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  • Javier García Campayo

La vuelta a la naturaleza, una cuestión de salud

La vuelta a la naturaleza, una cuestión de salud
La vuelta a la naturaleza, una cuestión de salud
Heraldo

Uno de los fenómenos más intensamente asociados al desarrollo económico y a la modernización de las sociedades es la urbanización, la migración de los seres humanos a grandes ciudades y, por tanto, el alejamiento de la naturaleza. 

En los dos últimos siglos la urbanización se ha disparado: en el año 1900 sólo el 13% de la población vivía en urbes, pasando al 30% en 1950 y alcanzando el 47%. en el año 2000. Actualmente, el 55% de la población mundial vive en ciudades y se calcula que alcanzará el 70% en 2050. Ya existen macropoblaciones de 37 millones de habitantes como Tokio o de 29 millones como Nueva Delhi.

La principal consecuencia de este fenómeno es el alejamiento de la naturaleza. Nuestros abuelos estaban mucho más identificados con el entorno: percibían claramente el ritmo de las estaciones, muchas veces señaladas por el nombre del santo del día que representaban, como en el caso de San Juan y el solsticio de verano. Se levantaban al alba y se iban a la cama al anochecer, alineados con la luz solar. Conocían los frutos de cada estación y cuándo se plantaban. Comer carne era un lujo reservado para las grandes ocasiones, cuando se sacrificaban los animales en el contexto de fiestas populares como la matanza del cerdo. Eran ecologistas de forma natural, porque el alimento venía de la tierra y no podían vivir sin ella.

Actualmente, es posible vivir en una ciudad con absoluto desconocimiento de en qué estación del año nos encontramos. Como la ciudad nunca duerme, gracias al alumbrado eléctrico, nuestra actividad se ha desacoplado del ritmo circadiano y eso ha producido que el insomnio constituya el síntoma psicológico más frecuente. Nuestros hijos ignoran de dónde vienen los productos vegetales o animales, y piensan que una lechuga o un pollo surgen ya empaquetados en bandejas de plástico en el propio supermercado. Ya no comemos las verduras y frutas solo en su temporada, porque pueden traerse en avión desde el hemisferio sur en cualquier momento. En suma, vivimos de espaldas a la naturaleza.

Este hecho no solo está produciendo importantes problemas como la emergencia ecológica, sino que también constituye un problema de salud. Los japoneses fueron los primeros en alertar de este tema y proponer los famosos ‘baños de bosque’. En la actualidad, empieza a haber estudios, cada vez más concluyentes, de que el contacto periódico con la naturaleza previene de múltiple enfermedades. A nivel psicológico, hace décadas que se sabe que la vida en el campo mejora enfermedades como el estrés, y todo su cortejo relacionado como la ansiedad, la depresión o el insomnio. Pero, en los últimos años, este contacto con la naturaleza se relaciona con un mejor funcionamiento de los procesos de neuroinflamación, así como de los sistemas neuroendocrino y autoinmune.

Esto es lo que ha llevado a proponer un modelo de tratamientos que han sido denominados ‘Intervenciones basadas en la naturaleza’. Consistiría en realizar actividades en entornos naturales, desde el simple paseo, hasta actividades más complejas como mindfulness u otras técnicas mente-cuerpo (ej: yoga, taichi o chikung). Nuestro grupo de investigación va a participar en proyectos nacionales e internacionales sobre este tema en los próximos años, asociando naturaleza con mindfulness y otras actividades.

Aunque se requieren más estudios, parece recomendable una ‘dosis’ de naturaleza mínima de dos días por semana, en los que debe realizarse una actividad durante, al menos, dos horas cada día. No cualquier parque o zona verde urbana es adecuado, ya que la actividad debe llevarse a cabo en entornos naturales de cierto tamaño mínimo y estándares adecuados de calidad del aire y de ausencia de contaminación sonora.

En los próximos años, vamos a observar cómo los médicos recetaremos dosis de ‘naturaleza’ en entornos urbanos administradas por profesionales sanitarios

Estas intervenciones sencillas, baratas y eficaces permitirían también llevar salud a las poblaciones más desfavorecidas, ya que las personas con menores ingresos tienen difícil veranear o escapar de sus entornos urbanos insalubres, por lo que no siempre pueden beneficiarse del efecto positivo de la naturaleza.

En los próximos años, vamos a observar cómo los médicos recetaremos naturaleza en entornos urbanos administradas por profesionales sanitarios expertos en ‘Intervenciones basadas en la naturaleza’. Pero, además, en España en general y en Aragón en particular, debemos aprender a explotar un entorno ‘vaciado’ de población, pero extremadamente saludable. Recientemente, la ‘Laponia española’ (partes de Teruel, Guadalajara y Cuenca) han recibido la primera distinción en Europa del Quiet Parks International, una asociación mundial que identifica los lugares más silenciosos del planeta. El silencio es uno de los indicadores de alta calidad de un entorno natural, y correlaciona con su efecto salutógeno.

En suma, nos encontramos ante un desafío y una nueva familia de intervenciones médicas no farmacológicas, saludables y sostenibles, que deben ser apoyadas desde la universidad, realizando más investigaciones sobre cómo usarlas, y desde los gobiernos, favoreciendo que estén al alcance de todos los ciudadanos. 

Javier García Campayo, catedrático de Psiquiatría (Unizar)

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