ‘La guerra encubierta’, "dignas de una película", aunque su protagonismo durante la Guerra Civil ha pasado desapercibido hasta hoy. 

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