"Hoy estamos muriendo en Ucrania por defender la independencia de nuestra patria y por la libertad de prensa"

En medio de la guerra, los periodistas ucranianos se afanan por hacer su trabajo con responsabilidad y prudencia.

Un niño y un soldado ucranianos que han conocido el zarpazo de la guerra se saludan con sus brazos protésicos en el Hospital de Rehabilitación Militar de Lviv
Un niño y un soldado ucranianos que han conocido el zarpazo de la guerra se saludan con sus brazos protésicos en el Hospital de Rehabilitación Militar de Lviv
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Oksana Brovko, una de las principales representantes del periodismo ucraniano, decía el pasado 21 de mayo: "Por la maldad y el salvajismo de Rusia, hoy estamos muriendo en Ucrania por defender la independencia de nuestra patria y por la libertad de prensa. Nuestro primer problema son los rusos y el segundo, como periodistas, hacer bien nuestro trabajo, esforzándonos en contar la verdad en medio de unas circunstancias horribles".

Oksana desgranaba estos pensamientos en Lviv, una bella ciudad de 700.000 habitantes, fundada hace ochocientos años y situada a 70 kilómetros de la frontera polaca. Esta población ha sido atacada con misiles y drones en varias ocasiones durante la invasión rusa, lo que ha causado decenas de muertos, cientos de heridos y más de mil de sus hijos muertos en los combates.

Las alarmas siguen sonando todos los días en Lviv y en el resto de las poblaciones ucranianas que aún no han sucumbido a la agresión de Putin. Oksana Brovko, que se trasladó por tren hasta Lviv desde una ciudad situada a cien kilómetros del frente, es una mujer joven, menuda, inteligente, carismática y con una fuerza interior colosal. No quiere acostumbrarse a esta rutina tan anómala como insoportable. "Hace unas noches, tuve que bajar dos veces al refugio con mis hijos pequeños con una enorme ansiedad. Y ellos me preguntan siempre por qué los rusos nos quieren matar".

El papel del periodismo en un país en guerra

En medio de esta tensión bélica, esta admirable informadora defiende con firmeza la buena práctica del periodismo y ante sus reflexiones surgen algunas preguntas. ¿Cuál debe ser el papel de la prensa libre de un país en guerra? ¿Cuál debe ser en concreto y sobre todo su función en un país que ha sido invadido ilegalmente, en contra del Derecho Internacional, para ser sometido de forma brutal y sanguinaria por una nación agresora, sin que haya mediado provocación alguna?

De izquierda a derecha: el presidente de HENNEO Fernando de Yarza y Vincent Peyregne (ambos de WAN-IFRA); los representantes del periodismo ucraniano Andrii Vdovychenko, Oksana Brovko, Oleksand Chovhan y Oleksii Pogorelov; y el representante de la asociación polaca de periodistas, Bartek Hojka, en una de las plazas principales de Lviv.
De izquierda a derecha: el presidente de HENNEO Fernando de Yarza y Vincent Peyregne (ambos de WAN-IFRA); los representantes del periodismo ucraniano Andrii Vdovychenko, Oksana Brovko, Oleksand Chovhan y Oleksii Pogorelov; y el representante de la asociación polaca de periodistas, Bartek Hojka, en una de las plazas principales de Lviv.
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Fernando de Yarza, presidente de HENNEO, viajó hace unos días a Ucrania, en pleno recrudecimiento de la guerra. Una visita que quiso que coincidiera con su despedida como presidente de la Asociación Mundial de Periódicos y Editores de Noticias (WAN-IFRA), para dar ánimos a los periodistas de ese país en un conflicto no buscado y para solidarizarse y confraternizar con ellos.

Fue un cierre emotivo, coherente, oportuno y acertado de esta etapa de cinco años en la que Yarza ha estado al frente de la Asociación Mundial. Si algo ha distinguido al presidente de HENNEO en este lustro ha sido su firme y contundente defensa de la libertad de prensa y del derecho a la información veraz, en unos momentos en los que incluso en países democráticos estos valores están siendo gravemente amenazados por los propios gobiernos y diferentes poderes fácticos.

Los periodistas ucranianos comparten estos principios y, a pesar de los bombardeos, de las situaciones de pánico, de la muerte y de la destrucción, tratan de hacer su trabajo lo mejor posible, fieles a esos valores que contraponen el buen periodismo con la propaganda y la mentira.

Esa labor aún se vuelve más compleja que nunca cuando tu país es agredido sin causa justificada por un ejército extranjero muy poderoso, que lo único que pretende es destruir tu nación. ¿Cómo actuar periodísticamente cuando no debes ni ser neutral ni equidistante? ¿Debes dar a conocer informaciones que son ciertas, pero cuya difusión puede influir negativamente en el curso de la guerra y en el frágil ánimo de los ciudadanos? ¿Debes alinearte con las estrategias informativas y de propaganda del gobierno de turno, sean ciertas o no, en aras de una defensa justa de la nación? ¿Hay que decir siempre toda la verdad, y nada más que la verdad, aunque duela?

