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bio, bio, ¿qué ves?

A tu microbiota no le gusta la Salmonella: estas son las técnicas que usa para combatirla

Las toxinas que produce la bacteria intestinal Klebsiella oxytoca evitan que la bacteria Salmonella colonice el tracto intestinal, según se ha observado en ratones.

Klebsiella oxytoca, al microscopio electrónico
Klebsiella oxytoca, al microscopio electrónico
Mathias Müsken

Ahora que llegan las vacaciones, vuelven los picnics en montaña, piscina y playa, en busca de esa sensación de bienestar y relajación que, por algún motivo, solo se consigue a la orilla de una masa de agua en los meses de verano. Vuelven los tuppers con tortilla de patatas, pechuga empanada y ensalada de pasta que nos acompañan desde el interior de la mochila, aguardando pacientemente el momento de ser devorados a la sombra de algún árbol agradable. Y también vuelve el riesgo de intoxicación alimentaria si, por un descuido, no guardamos la comida en condiciones adecuadas.

Cuando nos llevamos la comida de aquí para allá debemos tomar precauciones para evitar que proliferen en ella microorganismos que puedan hacernos daño. Por eso, siempre debemos asegurarnos de cocinar bien los alimentos, evitar contaminaciones cruzadas en la cocina (por ejemplo, no usando el cuchillo con el que hemos cortado carne cruda para después cortar el tomate que nos comeremos tal cual en la ensalada) y manteniendo la cadena del frío. 

Esto último puede ser lo más complicado si vamos de excursión, ya que la nevera puede quedar expuesta al sol sin que nos demos cuenta o, quizá, la abramos y cerremos muchas veces para coger alguna bebida fría, lo que hace que baje la temperatura interior.

Si la comida no se conserva en frío, puede que bacterias, virus y otros parásitos puedan aprovechar la ocasión para crecer y, cuando nos comamos esa tortilla de patata que tanto nos apetece, acaben en nuestro cuerpo sin que seamos conscientes. Poco nos durará esa feliz ignorancia de no saber que hemos comido microorganismos patógenos o sus toxinas, os lo garantizo. Vais a estar maldiciendo a esa tortilla y a vuestra nevera de chichinabo desde el cuarto de baño, por lo menos, durante un par de días.

Por suerte para nosotros, además de con neveras portátiles y otros sistemas para garantizar que nuestra comida aguanta bien durante la excursión, en nuestro tracto digestivo habitan unos aliados que no se lo van a poner nada fácil a los invasores. Se trata de nuestra microbiota intestinal.

Junta vecinal para expulsar a los vecinos molestos

Nuestro cuerpo sirve de hogar para millones de microorganismos. Los más populares (y abundantes) son las bacterias, pero podemos encontrar también virus y hongos, entre otros. Esta comunidad de microorganismos se extiende por todo el organismo, aunque son mucho más abundantes en el intestino y la piel que en otras regiones. 

A cambio de cobijo y sustento, estos microorganismos nos proporcionan ciertos beneficios a nosotros, sus humildes caseros. Por ejemplo, algunas de las bacterias intestinales producen vitamina K, que generosamente nos ceden, y que tiene una función clave en la coagulación sanguínea. Así pues, la microbiota mantiene con nosotros una relación simbiótica, en la que ambas partes salen beneficiadas.

Resistencia a la colonización

Otra de las funciones más relevantes de la microbiota es impedir el acceso de microorganismos potencialmente dañinos para nosotros. Esto recibe el nombre técnico de ‘resistencia a la colonización’, que vendría a ser el equivalente a impedir que unos vecinos molestos se muden a tu bloque de pisos. Si nos paramos un segundo a reflexionar sobre ello, que la microbiota residente evite que otros microorganismos potencialmente dañinos se instalen en el edificio tiene todo el sentido del mundo.

Piensa por un momento en el (desagradable) efecto que tiene una intoxicación alimentaria, causada por un patógeno que se ha decidido alojar en nuestro intestino. No vamos a ser capaces de retener la comida durante un par de días, lo que, de rebote, hace que nuestra microbiota también se quede sin su pensión completa. Es por ello que van a desarrollar estrategias para tratar de evitar o mitigar que los patógenos se queden en nuestro tracto intestinal.

Klebsiella oxytoca y su animadversión hacia la Salmonella

En un estudio reciente, un equipo de investigación se ha centrado en estas estrategias que desarrolla el equipo microbiano local para derrotar al rival. En este caso, han escogido a la Salmonella como microorganismo invasor. Esta bacteria nos puede causar salmonelosis, una enfermedad que puede producirnos fiebre, diarrea y calambres intestinales, pudiendo llegar incluso a ser necesaria la hospitalización para evitar una deshidratación severa. 

Podemos contraer esta enfermedad al consumir alimentos con huevo crudo o poco cocido, algunas carnes, leche no pasteurizada o agua no potable. Es por eso que esta enfermedad es un clásico del verano, cuando ciertos alimentos no se conservan adecuadamente o te vas de viaje a un país que no tiene los mismos estándares en cuanto a la calidad del agua potable.

Pues bien, en esta investigación se ha encontrado que la Salmonella puede tener a una férrea enemiga en nuestro tracto intestinal. Se llama Klebsiella oxytoca, una bacteria que forma parte de la microbiota intestinal humana, especialmente durante la infancia. Curiosamente, tampoco es que esta bacteria se lleve especialmente bien con nosotros, sus hospedadores, ya que produce unas toxinas que nos causan daño. No obstante, parece que esta gruñona bacteria también puede usar sus toxinas para el bien y encargarse así de que la Salmonella no asome su fea cabeza por nuestro tracto digestivo.

En esta investigación, gracias a una combinación de experimentos en ratón y estudiando el comportamiento de la bacteria fuera de un hospedador, se ha podido observar que la producción de estas toxinas por parte de K. oxytoca depende de su dieta. En concreto, los carbohidratos simples parecen promover la producción de la toxina. Por el contrario, una dieta más bien pobre en azúcares, la evita. Además de contar con este mecanismo para repeler a la Salmonella invasora, la K. oxytoca también compite con ella por los nutrientes, haciendo que se muera de hambre y no pueda reproducirse, lo que limita el daño que sufre el tracto intestinal.

Este trabajo no se busca dar con una nueva forma de controlar la infección por Salmonella, ya que cambiar a un patógeno que viene de fuera por una bacteria de dentro que produce toxinas dañinas no es que sea la solución ideal, precisamente. No, el objetivo de este estudio es entender mejor cómo nuestra microbiota puede, en un momento dado, responder a una invasión para, en un futuro, poder desarrollar estrategias para ayudarla y así minimizar el impacto negativo de estos patógenos en nuestra salud

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