Opinión
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Por
  • Jaime Armengol

¿Verdad que es mentira?

¿Verdad que es mentira?
¿Verdad que es mentira?
Pixabay

La mentira caracteriza el ejercicio del poder de un modo ineluctable. Como no podemos combatirla, convivimos con ella y parece no importarnos. Solo rechazaremos la falacia si sus efectos nos interpelan de un modo directo, si nos afectan. En sentido contrario, incluso la aceptaremos si nos beneficia.

Convivimos con la falsedad indolentes. Sin darnos cuenta de que la mentira es mentira, y que si quien la pronuncia ostenta una responsabilidad pública tarde o temprano nos dañará a todos, degradando el sistema sobre una realidad falsaria.

Enfermos de tanto engaño, por burda que se represente hoy la política en el teatrillo de las redes sociales y los eslóganes viralizados, damos por buena la banalización de la verdad. Incluso hay quienes asumen la mentira por el mero hecho de ser pronunciada por los nuestros, por aquellos con los que nos identificamos o creemos que nos representan o defienden. Esto no ha sido siempre así. Hubo un momento en que a los políticos se les solicitaba fundamentalmente coherencia y ejemplaridad.

Podemos buscar ejemplos cercanos, y también lejanos. La patraña es hoy un virus que recorre todas las democracias conocidas y que se representa con más o menos fuerza dependiendo en muchas ocasiones del nivel de exigencia de cada sociedad y de la firmeza de sus miembros.

En España, la laxitud actual con el infundio en el terreno de la política recuerda una situación similar respecto de la corrupción. Hubo un momento, no muy lejano, en todo el mundo occidental, en el que no existía unanimidad social frente a las actitudes corruptas. Siguiendo la escala de Heidenheimer existen tres grandes tipos de corrupción: la corrupción negra (es decir aquella conducta que es rechazada por toda la sociedad), la corrupción gris (aquel hecho que provoca división de opiniones) y la corrupción blanca (aquellos actos que no reciben reproche aunque deberían).

La mentira ha tomado carta de naturaleza en la vida política, no solo en España. Los embustes no reciben el contundente reproche social que merecen, de manera que su generalización en una sociedad anestesiada está degradando el funcionamiento de la democracia

Corremos el riesgo con la mentira de asentar una escala de valor similar: mentiras negras, grises y blancas. Y no hay mentiras blancas. Como mucho mentiras piadosas, trampantojos útiles para muchos, que empezaron siendo solo eso y hoy son ‘fake news’ sin que seamos capaces de saber cuánto de ‘fake’ tiene la noticia o cuánto de verdad su desmentido… Y con tanta trola llega la desconexión.

Las consecuencias de una sociedad anestesiada por la inevitabilidad de lo falso están a la vista. El fin justifica los medios. La decadencia moral que representa la asunción interesada del embuste como parte del discurso público acabará teniendo efectos similares a los episodios que vivimos con la corrupción.

Durante años se nos decía que los comportamientos funestos eran cosa de otros, y lo que nos parecía blanco se tiñó de gris y luego de negro. Vinieron los ERE, las cajas b y todo lo demás. La corrupción económica provocó la zozobra del sistema, con los partidos mayoritarios desangrándose en medio de una profunda crisis de liderazgo y credibilidad. El actual escenario de corrupción moral por la naturalización de la falacia acabará provocando una deriva similar. Deberíamos preguntárselo a los 800.000 votantes que conectaron con Alvise. ¿Verdad que es mentira?

Jaime Armengol es periodista

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