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  • Ángel Garcés Sanagustín

Las contradicciones de Europa

Berlin (Germany), 09/06/2024.- Alternative for Germany (AfD) right-wing political party co-chairman Tino Chrupalla (R) and Alternative for Germany (AfD) right-wing political party deputy chairwoman Alice Weidel (L) celebrate during the Alternative for Germany (AfD) election event in Berlin, Germany, 09 June 2024. The European Parliament elections take place across EU member states from 06 to 09 June 2024, with the European elections in Germany being held on 09 June. (Elecciones, Alemania) EFE/EPA/FILIP SINGER
Las contradicciones de Europa
FILIP SINGER

El éxito de la extrema derecha en Europa ha sido especialmente significativo en los tres países más grandes de la UE: Alemania, Francia e Italia. Las formaciones políticas triunfantes están dirigidas por tres mujeres, que no han dudado en poner en solfa algunas derivas del ‘femicomunismo’. 

Como Marine Le Pen y Giorgia Meloni son archiconocidas, voy a dedicar un comentario a Alice Weidel, copresidenta de Alternativa para Alemania. Es contraria a la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo, aunque apoya la existencia de una unión civil. Cabe recordar que es lesbiana. Mantiene una larga relación sentimental con una esrilanquesa y han adoptado dos niños. Ha formado, en consecuencia, una familia interracial.

Sin embargo, hay un dato que me parece mucho más relevante. Alice Weidel, de brillante recorrido profesional, pasó seis años en la República Popular de China. Son evidentes las buenas relaciones entre su formación y el gobierno de Xi Jinping. Podríamos pensar que estamos ante un supuesto excepcional, pero también son incuestionables las relaciones de diferentes grupos ultraderechistas con la autocracia rusa. Desde la ‘republiqueta catalana’ a Hungría, pasando por Francia e Italia, la influencia de Putin ha sido histórica en estas formaciones, aunque ahora pretendan distanciarse de un pasado violento excesivamente reciente.

Putin, en su guerra económica y cultural contra Occidente, encuentra sus mejores aliados en la extrema izquierda y en la extrema derecha. Bien sea apoyando la Agenda 2030 u oponiéndose radicalmente a ella, los partidos periféricos del arco parlamentario socavan el sistema de la democracia liberal y preservan los intereses económicos rusos.

Los extremos también minan las democracias a través de la cuestión de la identidad. Lo hace la ultraderecha esgrimiendo una identidad única, que, en ocasiones, desconoce la pluralidad de nuestras sociedades. La ultraizquierda crea, por el contrario, un mosaico de identidades –territoriales, étnicas, religiosas, de género e identidad sexual…– cuyas regulaciones específicas soslayan lo común, quebrantan el principio de igualdad y generan serias amenazas a la libertad.

Otra cuestión que tienen en común los extremos es el ‘antielitismo’. Sus proclamas están cargadas de ataques contra las élites económicas, financieras, políticas o, incluso, intelectuales. En el fondo, el antielitismo es una manifestación del desprecio hacia todo lo que representa el liberalismo político y económico, en cualquiera de sus modalidades. Este discurso cala especialmente en países como España, donde los términos ‘elitismo’ y ‘elitista’ tienen un marcado carácter peyorativo.

Está comprobado que el acceso al poder de los extremismos, en regímenes que mantienen su carácter de democracias liberales, los modera y centra. El problema estriba en si, por el contrario, consiguen, por sí solos o con ayuda de otros, imponer la correspondiente autocracia. En tiempos de polarización, el mensaje ecuánime suele ser tachado de equidistante. A diestra y siniestra, aunque no se identifiquen con los extremos del arco parlamentario, algunos encontrarán estas palabras como un ejemplo de tibieza y de falta de compromiso. Son todo lo contrario. 

Ángel Garcés Sanagustín es doctor en Derecho

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