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Adiós al Gol Sur del campo del Real Zaragoza: así se construyó La Romareda hace 67 años

En menos de un año, 350 obreros de la empresa Agromán levantaron el estadio, que costó 16 millones de pesetas.

Obras de construcción del estadio de La Romareda.
Obras de construcción del estadio de La Romareda.
Archivo Heraldo

Hasta que se construyó La Romareda, los alrededores del actual estadio servían como circuito de tráfico para los exámenes del carné de conducir. Se llegaron a ubicar, también allí, las ferias de las Fiestas del Pilar. Era 1957, y se construía a las afueras de la ciudad el campo donde, sin apenas cambios, ha jugado el Real Zaragoza durante 67 años.

Antes de la Romareda, hubo siete campos en Zaragoza. El primero, en 1903, fue el del Sepulcro, situado entre Anselmo Clavé, el paseo de María Agustín y Sacramento. En él se disputó en 1918 el Campeonato de Aragón, que ganó el Iberia. En el de la Química (1913), en el cruce de los paseos María Agustín y Echegaray y Caballero, se utilizaron las primeras porterías reglamentarias. 

Unos 260 alemanes fundaron otro campo, en 1916, donde está ahora el colegio Compañía de María y en el campo del Arrabal (1922), se habilitaron 8.000 localidades en San Juan de la Peña. Hasta 20.000 asientos llegó a tener el campo de Torrero, el estadio del Iberia, que tras la disolución del club, en 1932, empezó a alojar al Real Zaragoza. Este equipo comenzó jugando en el campo de la calle Asalto (1924), junto al parque Bruil, con capacidad para 19.104 y gradas construidas con madera del antiguo hipódromo.

La vieja Romareda surgió por los graves problemas de estructura, seguridad y accesos que tenía el estadio de Torrero. Se llegó a llamar el ‘campo de los incrédulos’ porque no convencía a los seguidores el traslado a las afueras de Zaragoza. Cesáreo Alierta, entonces presidente, planteó hacer un campo nuevo, y alentó al alcalde Luis Gómez Laguna a sumarse al proyecto.

Eran los años de la emigración a Zaragoza desde el resto de Aragón. Al elegir la ubicación, se apostó por antiguos terrenos agrícolas al sur de Zaragoza que, con el paso del tiempo, se fueron reconvirtiendo a un uso residencial. Detallaba HERALDO entonces cómo tardó once meses en gestarse la obra, hasta que el 18 de septiembre de 1956 la explanada contigua al Convento de Jerusalén se llenó de camiones y excavadoras para iniciar la construcción del campo.

A seis metros de profundidad se colocó la primera piedra de La Romareda, y en menos de un año, 350 obreros, de Agromán SA, removieron 80.000 metros cúbicos de tierra para hacer realidad el proyecto diseñado por el arquitecto Francisco Riesta. El campo costó 15.979.016 pesetas de las de entonces (unos 96.000 euros). La nueva Romareda requerirá entre 148 y 155 millones.

Un estreno con victoria

El 8 de septiembre de 1957 se inauguró el estadio con victoria del Real Zaragoza ante el Osasuna (4-3). Desde entonces, el estadio ha sufrido tres grandes remodelaciones. En 1977, se amplió su capacidad en 10.000 espectadores y se colocaron las cubiertas. Para ser sede del Mundial de 1982, se incorporaron torres de iluminación y videomarcadores. El 1994, todas las localidades pasaron a ser de asiento y se quedó el aforo máximo en 34.506.

Un informe del arquitecto jefe del servicio de Conservación de Equipamientos del Ayuntamiento de Zaragoza alertó en 1999 de que se debían afrontar obras "con carácter urgente" en el campo. Dio pie a un carrusel de proyectos de estadios, el de Ricardo Bofill (2002) de 54 millones; el de Carlos Lamela (2004) de 70,7; el del aragonés Joaquín Sicilia (2008) con 43.170 butacas y en San José, todos ellos fallidos.

Por eso este 2 de junio marca un hito en la historia de la ciudad. Más de 67 años después del estreno, el Real Zaragoza cierra la temporada ante el Albacete, y será el último en La Romareda tal y como se conoce ahora. La próxima temporada ya no estará el Gol Sur. La transformación del campo en una «olla a presión» blanquiazul con 43.184 butacas proyectada por César Azcárate habrá comenzado. Para ver el resultado habrá que esperar. Las porterías, que se conservarán, serán el nexo entre la Romareda del futuro y la actual.

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