Antonio Santos: "Cuando ilustro me siento un artesano, afronto el trabajo con esa humildad"

El polifacético creador oscense, nacido en 1955, ilustra 'La lluvia amarilla' de Julio Llamazares en un libro de artista. 

Antonio Santos (Huesca, 1955), retratado el domingo en Ávila, donde pasa unos días.
Antonio Santos (Huesca, 1955), retratado el domingo en Ávila, donde pasa unos días.
Michel Platon

¿Cómo se ha planteado este proyecto doble: una exposición y un espléndido libro de artista?

Empecé por releer el libro por mero placer, con calma. ‘La lluvia amarilla’, de Julio Llamazares, es un largo poema en prosa. Después lo volví a leer reparando en la estructura, buscando los momentos importantes, los puntos de inflexión. La huida de todos, el matrimonio que se queda solo, la depresión de ella, el suicidio, la picadura de la víbora, la locura, los fantasmas... Lo leí de nuevo buscando imágenes para esa historia circular. Empieza por unos vecinos que van a Ainielle en busca de Andrés, el último habitante del pueblo. Cuando lleguen el protagonista estará muerto, lo ha dejado todo dispuesto para su entierro.

¿Cómo fue evolucionando su trabajo, su relectura y también sus apuestas visuales?

Después de la tercera lectura, de hacer algunos bocetos, empecé a grabar las planchas que recogían los momentos más importantes. Me puse con momentos secundarios y los protagonistas. Me interesaba mucho la imagen de la soledad. El encargo era de doce o trece planchas. Pero me metí en la historia y me dejé arrastrar por ella. Al final fueron más de 50. "Que ellos decidan", pensé.

¡Hombre! Así cualquiera...

Ja ja ja. Considero que un libro es un trabajo colectivo, me gusta que sea así. Yo soy un mero proveedor de imágenes. Debe haber un constructor del libro, en este caso fue Carlos Esco; una diseñadora gráfica, Blanca Otal, que eligió tipografías, formato, interlineado; y luego está María González, coordinadora de todo el proceso. Todos opinamos del trabajo de los demás. Así el resultado mejora. Con arreglo a las sugerencias que surgieron de todos hice algunas planchas más.

Es un libro de artista de grabados. ¿Cómo se encara algo así?

Cuando ilustro me siento un artesano, afronto el trabajo con esa humildad. Pongo mis conocimientos y mi oficio al servicio de un texto. Pretendo hacer un libro bonito, sencillo, sin barroquismos. Esencial. En esto estábamos todos de acuerdo. No deseo un libro de artista, sí un libro bien hecho, con un buen papel, de fácil y agradable lectura. Esa, al menos, fue la intención del equipo.

Insisto un poco más sobre un libro que ha dado la vuelta al mundo. ¿Qué le sugiere en un sentido más ambiental y anímico?

Julio Llamazares, además de ser un buen amigo, tiene mi edad y compartimos una parecida visión del mundo y la vida. Julio escribe muy bien desde la melancolía y la nostalgia, tiene un humor, una socarronería de ‘vuelta’, fruto de la edad. Me siento muy cercano a esa manera de ser: es la mía. ‘La lluvia amarilla’ habla del abandono, la soledad y la muerte. Es un poema, en ese sentido, muy cercano a las ‘Coplas’ de Jorge Manrique. Desde ese lugar, entre desesperado y triste, trabajé yo, me dejé llevar por su texto hacia ese mar que es el morir.

¿Quiénes son sus maestros del grabado? ¿Qué tiene esa disciplina que parece gustarle y atraparle? Se le ve cómodo...

Cada día me atrae más lo sencillo, lo elemental, lo popular. Me gustan los grabadores mexicanos, Manilla, Posadas, el grabado popular brasileño, Borges, la literatura de cordel, las aleluyas... Claro, conozco a Rembrandt, a los expresionismos alemanes, Otto Dix, George Grosz, todos esos grandes maestros que me ayudan a saber quién soy y que lugar ocupo.

¿Hablamos un poco de técnica y de materiales?

Lo que más me gusta del linóleo, tal como yo lo concibo. Es esa tosquedad que no permite la alegría gráfica, que nos conduce a lo primitivo y esencial. Me gusta mucho esa técnica, tengo guardadas alrededor de 2.500 planchas que me acreditan como un tipo muy trabajador, creo yo.

Ja ja ja. Cuando ve el libro, tan lujoso, tan bien editado, con estuche, impecable, ¿qué se siente, cómo se disfruta un trabajo así?

Que me hayan hecho un encargo así es para mí un gran honor, me siento muy agradecido. De hecho cedí a la Diputación de Huesca todas las planchas para que las conserven ellos. Creo que es un libro muy bonito, muy bien editado, nada ostentoso, justo lo que todos queríamos. Luego hicieron esa magnífica instalación y exposición tan cuidada, tan magnífica, que se pudo ver en la Diputación de Huesca. Julio Llamazares y yo estábamos emocionados. Lloré de emoción al ver el resultado. Tuve la sensación sincera de que yo no merecía tanto.

Ha hecho el cartel de San Lorenzo. ¿En qué anda ahora metido? ¿Qué proyectos le empujan y le estimulan?

La exposición va a itinerar y haré una serie de talleres de linóleo, en los cuales disfruto mucho. Estoy preparando una exposición, ‘Les Refuses’, con los 23 carteles que descarté al elegir el que esté año anuncia las Fiestas de San Lorenzo. Me gusta trabajar así, un poco a lo bruto. Es mi manera de ser. La exposición será en la Librería Anónima de Huesca. También estoy haciendo el escaparate de la librería para las fiestas. Y preparo una exposición en homenaje a un canario, el Palmero de Péret, que falleció recientemente tras alegrarle la vida a una amiga con sus cantos durante trece años. Ya la tengo casi terminada.

Bueno. ¡Usted no para!

Aún tengo otro proyecto: seguir viviendo, que con estos calores no es poco.

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