Opinión
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Por
  • Octavio Gómez Milián

En ausencia de Tour

En ausencia de Tour
En ausencia de Tour
Pixabay

Ayer terminó el Tour de Francia. Algunas de sus ediciones son tatuajes en mi memoria, en la suya, lector, que me acompaña en el julio mediterráneo, en el estío de alquitrán de Zaragoza, en la fresca de sillón de paja y costumbres de los aledaños de la capital. 

Usted y yo, cada uno pendientes de la playa y el mar, como una esperanza de vida, como un temor de fango. Me cauterizo en la distancia, en la semana que dista entre la entrega y la salida de estas líneas. No soporto los resúmenes, no atrapo la euforia de los demás deportes. Pedí un pase extra en estas columnas para acompañar a mi padre y me veo, entrando y saliendo de clínicas y hospitales como el resol de la tarde lo hace, entrando y saliendo desde las lejanías. Con esta azuela moderna, de luces y bits, rasco en el cerebro, en los riñones, en los humores que han fluidizado por todo mi cuerpo, buscando las palabras que te alivien. En la playa, en las fiestas patronales, en la piscina municipal, hay algo de tensión no resuelta, de moratón creciente en la circunferencia que delimita el alma. Tú, lector, que vibraste con Perico y con Fignon, con Lemond y Roche, con la chapa de KAS de Kelly, tú, que me has acompañado en el tránsito del hijo al padre, de decirle: "papá" a volverte cuando lo escuchas llamarte, hijo que construye una torre de arena cada cien pasos. La distancia es algo cualitativo si no te permite agarrar la mano de la persona querida. Aguanta, padre, llegará agosto y llegará septiembre. Y yo comenzaré un curso, otro curso, como las decenas que tú comenzaste. Y te hablaré y escucharás. Tísico de amor. Espero, de corazón, el mismo que tamborilea nervioso en el pecho de mi padre, que lean ustedes esta versión primera.

Octavio Gómez Milián es profesor de matemáticas y escritor

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