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Los penúltimos trashumantes llegan al Pirineo: "La mayor parte de la ruta vamos mi mujer, el perro y yo"

"Las ovejas son mi vida", defiende Carlos Orensanz, que va de Sangarrén al Ibón de Ip para pasar el verano con sus 1.000 cabezas de ganado.   

El ganadero Carlos Orensanz y su mujer cruzando Jaca con sus mil ovejas y 50 cabras la semana pasada.
El ganadero Carlos Orensanz y su mujer, cruzando Jaca con sus 1.000 ovejas y 50 cabras la semana pasada.
Heraldo

Los 100 kilómetros que separan Sangarrén de Canfranc se suelen  recorrer en una hora y 17 minutos en coche por carretera (la A-23 y la N-330), pero hay quien hace esa misma ruta acompañando a sus 1.000 ovejas y tarda siete días en llegar. Son los “penúltimos” trashumantes, como Carlos Orensanz, de 53 años, que lleva desde 1997 repitiendo ese recorrido. En ese camino solo encuentra dificultades como los usuarios del campo de golf de Nueno o el tránsito de vehículos por Huesca, el puerto de Monrepós y Jaca.

“Somos los últimos de Filipinas, pero llevo haciendo esta costumbre de la trashumancia desde los 14 años porque mi padre ya era ganadero y venía del valle de Hecho”, relata Carlos Orensanz, conocido como ‘Chilica’, el apodo de la casa de su padre. Su madre era de Guasa, donde él se ha crió. “En el invierno bajábamos a Huesca y ahora tengo una explotación ganadera en Sangarrén, desde donde salgo con 1.000 ovejas y 50 cabras. Yo vivo donde están los animales”.

Tiene muy marcado el recorrido porque se prepara con los animales cuando cruza los lugares transitados por coches. Su primera etapa le lleva cuanto más cerca posible de Huesca, “para poder pasar temprano al día siguiente”, después de llamar a los municipales de la Policía Local, que les ayudan. “Vienen varios amigos ganaderos que me ayudan porque pasar por Huesca, donde hay camiones o coches, es complicado y puedes extraviar ovejas”, relata.

Al principio, cuando se estrenó iba con su padre y un amigo de Los Pintanos, que ya falleció. Ha ido cambiando con sus acompañantes, ahora va con “un chaval de Castiello”, con su mujer, Blanca, y los colegas de Canfranc como María José Izuel y su marido, que le acompañan hace años.

Chilica describe que como él solo conoce a “cuatro o cinco ganaderos”  que todavía hacen este viaje de la trashumancia, pero cada día “va a menos” y sus hijos ya no siguen este camino que le ha marcado. “Nos están comiendo las cabañeras reales que puede tener 75 metros y hay lugares por los que pasamos que apenas tienen seis (la zona del golf de Nueno). Eso es vergonzoso. Estorbamos por todos los sitios y nos lo quitan”, lamenta estas dificultades en estos recorridos históricos para los animales.

La alternativa es que lleven las ovejas en camiones en lugar de que hagan su ruta. Pero los que se mantienen en su cultura de las cabañeras acaban pagando parte del recorrido, que les reducen a través de los agricultores o los municipios. “Si pisas una zona parece que eres un delicuente, pero si fueras con tus derechos reales igual tienes lugares con 20 o 40 metros reducidos y allí no lo ven de la misma manera”, critica.

Paso de las ovejas por el pueblo viejo de Canfranc.
Paso de las ovejas por el pueblo viejo de Canfranc.
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El parto de las ovejas 

La apuesta de los trashumantes suele ser dejarlos en el Pirineo tres meses veraniegos porque luego las ovejas “empiezan a parir” y “así sacan algún cordero para Navidad”, pero en esos días tienen que haberlos bajado a su nave de Sangarrén. “Cuando iba con mi padre, a mitad de agosto sacaba los que estaban para parir y yo me quedaba hasta después del Pilar, pero ahora como voy solo tengo que subir y bajar con todas”, detalla.

