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  • Javier García Campayo

¿Cómo se polarizan las sociedades?

¿Cómo se polarizan las sociedades?
¿Cómo se polarizan las sociedades?
Heraldo

Los que vivimos la Transición nos acostumbramos a dirigentes de amplia visión, capaces de conseguir grandes consensos nacionales en tiempos difíciles. De esa forma, las decisiones que se tomaban eran apoyadas por la mayoría y podían mantenerse largo tiempo. Ese es el arte de la política.

Cuarenta años después, la política mundial se caracteriza por la polarización, por el enfrentamiento entre grupos de población. La polarización, aparte de generar leyes de corta vida, produce división y crispación entre los ciudadanos, estructurando bandos fuertemente enfrentados. El fenómeno afecta no solo a la política española, sino también a la internacional, desde Estados Unidos o India a Brasil, pasando por muchas democracias europeas.

No es un problema que haya surgido ahora. La mayor parte de las guerras, junto a factores económicos subyacentes, que antropólogos como Marvin Harris consideran fundamentales, estaban revestidas de fundamentalismos religiosos o ideológicos, como el nazismo en la Segunda Guerra Mundial.

¿Por qué ocurre la polarización? En varios países anglosajones están surgiendo ‘think tanks’ para analizar el fanatismo, ya que se piensa que en un mundo tan armado como el actual cualquier grupo terrorista podría hacer saltar la chispa de una guerra mundial. Y la polarización se considera una fase previa para ello.

Por supuesto, todos podemos tener nuestros principios, y pensar que son útiles. El problema empieza, y ahí está la gran sutileza, cuando nos aferramos a estos principios y considero que mi idea es ‘la buena’, por lo que surge en mí el pensamiento: "Yo estoy en lo cierto, y quien no piensa así está equivocado". Inevitablemente, surge un sentimiento de ‘superioridad moral’ respecto a quien no piensa como yo. Nuestro ego se aferra a eso y lo convierte en uno de sus elementos fundamentales. En las tradiciones contemplativas se dice que los valores constituyen la capa más sutil del yo, la más difícil de eliminar.

Esta visión se traspasa al grupo. Así, pensamos: los que defienden mi misma idea son ‘los míos’, con ellos me siento apoyado y reconocido. Los que no sustentan esa idea son ‘los otros’, y nos generan cierto rechazo. Inicialmente no hay polaridad, sólo orgullo de pertenencia al grupo y sensación de superioridad ética. Sobre esa base, aparece lo que los americanos llaman ‘justa indignación’. Sentimos la necesidad, puesto que nuestro punto de vista es el correcto, de intentar convencer al otro hacia ‘la verdad’. Es decir, sentimos la necesidad de imponer nuestra idea, ya que es la correcta. Si, como suele ocurrir, nuestra misión no tiene éxito y no convencemos al otro, igual que tampoco pueden convencernos a nosotros, consideramos que el otro está ‘polarizado’. A partir de aquí se produce una generalización: creemos que las personas que tienen tal idea diferente a la nuestra tienden a ser de tal forma, y les atribuimos una serie de atributos que, a veces, aparecen agrupados pero a menudo no. Los seres humanos somos tan complejos que una etiqueta sólo es una más de las cientos que vamos adquiriendo a lo largo de la vida. No nos define. La generalización favorece la polarización porque simplifica: ‘nosotros’ somos de esta forma, mientras que ‘los otros’ son de tal otra. Muchas veces esta simplificación estalla cuando conocemos a personas que, junto a la etiqueta que define a los otros, poseen otras muchas características muy parecidas a las nuestras. Pero la mente elimina esa disonancia y lo considera una rareza, que no desafía nuestra visión simplificada del mundo.

La polarización de la sociedad produce fanatismo y violencia. Deberíamos procurar crear condiciones sociales que la eviten y huir de los políticos que la promueven

El salto final al fanatismo requiere la coexistencia de circunstancias individuales (personalidad dependiente, con dificultades en relaciones interpersonales) y familiares (entornos desestructurados y violentos, figuras parentales que no generan apego seguro). El fanatismo produce la ‘cosificación’ del otro: las personas que no piensan como nosotros ya no son personas: no tienen sentimientos, hijos, una vida que disfrutar y compartir. Son solo portadores de una idea equivocada, que les hace indignos de vivir. Por tanto, según su distorsionada visión, el fanático con sus actos violentos simplemente hace justicia y produce un bien al mundo.

En la tradición tibetana se usa la metáfora del palo. Si te pego con un bastón ¿por qué te enfadas conmigo y no con el bastón, que es quien produce el daño real? Porque piensas que soy yo quien maneja el bastón. Pero, ¿quién me maneja a mí? Mis ideas y mi aferramiento a esas ideas. ¿No habría entonces que enfadarse con ellos y no con las personas que son víctimas de ese proceso? Los seres humanos no son nuestros enemigos, el aferramiento a las ideas sí. Debiéramos crear circunstancias sociales que evitasen la polarización y huir de los políticos que la usan para mantenerse en el poder, en vez de tender puentes entre los ciudadanos.

Cuando era joven, como toda mi generación, leíamos a Mafalda. Recuerdo un chiste que me impresionó. Un señor con aspecto poderoso decía a Mafalda: "Este mundo será perfecto cuando los buenos hayamos eliminado a todos los malos". Mafalda, aterrada, le preguntó: "Y, en ese momento, ¿en qué nos diferenciaremos los buenos de los malos?".

Javier García Campayo es catedrático de Psiquiatría

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