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Qué es la fiebre hemorrágica de Crimea Congo: las garrapatas, en el punto de mira

Tras detectarse el primer caso del año de fiebre hemorrágica de Crimea Congo en España, se ponen en marcha los sistemas de prevención.

Imagen de una garrapata marrón sobre la piel de una persona.
Imagen de una garrapata marrón sobre la piel de una persona.
Fundación SOS Lyme

Recientemente, se informó del primer caso del año de fiebre hemorrágica de Crimea Congo en España. En concreto, se notificó que una persona de edad avanzada, residente en la provincia de Salamanca y aficionada al senderismo, había sido ingresada en un centro hospitalario tras confirmarse el diagnóstico. Tras un par de días en el hospital, falleció. 

No es la primera vez que vemos aparecer esta enfermedad en los titulares de nuestro país. En 2010 se detectó por primera vez al patógeno que causa esta enfermedad, un virus, en garrapatas en España, más concretamente en la provincia de Cáceres. Desde entonces, se ha encontrado este virus en garrapatas no solo de Extremadura, sino también en zonas de Andalucía, Castilla-La Mancha, Castilla y León y Madrid. El primer caso de contagio de fiebre hemorrágica de Crimea Congo en España se notificó en 2016 en la provincia de Ávila. En total se han notificado 12 casos de esta enfermedad de 2016 a 2023 (13, si contamos el más reciente en Salamanca).

13 casos en 8 años no parece una cifra muy elevada ni preocupante. De hecho, a día de hoy se considera que el impacto de esta enfermedad en España es bajo. Sin embargo, es conveniente vigilar de cerca esta enfermedad, porque puede tener consecuencias graves para el afectado, incluyendo la muerte. La tasa de letalidad de este trastorno se encuentra entre el 10 y el 40%. En este artículo vamos a hablar en detalle de esta enfermedad, de cómo se transmite y qué hacer para evitar el contagio.

El virus de la fiebre hemorrágica de Crimea Congo

El responsable de la fiebre hemorrágica de Crimea Congo es, según adelantábamos antes, un virus. Se trata de un miembro de la familia Bunyaviridae, más concretamente del género Nairovirus, que es transmitido a través de garrapatas, la forma mayoritaria de contagio, o bien mediante contacto con fluidos de una persona ya contagiada. Esta segunda vía de infección es especialmente peligrosa para el personal sanitario que atiende a los enfermos o para las personas que tienen una relación muy estrecha con un afectado. 

Este virus está ampliamente distribuido por todo el mundo, siendo endémico en zonas de África, del sudeste asiático, Oriente Medio y en varios países del sur y el este de Europa. Por lo general, el virus se localiza en regiones por debajo de los 50º latitud norte, ya que son las zonas en las que viven las garrapatas que lo transmiten, pero dado que estas garrapatas se han llegado a encontrar hasta en Suecia, se sospecha que la zona de alcance del virus podría aumentar en los próximos años. Esto estaría estrechamente ligado al aumento de la temperatura global que acompaña al cambio climático.

Aunque este virus puede infectar a un gran número de animales, desde tortugas hasta conejos, los humanos somos los únicos en mostrar síntomas. Eso sí, esta enfermedad no siempre va acompañada de manifestaciones clínicas, ya que en muchos casos es asintomática. En aquellas personas en las que sí se producen síntomas, el rango de gravedad puede estar entre una febrícula leve hasta una hemorragia severa que puede causar la muerte. Se han identificado varios factores que influyen sobre el pronóstico de la enfermedad; por ejemplo, una alta carga viral, ser mayor de 60 años y presentar comorbilidades previas estarían relacionados con un mal pronóstico.

Las etapas de la enfermedad

En los casos en los que hay sintomatología, se pueden distinguir cuatro etapas. La enfermedad comienza con un período de incubación de duración variable, siendo más corto si el contagio se produce por una picadura de garrapata que por contacto directo con fluidos de otra persona enferma.

A continuación, en el llamado período prehemorrágico, comenzarían los primeros síntomas. Estos síntomas son inespecíficos, como dolor de cabeza, fiebre, mareos y malestar general, lo que dificulta identificar la enfermedad como la fiebre hemorrágica de Crimea Congo: estas manifestaciones clínicas las encontramos en muchas, muchísimas enfermedades. No obstante, en la siguiente etapa aparecen los síntomas más característicos de este trastorno, que le dan el nombre a la enfermedad. Se trata del período hemorrágico, en el que se producen hemorragias incontroladas, daño hepático, inflamación grave y otros síntomas que pueden ocasionar la muerte del paciente.

No está muy claro por qué algunas personas no llegan a desarrollar síntomas mientras que otras acaban perdiendo la vida a causa de esta enfermedad. En estudios con modelos animales se ha observado que el virus puede infectar a los hepatocitos, las células del hígado, siendo esta la causa del fallo hepático que puede poner en riesgo la vida del paciente. El virus también puede infectar a las células endoteliales que constituyen los vasos sanguíneos, provocando la disfunción vascular que sería responsable de las hemorragias.

Finalmente, el virus también parece ser capaz de infectar a algunas células del sistema inmunitario, como los monocitos o los macrófagos, lo que afecta a cómo el cuerpo del paciente puede enfrentarse a la enfermedad. Además, también se ha observado que una respuesta inflamatoria excesiva por parte del sistema inmunitario puede agravar los síntomas y aumentar el riesgo de muerte.

En cuanto a las opciones de tratamiento, no existe ninguna terapia específica frente a esta enfermedad. Las estrategias terapéuticas actuales se enfocan a impedir la replicación del virus o bien a modular la respuesta inmunitaria del propio paciente, para así reducir el riesgo de que sea el propio cuerpo el que cause daños irreparables. Dado que los fármacos con los que contamos para tratar esta enfermedad tienen un éxito limitado, se están invirtiendo muchos esfuerzos en desarrollar vacunas para administrarlas en las regiones donde la enfermedad es endémica. Además de esta forma de prevención, contamos con otro sistema para evitar el contagio que resulta de lo más eficaz: protegernos contra las picaduras de las garrapatas.

Las garrapatas, en el punto de mira

Quienes tengan perro, seguro que conocen de sobra los riesgos para la salud de estos desagradables insectos, ya que su picadura puede transmitir distintas enfermedades a nuestras mascotas. Por eso, se recomienda el uso de collares o pipetas repelentes para mantener a las garrapatas, y a otros insectos, bien lejos de los peludos. 

Las garrapatas no solo son un riesgo para los animales, ya que su picadura puede contagiarnos enfermedades graves también a nosotros, como la enfermedad de Lyme o la que nos ocupa, la fiebre hemorrágica de Crimea Congo. Las garrapatas que transmiten este trastorno pertenecen al género Hyalomma, muy extendido por todo el mundo debido a las aves migratorias, sobre las que sobrevuelan los países cual parodia de aerolínea comercial.

Para evitar las picaduras de las garrapatas, debemos llevar ropa adecuada en nuestras excursiones por el campo, con pantalón largo y manga larga, recurrir a repelentes para disuadirlas de acercarse a nosotros, revisar bien nuestra ropa tras una caminata (resulta especialmente útil vestir ropa clara para ello).

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