Mi mujer me ayuda a los cruces de la carretera o algún paso malo, al venir con la furgoneta por si se nos queda alguna oveja, y llevarme la comida. Voy con el perro y así lo solucionamos todo”, reconoce Carlos Orensanz, quien tiene amigos por todo el camino y le ayudan siempre en esa semana de recorrido desde Sangarrén al Ibón de Ip.

Tiene muy claro que su trabajo “es muy sacrificado” y “el peor visto y menos valorado”, pero ‘Chilica’ también defiende: “Las ovejas son mi vida”. Sostiene que si volviera a nacer en un 90% volvería a ser ganadero todos los días, con mucho orgullo porque trabaja para él, aunque no ha querido que sus hijos sigan su recorrido, aunque el mayor le acompañó al principio.

“Si la familia te comprende y te apoya, te lo has ganado todo”, apunta. “Los hijos pueden ser barrenderos, guardia civiles, abogados o veterinarios, pero esta profesión está muriendo y encima nos machacan a inspecciones porque parecemos delincuentes”, critica.

Me he criado en las patas de las ovejas y las cabras desde pequeño. Soy más feliz cuidándolas en el Ibón de Ip una tarde que otros viendo el fútbol o yendo al circo”, compara. Aunque el domingo se pudo dar el homenaje de ver la final de España-Inglaterra, “el único partido” de todo el campeonato.

Rebaño de Carlos Orensanz en su paso por Huesca la semana pasada.
Rebaño de Carlos Orensanz en su paso por Huesca la semana pasada.
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Cruzar Huesca, el Monrepós y Jaca 

Recorren Huesca por la calle Doña Sancha, la rotonda de los Olivos, el Palacio de Congresos, la zona de los danzantes, el puente del Isuela, el Hospital Provincial y la salida hacia la carretera de Apiés. La ruta les lleva a Yéqueda, el campamento militar de Igriés y suben hasta Nueno, donde se quedaron a dormir la segunda noche en una gravera.

Carlos Orensanz tiene muy marcada la ruta, que le lleva hacia Arguis por la carretera vieja y rodean el pantano para ir en paralelo de la autovía hasta el primer túnel. Pasa por el Mesón Nuevo hasta el túnel de la Manzaneda, donde mucha gente iba a coger agua en una fuente, y tras dormir en su tercera jornada en el Alto de Monrepós.

“La cuarta nos lleva a dormir en el pueblo de Arto, pasando por debajo de la autovía. Bajamos hasta Escusaguas, el último lugar donde han instalado el último túnel viniendo de Jaca”, describe la zona donde acaban de cruzar la semana pasada. “Entramos en la Guarguera y cruzamos por Lanave, donde está la panadería y para mucha gente. Pasamos por Hostal de Ipiés, llamamos a la Guardia Civil para que nos escolten hasta el puente de Orna. Allí dejamos la carretera, cruzamos la vía del tren y pasamos hacia Oroel”.

Paso del rebaño de Carlos Orensanz por Canfranc el pasado fin de semana.
Paso del rebaño de Carlos Orensanz por Canfranc, el pasado fin de semana.
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Las últimas jornadas les llevan desde Arto a Barós, tras pasar por una pardina y los pueblos de Ara, Binué y Navasa, cruzar por la pista de hielo de Jaca. La penúltima va desde Barós a Villanúa, con los guardias civiles que les ayudan a pasar el centro de Jaca por la avenida de Francia y el camino de Santiago que recorre “la cabañera” (ruta para el ganado).

“Este año hemos tenido que hacer el recorrido por la carretera desde Torrijo a Castiello porque la cabañera estaba intransitable”, reconoce. Pasa la penúltima noche en Villanúa y le acompañaban a llegar hasta Canfranc, el destino definitivo porque se instalan en Ibón de Ip, después de cruzar por la zona de las grutas y el cementerio del pueblo viejo, que se cruza por en medio y pasan por la ruta de los peregrinos, subiendo hacia el destino definitivo.

“Vienen amigos de Guasa, donde me crié, o José Ángel, un socio que tengo en Castiello, para ayudarme porque por el camino de Santiago no se puede pasar sin ellos ya que está pegado a la carretera. Tenemos que ir cinco o seis para ese recorrido”, reconoce. “Aunque el 90% de la ruta vamos mi mujer, el perro y yo”.

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