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Por
  • Ricardo Díez Pellejero

Cálculos finos

Cálculos finos
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El arzobispo irlandés James Ussher fue muy conocido y respetado en su tiempo por la sorprendente exactitud de sus cálculos, dado que llegó a determinar con una precisión en el rango del minuto el comienzo del diluvio universal, el momento de la expulsión del paraíso de Adán y Eva o el instante mismo de la creación y que, según sus cómputos, dejó establecido el surgimiento de la Tierra a las 18:00 del sábado 22 de octubre del año 4004 a.C. que, supongo yo, debió de ser un día divino y, por consiguiente, soleado. 

No obstante, como ya presumirán, estas deducciones son inexactas y el gran Isaac Newton hizo también las suyas, datando la creación del planeta en el año 3899 a.C.

A pesar de que Newton introdujo grandes avances en el cálculo diferencial e integral (entre otras muchas cosas), la mezcla de matemática y teología que propuso arrojó un resultado muy distinto al que se obtiene al combinarla con la astronomía; ciencias que venían datando el nacimiento del universo 13.700 años atrás, si bien recientes estudios con un punto de partida diferente (que contempla un tiempo mayor para la formación de las galaxias) considera que éste podría haber surgido hace 26.700 años, una diferencia de tiempo astronómico que, a escala humana, sería comparable al del pago de una hipoteca, como poco.

En fin, como ven, seres inteligentísimos, extremadamente dotados para la abstracción, el cálculo y el pensamiento lógico llegan a conclusiones muy distintas, absolutamente erróneas y hasta ridículas si el punto de partida (y las inferencias que de éste se deriven) no se fijan con precisión, no son contrastables ni, por tanto, empíricas. Pero no seamos duros con el enorme Isaac Newton y apliquémosle el rasero que propuso Jeremy Bentham, quien postuló (además de la que la medida de lo bueno y lo malo la marca la máxima felicidad para el mayor número de individuos) que "todo acto humano, norma o institución deben ser juzgados según la utilidad que tiene, esto es, según el placer o sufrimiento que producen en las personas", habiendo animado el impulso newtoniano a que muchos otros anduvieran el camino del saber con pasión y precisión matemática, pero tampoco nos privemos de mofarnos de Ussher quien, en un acto de necedad, pretendió además demostrar que Enrique VIII era descendiente directo (y por línea patrilineal) de Adán y Eva, lo que indudablemente ayudaría a explicar su temperamento cainita…

La estupidez es una de las discapacidades más severas que aquejan a la humanidad y cuya detección temprana es tan difícil como necesaria

No obstante, no debemos en ningún caso confundir al errado (que ya hallará el buen camino) con el estúpido, quien si alguna vez lo anda es por mero azar o por seguidismo. La estupidez es una de las discapacidades más severas que aquejan a la humanidad y cuya detección temprana es tan difícil como necesaria, por eso Carlo Mario Cipolla la estudió enunciando sus cinco reglas. Primera: "Siempre, e inevitablemente, todo el mundo infravalora el número de estúpidos en circulación". Segunda: "La probabilidad de que determinada persona sea estúpida es independiente de cualquier otra característica". Tercera o de oro: "Un estúpido es una persona que ocasiona pérdidas a otra persona o a un grupo sin que él se lleve nada o incluso salga perdiendo". Cuarta: "Los no estúpidos siempre infravaloran el poder dañino de los estúpidos. En concreto, olvidan constantemente que en todos los momentos y lugares y bajo cualquier circunstancia tratar o asociarse con estúpidos siempre suele ser un error costoso". Y quinta: "Una persona estúpida es lo más peligroso". Corolario: "Una persona estúpida es más peligrosa que un bandido".

En el momento de descreimiento político en el que vivimos (y si queremos hacer bien los cálculos) conviene que recordemos que, como hemos probado, todo sabio comete algún error, que hay estúpidos que pretenden hacer credo de su estulticia y que los actos, normas e instituciones se juzgan por el placer o dolor que nos provocan, todo ello procurando llevar al cuello (mientras avanzamos por este campo de batalla) un escapulario con la regla cipollana que, a modo de ‘detente bala’, evite que seamos heridos por las ráfagas de ese arma automática.

Por cierto, Newton calculó que el mundo llegaría a su fin en el año 2060, cómputo que estimo errado desde sus presupuestos bíblicos aunque, a la vista de la insurgencia de la estupidez negacionista del cambio climático, conspiranoica y fuertemente armada a lo largo y ancho del planeta, tal vez sea posible, incluso lo haga probable. Pero seamos optimistas y repasemos una vez más todas las cuentas, por si acaso.

Ricardo Díez Pellejero es ingeniero y poeta

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