Opinión
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Por
  • Toni Losantos

Bosque

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Bosque
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En una versión distópica, el enjuto caballero andante le diría a su escudero: "Entremos, Sancho, en este inaudito bosque aspado". Luego le hablaría del dios Eolo, de la fabulosa misión de la energía, tan propensa al embeleco, y puede que terminara el pasaje lacónicamente: "Con los grandes intereses hemos topado, Sancho".

Otra versión, acaso chalada, transida de ingravidez, llevaría al avatar del caballero andante a un futuro paisaje de generadores tronchados y aspas baldías, algunas abolladas, otras rezumando un óxido inédito sobre la selva intrincada de despojos, por la que culebrearía, juguetón, un vendaval silbante, inútil y nostálgico.

Temeraria resulta la segunda versión; no menos temeraria la terquedad del caballero andante, su recto idealismo. Sobre la loma parda, abriéndose camino hacia el collado, el escudero habría tratado de apartar los retorcidos restos de lo que en otro tiempo llamaron "basuraleza" –los infelices veinte, tan propensos al hallazgo léxico– y, con doliente escepticismo, le habría dicho al caballero: "Voto a tal que no hay por dónde llegar arriba".

"Nuestra misión", le contestaría Alonso sin apearse de su leyenda, "no puede entretenerse en fútiles maleficios. Sancho, si coronamos esta rigurosa cresta, antaño linde entre el cielo y la tierra, devolveremos al horizonte su sensata y dulce presencia". Y presto emprendería el viejo hidalgo un exceso de agotadores esfuerzos, abriéndose paso con candor y con rabia por aquel paraje imposible.

Para qué seguir con la enésima salida del caballero, para qué recrearse en su patético, irremediable desengaño. Atrapado, como todos, en un bosque encantado, no hay para él –para nadie– sosiego que valga. Los lectores de entonces, guiados por aviesos exégetas, buscarán alegorías, lecciones, signos.

Pero ahora no nos hacen falta: está todo bastante claro y la narratividad parece simple. La provincia entera, a poco que aprieten, puede convertirse en un bosque eólico, uniforme y pródigo. Es el mejor destino para un patio trasero. Que un caballero andante venga a "desfacer entuertos" no pasa de anacrónica ocurrencia.

Toni Losantos es profesor de instituto en Teruel

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