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"A l'ombra del poder", la biografía de Marta Ferrusola que Pujol quiso evitar

Este libro vio la luz gracias a grandes dosis de perseverancia frente a la oposición y recelo de su marido.

Marta Ferrusola junto a su marido Jordi Pujol
Marta Ferrusola junto a su marido Jordi Pujol
Europa Press

Corría el año 2004 cuando presenté la primera biografía autorizada de quien durante 23 años había sido la primera dama catalana, "Marta Ferrusola. A l'ombra del poder", un libro que vio la luz gracias a grandes dosis de perseverancia frente a la oposición y recelo de su marido, Jordi Pujol.

Como redactora de la sección de televisión de la delegación de Cataluña de la Agencia EFE seguía junto a mi equipo de cámaras los desplazamientos que el político catalán realizaba por toda Cataluña.

En una de esas coberturas un día, sin pensarlo mucho, le pregunté si le parecería bien que yo escribiera un libro sobre su esposa, el que sería mi primer libro. La respuesta fue tajante: "de ninguna manera". Y dio el asunto por zanjado.

Pensé después que, en todo caso, quien debía rechazar la oferta tenía que ser ella, y no cejé en el empeño. Meses más tarde, en una recepción oficial por la Diada de Sant Jordi, entre chocolate con churros y en medio de muchísima gente, me acerqué a ella, me presenté y se lo planteé.

Yo era una periodista anónima, le costó trabajo poder oír mi nombre entre la multitud que nos rodeaba, así que nos apartamos un poco de la muchedumbre y le presenté mi proyecto: sería un libro biográfico de su vida, su familia y su entorno, junto al hombre más poderoso de Cataluña.

Marta Ferrusola escuchó con atención mi propuesta y sonrió. De momento no había dicho no, así que tenía medio partido ganado, sólo había que acabar de convencerla.

Le seguí explicando cómo podríamos hacerlo, en qué contexto y situación aprovechando que llegaba una nueva convocatoria electoral, ante la que Pujol ya había anunciado que no se presentaría. Eso quitaba hierro a nuestro asunto...

En algún momento de la conversación me dijo: sí, de acuerdo. Supe que tendría que lidiar ahora con el president y diseñamos entre las dos la jugada: ella se encargaría de decírselo a su marido, ella lo convencería, ella se merecía un libro.

Recuerdo que en nuestra primera cita, un primer martes, grabadora en mano, el president aún no sabía lo que ambas tramábamos, hasta que al tercer martes me dijo que Pujol ya se había enterado, y que seguiría muy de cerca todo lo que escribiera; así que acordamos reunirnos martes con ella, jueves con él, en una de las muchas estancias del Palau de la Generalitat, sentados en una amplísima mesa oval.

Tuve la sensación de que dejé de caerle simpática al president, ante lo que consideraba como un problema: su mujer se había encaprichado de su libro y yo en escribirlo. A él le daba cierto pavor lo que Marta pudiera decir o insinuar, porque cualquier declaración fuera de tono hubiera supuesto una tormenta social y política, y no hubiera sido la primera vez que ocurriera.

Transcurrió mayo, junio y julio. El president podía corregir datos, fechas, cantidades, lugares... pero nunca valoraciones personales de su esposa. Marta le mostró los límites desde el primer momento. Era su libro y él no tenía que interponerse, y Pujol evidenció tener respeto ante aquel paso.

Sin embargo, el último jueves de julio Pujol sentenció: "Maribel, efectivamente creo que Marta debe tener un libro, pero no creo que seas tú quien debas escribirlo". Presentí que tres meses de trabajo se desvanecían, y como nada tenía que perder ya, decidí darle mi opinión al president.

"Mire president, este trabajo lo he iniciado yo y yo lo acabaré. Y en todo caso su mujer ya es mayor de edad desde hace años y que sea ella quien decida, mientras tanto, con o sin su supervisión, acabaré el libro", le espeté.

El 'molt honorable' se levantó de la mesa mientras yo permanecía sentada y al final comentó: "dejemos pasar agosto, vámonos de vacaciones y veremos qué pasa".

Septiembre llegó y se reanudaron los encuentros entre Marta Ferrusola y yo. Nadie supervisaba el trabajo hasta que un día una secretaria de Jordi Pujol me dijo que el president quería verme y este me indicó que quien supervisaría a partir de entonces el contenido del libro sería su hijo Josep.

"Marta, ¿se da cuenta de que está hablando con una periodista que quiere publicar un libro con todo lo que le cuente y que está grabando todo?", quise advertirle un día, pero ella parecía ajena a cualquier posible consecuencia.

Ni que decir tiene que su hijo Josep tuvo trabajo en sugerir cambios en los a veces desmesurados comentarios de su madre, que abarcaban todos los ámbitos: entorno político o familiar, social, política española e incluso aclaraciones sobre tratos, pactos, acuerdos judiciales, económicos, de partido...

Consideré que mi labor no consistía en cuestionar a una familia ni un sistema, sino en explicar la vida de una mujer y la de un presidente bajo la sombra de una mujer extremadamente fuerte, decidida, autoritaria y práctica a quien no parecía preocuparle ni asustarle nada.

Y llegó el 16 de abril del 2004. Se presentó el libro, publicado por Columna, sello del grupo Planeta, y Marta Ferrusola dio grandes titulares. Aseguró que a CiU le habían robado el gobierno... "como si hubieran entrado en tu casa y te hubieran revuelto los armarios..." La biografía en sí, quedó en un segundo plano...

Diez años después, el 25 de julio de 2014, Jordi Pujol reconoció que tenía dinero sin declarar en el extranjero. En una carta, el expresidente catalán asumió toda la culpa y pidió perdón “ante quienes se hubieran podido sentir defraudados”.

Y de nuevo, la sombra de Marta detrás del asunto. Me llamaron de varias cadenas de televisión, radio, prensa escrita... querían saber si ella estaba realmente tan detrás de todo ese asunto como parecía.

Hay cosas que no voy a explicar, pero en la jornada del referéndum del 9 de noviembre de 2014, cuando me tocó cubrir al matrimonio en el momento de ejercer su voto, un expresidente casi senil y una Marta destronada quisieron hablar conmigo. Ella me preguntó si yo había contado algo. "No, Marta, le aseguré". Ella sonrió y con un gesto, como si cerrara simbólicamente la cremallera de una boca me dijo: ¡tú, chitón!.

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