Sociedad
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Isabel Pantoja

Isabel Pantoja
Isabel Pantoja
Reuters(Rodrigo Garrido)/Efe (Mario Ruiz)

Tengo una amiga que siempre me dice que hable de ella. Hacerlo es fácil, porque su vida es la de todos a nuestra edad, la de que tienes que salir adelante con grandes ausencias y hacer malabares, echar de menos a tus hijos, que vuelan como pueden, y no siempre como querrías; poner buena cara a todo, porque, para qué vas a darle la vara a nadie que, en realidad, está pasando por lo mismo que tú, y, sobre todo, ya sabes relativizar. Esta amiga tiene sentido del humor y ha tenido temporadas que se recogía en la calle, pero, como a ella, hasta eso se nos va haciendo cuesta arriba, porque ahora estamos mejor en casa, viendo una serie, la terapia para cuando sabes que de todo se sale y que no vale la pena enfadarse por nada. Y ya hasta hemos superado el momento en el que aprecias como la invisible caída de estrógenos llega con otros desplomes más evidentes, porque se te descuelga el óvalo de la cara, se te acumula la grasa donde menos lo deseas, se te caen los párpados, te crujen y duelen los huesos y la autoestima se hunde al mismo tiempo.

Me ha venido todo esto de golpe, mientras tenía de fondo, como un muermo, la televisión y limpiaba verdura, sacaba el lavaplatos, ponía la lavadora... y, sin saber muy bien porqué, he prestado atención a lo que había, que no era un eterno serial ni el debate que me habla de másteres o tesis doctorales, porque pocos tienen en cuenta al votar si un político ha hecho un máster o no, y, aunque importa el título, muchos acabaron la carrera hace años y jamás han ejercido y no saben lo que es buscarse la vida, ni estar en el paro, ni en la cola del INEM, ni sufrir porque te recortan el sueldo, ni servir cafés con tu master y un par de idiomas bajo el brazo. Era ese gallinero en el que nadie sale impune y despellejan sin piedad en el que me encuentro con la voz quebrada de una Isabel Pantoja que, hundida, y, por un momento, rota en su soberbia, reconoce su fracaso como madre de su hija, a la que, dice, siempre esperará.

Me he puesto a escuchar y me he dicho que no hay máster ni tesis doctoral capaz para llevar una vida, ni vanidad que la sustente.