Opinión
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Por
  • Sergio Royo

Versiones

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Nada tengo que ver con aquel que cerró esa puerta lleno de dolor y apenas soy el mismo de esa entrevista (lejana, muy lejana) en la que me defendí como si llevara un gol de ventaja en la última ventana de la prórroga. 

Sigo sufriendo calambres en las piernas. Espero algo que no sé cuándo llegará y, entre tanto, como todos, me versiono. Estos días de paseos por la playa en la que veraneé con mis padres he recordado al niño inseguro que fui y me he dado cuenta de cuánto he cambiado. De aquel muchacho regordete que se llenaba el plato de patatas fritas queda un barbudo que lo hace de ensalada. Sigo siendo exactamente el mismo. Cómo no caer en la contradicción si en este mundo vamos mostrando lo mejor y lo peor de nosotros, las inseguridades y las fortalezas, y lo que algún día nos hizo sentir orgullosos hoy causa embarazo y quién sabe qué será mañana.

Recuerdo el nombre de aquel poliedro de veinte caras, icosaedro, de mis libros de matemáticas de la infancia. Recuerdo también que existía una versión del mismo (en realidad otro) con treinta y dos (los años con los que escribo estas líneas): icosaedro truncado. Pocas caras me parecen para todas las que hemos aprendido a mostrar por necesidad: seguimos buscando cuál es la que mejor nos sienta para así encontrar nuestra mejor versión. De otro modo, como ese poliedro truncado nos quedaremos incompletos en el texto, dejando algo en al aire que siempre se nos está escapando. Nos omitiremos. Y si algo he aprendido en este último tiempo es que eso no es en absoluto buena idea lejos del terreno literario.

Sergio Royo es escritor

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