Opinión
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  • Víctor Juan

Fernando Pablo

El mar de Aragón, en Caspe.
El mar de Aragón, en Caspe.
Ayuntamiento de Caspe

Fernando y yo fuimos niños en el mismo tiempo y en el mismo paraíso. "Te quiero" y "es apellido" son nuestras frases favoritas. A los dos nos gustaban los libros de aventuras. Disfrutábamos en nuestras correrías por el Ebro, él navegando sobre tablones o puertas viejas en las enormes charcas que las filtraciones primaverales del Ebro producían en los campos de la Torre Ramona, y yo pescando en el Mar de Aragón, en Caspe. 

Los dos somos amigos de Rodolfo Notivol, un tipo de Montemolín, que andaba siempre en los autos de choque. Además, Fernando y yo sentimos la misma pasión de enseñar que a él le ha llevado a dirigir desde 1995 el Instituto de Educación Secundaria Rodanas de Épila. Después de más de tres decenios dando clase, aunque todavía conserva intactos el entusiasmo, la ingenuidad y la capacidad de asombro de cuando era una joven promesa de la Geología, Fernando se jubila. No todos los días de estos años han sido fáciles. Quien mejor lo sabe es Espe. Fernando comparte con ella sueños, afanes, militancias y tres hijos que les iluminan la vida. Estudiantes, familias y profesores sienten que el mundo que hasta ahora han conocido se acaba porque es difícil imaginar el instituto y el sistema educativo aragonés sin Fernando, un ser humano imprescindible, según la escala establecida por Bertolt Brecht para determinar el grado de bondad de las personas. Por encima del sentimiento de pérdida y de orfandad que a todos nos inunda el corazón, se impone el agradecimiento por la ilusión, la inteligencia y el compromiso de Fernando que han movido, y continuarán moviendo, montañas.

Víctor Juan es director del Museo Pedagógico de Aragón

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