En situaciones tan dramáticas como la de Ucrania, la práctica periodística aún exige más responsabilidad y prudencia, pero con un límite claro que no debe traspasarse nunca: la mentira. La mentira es lo que puede diferenciar la información de la propaganda que falsea la realidad. El periodista José Javier Rueda sintetiza muy bien estas ideas en su tesis doctoral que trata sobre estos temas: "En la guerra, la propaganda es un arma más, es el principal instrumento para legitimar la violencia (…) para agitar y animar a la población propia (…) para desmoralizar al adversario…".

Anteponiendo el interés general de la población afectada por la guerra, hay una diferencia sustancial entre, por un lado, no desvelar secretos y no publicar todo lo que se sabe, es decir, toda la verdad, y, por otro, difundir mentiras sobre hechos que el informador sabe que no son ciertos. No hay nada que eso lo disculpe, ni en la guerra ni en la paz. Porque la verdad es la fuente de la credibilidad y de la honorabilidad. Es la única arma que el agresor jamás tendrá.

Sensatez y responsabilidad

"Los periodistas ucranianos –señalan algunos de sus principales directivos– estamos muy orgullosos del trabajo que hacemos, sobre todo de esa labor didáctica con la población por la defensa del país. El Gobierno de Zelenski no nos presiona apenas para orientar nuestras informaciones porque saben que actuamos con sensatez y responsabilidad. Utiliza sus medios para determinada propaganda, pero no los medios privados. Tienen confianza en nuestro trabajo y lo hemos demostrado aun a costa de mucho sufrimiento".

Allí donde los rusos han logrado ocupar de forma sangrienta zonas de Ucrania, han liquidado la prensa local y han matado, detenido y torturado a periodistas que se han resistido a ser silenciados. Más de cien informadores han sido víctimas de las atrocidades rusas y una docena de ellos, asesinados.

Saben, pues, lo que se juegan. Oksana Brovk: "La agresión de Rusia es un ataque contra las democracias. Por eso es importante que Europa esté siempre a nuestro lado. No nos podéis olvidar. Vamos a ganar. No sé cuándo ni cuántos estaremos para contarlo, pero la victoria será nuestra".

En la historia negra del periodismo hay muchos casos de complicidad de los gobiernos con la prensa en situaciones bélicas, mezclando sin pudor mentiras y propaganda interesada a costa de intereses bastardos. Entre ellos están los muy conocidos embustes de los magnates americanos William Randolph Hearst y Josep Pulitzer, para desencadenar en Cuba la guerra de 1898 entre Estados Unidos y España. O el deplorable episodio de la Radio Televisión Libre (RTLM) de Ruanda, conocida también como la ‘radio del odio’, que en connivencia con el Gobierno de los hutus alentó el genocidio de la etnia tutsi en 1994. Este año se cumple el trigésimo aniversario de esa matanza que asesinó a más de 800.000 personas.

Pero hay otro ejemplo interesante que, en este caso, y a diferencia de los anteriores, arroja lecciones muy sugestivas y positivas tanto para políticos como para periodistas. El 19 de mayo de 1940, apenas ocho meses después de iniciada la II Guerra Mundial, Winston Churchill había tomado los mandos del Gobierno británico y pronunció su primer discurso radiado por la BBC. La situación era desesperada. El Ejército nazi, el más poderoso que hasta entonces había conocido el mundo, avanzaba incontenible. Asolada Polonia, ya se habían rendido Bélgica y Holanda. Las tropas francesas iban en desbandada y sus hombres desertaban por miles. Gran parte del Ejército británico y sus aliados, más de 300.000 hombres, estaban a punto de ser aniquilados en la ratonera de Dunkerque. La invasión de Gran Bretaña podía producirse en cualquier momento y sin posibilidad de contenerla.

Y en una situación tan terrible, ¿qué se les puede decir a los ciudadanos?, debió de pensar el primer ministro antes de ponerse delante del micrófono.

Churchill mintió. Aseguró que la invasión era mucho menor de lo que parecía y que franceses y británicos, unidos, avanzaban en un sólido contraataque. Nada que temer. Pero todo eso era pura fantasía, a pesar de que, gracias a una insólita e imaginativa estrategia de retirada, se salvaron cientos de miles de vidas.

Cuando su propio Gobierno y el rey Jorge VI le echaron en cara aquella sarta de mentiras, Churchill dijo que había intentado ‘inspirar’ a sus compatriotas e infundirles "un espíritu animoso" que ellos aún no sabía que tenían. Pero se culpó de haber hecho pura propaganda falsa desde el principal medio de comunicación británico, ni más ni menos.

