Opinión
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Por
  • Celia Carrasco Gil

El pájaro solitario

El pájaro solitario
El pájaro solitario
Pixabay

No quisiera dejar que terminara este mes sin antes haberme acordado de las cinco condiciones del particular pájaro solitario de un poeta que nació un 24 de junio hace 482 años. Y es que en el fondo del cielo que nos ampara y nos nombra, como el alma contemplativa de san Juan de la Cruz, también revolotean las (p)ala(bra)s. 

Unas veces arraigan en su raíz de estrella, en la luz comprometida con los mundos que soñamos. Y otras veces se quiebran en teselas, como las saltaduras del azul, dulces ruinas del aire que todavía nos vive a bocanadas. Quizás, por eso, en ambos extremos de este lapso nuestro de existir, olvidando su lengua instrumental, se desprenda el lenguaje de su fin mientras sueña con rozar la piel de lo más alto. ‘Ululí’. Algo nos dice que así comienza el llanto de los recién nacidos cuando se abren al mundo. ‘Ululí’. De esta manera imitan los poetas su lenguaje de pájaro. ‘Ululí’. Qué levedad la pluma suspendida en el vuelo de la esencia, como un viento sereno que pronuncia la voz de lo innombrable. Si el pájaro se posa sin sufrir compañía, el soplo del poema se abandona al silencio de su noche solitaria. ¿Y cómo no decir calladamente?, ¿cómo no conceder el pico al aire hasta corresponder la di(re)cción de su secreto alado? Con esta trayectoria del decir, si el aliento perdura en lo imposible, los cuerpos de este cielo ya no tienen color determinado. Y sin embargo, y a pesar de toda evanescencia, el pájaro solitario insiste en abrir en sus alas un leve acordeón que extienda su verdad a lo desconocido y la apriete en el pecho, muy compacta. Sobrevive tan solo si su lengua nos canta suavemente, cuida la transparencia de los signos y escucha el batir de otras palabras.

Celia Carrasco Gil es poeta

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