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  • Andrés García Inda

Diario de verano (III)

Diario de verano (III)
Diario de verano (III)
Heraldo

Turrismo" veraniego: viajar a lugares comunes de la canícula dando la brasa.

Las turras veraniegas de siempre: la ola de calor y las noches tropicales, la operación asfalto, el turismo, la canción del verano, las catequesis laicas de las nuevas clerecías, los diarios de verano...

Y las especiales de cada año, como la victoria y la celebración de la Eurocopa, sobre lo que algunos andaban empeñados en decirnos cómo hay que mirar y lo que hay que ver. Pero los símbolos son como los chistes: si se explican demasiado pierden la gracia.

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Recibo un par de correos electrónicos con información sobre actividades y cursos "de verano" (sic) que tendrán lugar... en otoño. Como todo santo, el verano también tiene su octava. Y ya se anuncia.

Posiblemente una de las ilusiones de la globalización moderna es la idea de que podemos controlar o estirar el tiempo a nuestro antojo, y cada vez queremos más cosas y experiencias, en cualquier momento y rápidamente... Ahora, afortunadamente, en todas las estaciones del año podemos consumir productos que antes solo disfrutábamos unos meses, aunque ya no sepan igual que antes (o eso decimos, aunque hayamos olvidado su sabor). De igual modo, ¿por qué no organizar cursos de verano en otoño y cuarteles de invierno en primavera? ¿sabrán igual?

Posiblemente una de las ilusiones de la globalización moderna es la idea de que podemos controlar o estirar el tiempo a nuestro antojo, y cada vez queremos más cosas y experiencias, en cualquier momento y rápidamente

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Cada cosa tiene su tiempo y su sazón, decía el sabio Qohelet: no solo la duración que requiere para madurar, sino su oportunidad y su momento. E incluso su estación. Y tal vez lo que nos toca es redescubrir lo propio de cada tiempo. ¿O abandonarnos a la confusión?

Quizás algo específico del verano (aunque no exclusivo) sea la desaceleración y la lentitud, propia de las horas largas y ociosas. Con la luz el tiempo parece pasar más despacio y el calor invita a moverse lentamente, con la aristocrática dignidad de los tuaregs. Tal vez por eso, y por muchas más cosas, claro, como ustedes, yo me encuentro a gusto. Porque soy lento como una tortuga. De los que tardan en reaccionar. O de los que viven en medio de la escalera.

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La lentitud es una de las condiciones de la conversación. En una de esas tranquilas conversaciones veraniegas, L. comentó que de niño odiaba las vacaciones en la montaña y las excursiones. Lo encontraba absurdo e inútil: madrugar, caminar para llegar agotado a ninguna parte y desandar lo andado para volver rendido a casa... (seguramente, también influía el hecho de que fuera una actividad impuesta por sus padres, claro). Hoy día, sin embargo, disfruta con todo ello. ¿Qué ha cambiado?, le pregunté, ¿qué sentido tiene ahora? "No sé —respondió—, seguramente sigue sin tener ninguno".

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"Lo más importante que puedo hacer es parar y escuchar", dice el sociólogo Hartmut Rosa, en lugar de seguir acelerando agotados en un "estancamiento frenético", como el de un hámster en su rueda, huyendo hacia adelante con mi lista de deseos y tareas pendientes, sean laborales o vacacionales. A veces, en verano, en lugar de alterar la dinámica o el ritmo, únicamente cambiamos de ‘check-list’, pero seguimos nerviosamente atados a ella: viajes y excursiones que hacer, lugares que visitar, lecturas y series pendientes, qué y dónde comer... Y qué mejor señal para verificar el cumplimiento de cada tarea que una bonita imagen en alguna red social.

El problema de la atención (piensa Rosa, como tantos otros) no sólo es una cuestión personal, sino social y política.

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Otra de las cosas propias de este tiempo es la alegría. Estar triste en verano es la prueba definitiva del cambio climático

Andrés García Inda es profesor de Derecho de la Universidad de Zaragoza

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