Opinión
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Por
  • Víctor Juan

Sin ella

Sin ella
Sin ella
Pixabay

Colecciona amaneceres. Cada cuarenta días, las luces cambiantes del cielo le regalan una estampa nueva con distintos colores para su colección. Se queja de que ya le van pesando las noches en vela. Su guardia terminaba cuando, a primera hora, antes que nadie, la llamaba su madre. 

Las madres siempre están pendientes de las cosas de sus hijas: "¿Qué tal la guardia?". Ella, a veces, le mentía: "Bien, todo bien. Hemos tenido una noche tranquila". Desde hace unos meses, su madre no la llama. No volverá a llamarla nunca, aunque, algunas mañanas, cuando suena el teléfono, por un instante, su cerebro sueña que es ella quien llama. No le hace falta estar de guardia para que le duela la ausencia, pero en el silencio de esos amaneceres que ella colecciona, la ausencia se agiganta. Hay ausencias como galaxias, como agujeros negros por los que desaparecen la alegría y las ilusiones. Hay ausencias que se llevan tatuadas eternamente en el alma. El tiempo no le curará las heridas, pero mitigará su dolor y le procurará el amparo de la memoria luminosa. Nunca le había hecho tan feliz que le dijeran que cada día se parece más a ella. Cuida las flores como su madre las cuidaba y sonríe como ella sonreía. En casa, sin darse cuenta, coge objetos con el peregrino propósito de comprobar si aún conservan el calor de sus manos, de las manos que tantas veces la consolaron, de esas manos firmes para el trabajo y suaves para las caricias. La echará siempre de menos. Descubrirá que pensar permanentemente en su ausencia es una manera de tenerla presente, es decir, una manera de hacerle a su madre la vida eterna.

Víctor Juan es director del Museo Pedagógico de Aragón

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