Churchill se arrepintió de esa mentira durante toda su vida. El legendario político británico aceptó con humildad el ‘rapapolvo’ –lo recuerda en sus memorias– que le propinó el rey Jorge VI, otro de los héroes de la resistencia contra la barbarie, y grabó a fuego lo que le dijo: "Primer ministro, si usted miente deliberadamente a los ciudadanos está haciendo lo mismo que el enemigo. Se está poniendo a su altura. Y no somos iguales; gane quien gane, la historia debe saber que no éramos iguales".

Y Ucrania y Rusia efectivamente no son iguales. Democracia y dignidad frente a totalitarismo y deshonor.

Cerca de mil jóvenes soldados yacen en el llamado ‘Campo de Marte’, en la localidad de Lviv (Ucrania).
Cerca de mil jóvenes soldados yacen en el llamado ‘Campo de Marte’, en la localidad de Lviv (Ucrania).
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Lugares que sobrecogen el alma

En Lviv hay dos lugares relacionados con esta guerra ilegítima que sobrecogen y dan la dimensión real de la maldad de la invasión. Uno es un cementerio abierto, sin muros –que se extiende a lo largo y ancho de una explanada junto al camposanto de la ciudad– donde reposan cerca de mil jóvenes soldados muertos en combate. Todos ellos están enterrados, en unas tumbas delimitadas por unos cercos bajos de madera y, sobre ellas, banderas ucranianas, faroles de luz y unas grandes fotografías con el retrato de los combatientes. Le llaman el ‘Campo de Marte’ por su carácter militar y allí acuden sus familiares a rezarles.

El segundo lugar es el Hospital de Rehabilitación Militar, donde están ingresados cientos de víctimas militares y algunas civiles, incluso niños, con graves mutilaciones de las extremidades por efectos de los ataques. Lisiados para toda la vida. Es un anexo del edificio principal del hospital de Lviv y están ambos comunicados a través de una pasarela acristalada que ha sido bautizada como el ‘puente de la vida’. Si cuando llegas herido y te atienden en el edificio principal, luego te trasladan al Centro de Rehabilitación a través de la pasarela, eso significa que tienes esperanzas de seguir viviendo.

En un pequeño despacho de este centro trabaja una joven médica. Se la ve muy concentrada frente a unas pantallas en las que se aprecian estudios neuronales, que sirven para valorar, en función de las tonalidades de las imágenes, la situación de tensión emocional de los heridos y aplicar luego el tratamiento adecuado tanto en lo físico como en lo mental. Esta mujer es un ejemplo de profesionalidad, de fortaleza y abnegación. Fue capturada por los rusos en el inicio de la guerra. Fue violada, torturada y puesta en libertad meses después de su cautiverio en un canje de prisioneros. A pesar del trauma que sufría pidió ir a trabajar a este hospital para ayudar a unos heridos que llegan en tropel cada día.

Un soldado ucraniano mutilado, en el Hospital de Rehabilitación Militar de Lviv
Un soldado ucraniano mutilado, en el Hospital de Rehabilitación Militar de Lviv
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La atención a la víctimas es intensa tanto desde el punto de vista médico como psiquátrico. El doctor Oleh Berezyuk, jefe de Psiquiatría del centro, recuerda lo que le dijeron unos colegas estadounidenses: "Tened cuidado. En la guerra del Vietnam tuvimos casi más bajas después de la guerra por suicidios que durante los combates en ese país asiático".

Han tomado buena nota. Con los heridos que pasan el ‘puente de la vida’ uno de los objetivos es ayudarles a recuperar el equilibro emocional y las ganas de vivir, mediante múltiples técnicas psiquiátricas. "Un ejemplo claro de una evolución positiva –explican en el hospital– fue la de un soldado y sus pinturas. Recién llegado del frente, con una de sus extremidades mutilada, su primer dibujo fue un montón de rayas rojas inconexas, irregulares, caóticas, trazadas con mucho nerviosismo. A las semanas, su segundo dibujo representaba, también en rojo, muchas caritas que reflejaban miedo, terror…. Y el tercer dibujo, también días después, estaba dividido en dos partes. En una de ellas, en color rojo, una gran cara que, con trazos muy simples, parecía el famoso ‘Grito’ de Munch; y en la otra, ya con colores varios, una casa, una pradera y unos animales que pastan. Estaba en plena recuperación emocional, pero sin olvidar los horrores que había sufrido".

El doctor Oleh Berezyuk, un hombre que transmite energía y confianza, reconoce, no obstante, que las situaciones son muy dolorosas. "Nosotros trabajamos con ellos a diario y también tenemos pesadillas. Nos cuesta conciliar el sueño. Yo he pasado días enteros sin poder dormir. Pero nos sobreponemos igual que ellos. Hay que seguir viviendo, y con ilusión. Lo importante es que esta guerra acabe cuanto antes".

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