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Viaje al interior de la presa de la Cuerda del Pozo

La Cuerda del Pozo cumple este año su 75 aniversario, un periodo que se resiste a revelarse entre los angostos pasillos que recorren el interior de la presa.

Un guión, a poco más de un metro desde la base de la puerta de la galería más profunda, recuerda la noche del 13 al 14 de febrero. "¡Sí, el día de los enamorados!", recuerda Félix Esteban. La cita, no obstante, ni tuvo cena para dos, ni vino tinto, ni un par de velas. La intensa lluvia que cayó en apenas unas horas, unidas a las precipitaciones anteriores, hubiese hecho imposible mantener viva esa llama del amor, aunque fueron más que suficientes -"una barbaridad, de hecho"- para dejar en alerta toda la noche a los cuatro técnicos que trabajan en el Embalse de la Cuerda del Pozo. "Eran las 11 de la noche y no paraba de llover; imagina…", relata el encargado de la septuagenaria infraestructura que, en aquella jornada, alcanzó el 96,12% de los 248,7 hectómetros cúbicos que configuran su capacidad total. Una cifra que no se había registrado en los ocho años que este burgalés lleva trabajando en el pantano y que obligó a activar el aliviadero de emergencia.


"Llegamos a soltar 110 metros cúbicos por segundo", una vez que el volumen hubo superado con creces los poco menos de 200 hectómetros cúbicos de resguardo, el límite que marca la experiencia previa y que otorga un máximo de capacidad para cada día del año. Fue una noche "dura", recuerda mientras justifica esa salida extraordinaria de agua: "Si no hubiese estado (la presa), toda esa lluvia hubiera ido directamente a los cauces, de vez, no hubiera habido manera de regularlo". Su labor, al fin y al cabo, junto a la de servir como abastecimiento de boca y riego y como generador hidroeléctrico. Lo cuenta, además, con la gráfica delante, desde el despacho en el que controlan día a día una veintena de variables entre las que se encuentra desde la evaporación del agua hasta lo que se separan las juntas de las moles de hormigón que, el pasado jueves, sostenían 229,8 hectómetros cúbicos, lo que supone un 92,4% del total.


"El agua siempre va hacia delante", advierte. Tanto que a través del hormigón el pasado jueves se filtraban 15 litros por segundo. De hecho, si hubiese que cuantificar en agua lo que dura este reportaje, llegaría el lector a la firma habiendo ‘consumido’ más de 3.600 litros en unos cuatro minutos. Lo que, a dos de ellos al día, le daría para beber durante casi cinco años.


Más allá de los números o, mejor dicho, nada más lejos, ese ‘derroche’ puede parecer incluso excesivo al ojo inexperto, pero "es algo muy normal". El agua busca su hueco y se cuela entre los poros de la presa dejando tras de sí un residuo calcáreo que cubre las paredes de las galerías que recorren el embalse por dentro. El resultado, antes de los trabajos de limpieza que realizan en invierno, es un escenario polar en el que las estalactitas crecen del techo al suelo en apenas unas semanas.


Bajo los dos carriles que ahora cruzan la presa, a solo seis metros de los millones de litros de agua que parecen reposar imperturbables a un lado de la construcción, el basto y pesado hormigón se abre para dejar paso a los técnicos. Allí, entre pasillos que parecen no tener un final, se suceden diferentes aliviaderos que no dejan de recibir agua y algunos de los medidores que registran minuto a minuto "el estado de salud de la presa". Estos, conectados de forma directa a la red informática, esperan pacientes a que se produzca cualquier incidencia o la visita de uno de estos expertos para realizar las comprobaciones manuales. En el ordenador de la oficina, abajo en la pantalla, lo ponía claro: "0 alarmas".


Casi 75 años después de su inauguración, el 9 de septiembre de 1941, el embalse "ha de realizar su función como el primer día". Esteban, como sus compañeros, se encargan desde los engranajes de las compuertas hasta de la última bombilla. "Somos como médicos", resume, y por peculiar que resulte lo cierto es que buena parte de su trabajo consiste en "auscultar" el hormigón. Para ello se toman muestras, se hacen agujeros y se inyectan productos que acaban con las posibles grietas que el agua haya podido crear a lo largo del tiempo en su intento por encontrar una salida. "Creo que la última vez que lo hicimos fue en 2010 o 2009, ahora ya está previsto de nuevo y, cuando podamos, lo tendremos que hacer otra vez", adelanta con toda la tranquilidad que aporta la experiencia, a pesar de que reste un metro entre sus pies y un chorro de agua que fluye con fuerza desde el techo.


Allí dentro siempre hace frío, tanto que "en verano es incluso peligroso", por el cambio de temperatura. El escenario es, como poco, singular. Una vez abierta la verja, la galería superior se descubre interminable. Las luces blancas, tenues, que se disponen equidistantes en el techo, invitan a avanzar, a pesar de que en ocasiones "las corrientes de aire son bastante fuertes". Sorprende lo rudimentario del encofrado, aunque, "claro, es que ya tiene sus años". La funcionalidad, en cualquier caso, "es la misma" y no cuenta con fecha de caducidad. Una suerte porque, si la presión en ese pasillo no fuese suficiente, en la galería inferior, la perimetral, a pie de presa, la situación no parece más halagüeña cuando se hace necesario saltar algún que otro desborde.


La situación está "controlada", entre otras cosas porque allí donde parece difícil entrar, donde el frío cala los huesos y las goteras empapan a quien se cruce en su camino, se adentran niños de los colegios y expediciones urbanas que buscan saciar su curiosidad. Todo un descubrimiento. Aún así, acercarse a la caseta de válvulas del desagüe intermedio, o ver cómo avanza con fuerza el agua al salir por el desagüe de fondo -que imita la forma de las conocidas ‘cuerdas’- no dejan de ser una experiencia que hace de lo cotidiano algo singular.

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