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Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Ciencia de andar por casa

¿Por qué huelen tan mal los adolescentes?

No es broma. Los quinceañeros desprenden un potente olor acre. Y la explicación reside en que la composición de su sudor varía respecto a la niñez.

Al llegar a la pubertad, se produce un drástico cambio en el olor corporal.
Al llegar a la pubertad, se produce un drástico cambio en el olor corporal.
Verkeorg

Si eres adolescente, te conmino a abandonar la lectura de este texto desde ya –o mejor, a comenzarla directamente en el siguiente párrafo–, porque lo que viene a continuación con toda probabilidad te sentará a cuerno quemado (mi hija ha salido de mi despachito farfullando y dando un portazo tras leerlo). 

Por el contrario, si eres (o has sido) padre de adolescente, entonces seguro que te identificarás con lo que viene a continuación: y es que tu quinceañero hijo o hija tan pronto llega a casa se encierra a cal y canto en su cuarto –ese al que tú tienes vetado el paso, amenazador gruñido mediante– y del que solo sale en alguno de estos tres supuestos: para que le des de comer; para pedirte algo (casi siempre dinero o que implica un considerable gasto); y porque ha quedado con sus colegas. Siendo este último el único de los tres escenarios que a ti te da margen temporal suficiente para profanar su reducto con la firme intención de ventilar, recoger y adecentarlo antes de su regreso. 

Es entonces, tan pronto como accedes al interior de su cueva –la legendaria pasión por la penumbra de los adolescentes es verídica–, que un intenso, picante y acre olor invade tus fosas nasales. Un aroma con notas de queso, cabra, orina, amoniaco y almizcle, tal y como concluye un reciente estudio publicado en ‘Nature’.

¿Cómo es posible un olor así cuando tu vástago se acaba de duchar y acicalar para salir de farra? ¿Y qué ha cambiado cuando hasta hace nada tu niña desprendía un agradable olor a jabón o loción corporal con fragancia floral que invitaba a achucharle? Tú mismo (bueno, en realidad he sido yo) te has contestado: ya no es tu niña, sino que ya ha alcanzado la pubertad, con todos los cambios fisiológicos y hormonales que conlleva y que afectan de forma directa al funcionamiento y secreción de las glándulas sudoríparas y sebáceas.

Las glándulas sudoríparas, cuya principal función es la termorregulación del organismo mediante el sudor, se dividen en dos tipos: ecrinas y apocrinas (aunque algunas fuentes refieren un tercer tipo: las células apoecrinas, que pueden entenderse como una variante de las apocrinas específica de las axilas). Las primeras están distribuidas por toda la piel -salvo en localizaciones muy concretas como los labios o el oído externo– y el sudor que excretan es básicamente una mezcla de agua y sales minerales, por lo que es bastante inodoro. 

Pero las glándulas apocrinas son otro cantar: están conectadas a los folículos capilares y por ello se concentran en el cuero cabelludo y en las regiones genitales y axilas. Y su función se relaciona más con la lubricación, la protección de la piel y ¿la comunicación química social? –luego volveremos sobre esto y sobre el motivo de esta interrogación–.

Las glándulas sudoríparas apocrinas producen un sudor que incorpora proteínas, lípidos, carbohidratos y otros compuestos. En un principio tampoco presenta olor, pero lo adquiere tan pronto es excretado, por mediación de las bacterias de la piel, que lo descomponen produciendo, ahora sí, compuestos volátiles y olorosos. Y entre los que olfativamente destacan dos esteroides: el 5-alfa-androst-16-en-3-ona y el 5-alfa-androst-16-en-3-ol. El uno con un potente olor a sudor, orina y almizcle. Y el otro, que huele a una mezcla de almizcle y sándalo. La cuestión es que estas glándulas sudoríparas apocrinas permanecen inactivas hasta que se alcanza la pubertad, cuando las hormonas sexuales las activan (y cuando aparece el vello púbico y axilar).

Por otro lado, están las glándulas sebáceas, muchas de las cuales se encuentran asociadas a los folículos pilosos, y producen una sustancia aceitosa que impermeabiliza y protege la piel de agentes externos. El sebo que excreta está compuesto principalmente por ácidos grasos que, al ser liberados a la superficie, entran en contacto con el oxígeno del aire y comienzan a oxidarse transformándose, primero en aldehídos y cetonas –de un agradable olor a jabón o loción corporal con toques florales y herbales–; y, finalmente, en ácidos carboxílicos. Algunos con un olor agradable –a fruta, hierba y jabón–. Pero otros con olores un pelín más problemáticos: a queso y a cabra.

En este caso, el problema es de volumen de producción, ya que, de nuevo, las hormonas sexuales, cuya producción se dispara durante la adolescencia, estimulan la actividad de los folículos pilosos (algo que resulta visible con el aumento de vello corporal y la sustitución de la pelusa infantil por un pelo más recio y vigoroso) y, con ello, de las glándulas sebáceas asociadas. Esto supone que se liberan más ácidos grasos y, en consecuencia, se producen más cantidad de sus productos de oxidación, también de los ácidos carboxílicos. Y a mayor cantidad, más se huelen.

Pero tranquilos –adolescentes y sufridos padres de–, que la edad todo lo cura. Y una vez superada la adolescencia este pico de actividad (hormonal) sexual se estabiliza primero y, luego, poco a poco, va disminuyendo. Y con ello también el olor corporal.

Adiós al olor a rosas de tu niño

¿Cuál es la razón por la que se produce este drástico cambio en el olor corporal al transitar de la infancia a la adolescencia? Aún no hay una respuesta definitiva, pero una de las hipótesis más aceptadas es que el agradable olor corporal de los niños y niñas tiene como objetivo facilitar el afecto –y la protección– paterno. 

Y, en contraste, que el olor acre de la pubertad tiene como finalidad provocar la aversión y el rechazo de los padres hacia su prole de sexo opuesto y así evitar relaciones incestuosas. Y, al mismo tiempo, informar a otros pretendientes de que ya se ha alcanzado la madurez sexual (he aquí la comunicación química social y la explicación a los interrogantes). 

Ya sé que si uno lo piensa desde su mentalidad de progenitor, lo anterior suena en parte aberrante (lo del incesto) y en parte asusta (lo de que ya están listos y dispuestos para procrear). Pero cobra mucho más sentido y lógica si se ve desde la perspectiva del reino animal y, en lugar de en ti y en tu prole, piensas, por ejemplo, en un león y sus crías.

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