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Daniel Innerarity, filósofo y escritor: "Los números tienen ideología: vienen cargados de prejuicios"

Innerarity (Bilbao, 1959) dio este miércoles en el Patio de la Infanta de Ibercaja una conferencia bajo el título de ‘El oficio intelectual: interpretar, sospechar, criticar’.

Innerarity, este miércoles en el Patio de la Infanta, en Zaragoza.
Innerarity, este miércoles en el Patio de la Infanta, en Zaragoza.
Guillermo Mestre

En la era del algoritmo, ¿hay espacio para otras verdades?

Hay un espacio enorme para todas aquellas respuestas que tengan que ver con el sentido de las cosas. Tenemos una gran inflación de datos, de indicadores, de medidas, de cantidades, y la verdadera penuria tiene que ver con el sentido de esas cosas; dónde insertamos el sentido de esos datos y esa información. En eso, los filósofos tenemos más trabajo del que podemos acometer. No es una época cuyos problemas excluyan al filósofo. Otra cosa es que los planes de estudio y los ministros correspondientes no nos tengan mucho aprecio.

Los algoritmos han sido asociados con cajas negras de los que desconocemos sus ‘tripas’. En muchos casos, por ejemplo, han estado sesgados para discriminar. ¿Es ese su punto débil?

Ante un banco de datos, el problema es que lo que tú vas a encontrar está predeterminado. Los filósofos operamos en un nivel distinto: por decirlo de alguna manera, la filosofía tiene que ver con la reformulación de las preguntas básicas de la existencia, y no tanto con el nivel de las soluciones. Somos custodios de problemas que no queremos ver resueltos de manera banal y que preferimos que queden como algo discutible, revisable, comprobable.

Una de sus tesis es que cuando medimos, siempre acabamos destacando los aspectos que nos interesan frente a los que no, que invisibilizamos.

Las mediciones no son inocentes; los números tienen ideología, vienen cargados de política y de prejuicios morales. A nosotros nos corresponde escarbar detrás de esas predisposiciones.

"Los datos y los hechos no valen para casi nada; los conflictos sociales son guerras hermenéuticas, disputas de interpretación", dijo este miércoles en su conferencia.

Hay un nivel de facticidad que debemos respetar, sobre todo con un personaje que desprecia tanto la realidad como Trump. Pero hay otra dimensión que tiene que ver con la interpretación: por mucho que nos den los datos correctos, no hemos andado más que la mitad del camino. Ahí, junto con otras ciencias, entra la filosofía.

Traza una analogía de la labor del filósofo "con el trabajo de un detective que desconfía, sospecha e interpreta", y menciona al legendario Philip Marlowe.

Es un personaje que siempre me ha fascinado. Su gusto por el detalle, la lentitud, la sospecha permanente, la revisión de las pruebas… Todo eso tiene bastante que ver con la investigación en general y la filosófica en particular. Hay un momento en el que Marlowe dice: "El siguiente paso estaba cantado. Y no lo di". Me parece una gran idea: cuando algo es evidente, trivial, banal, los filósofos estamos formados –o deformados– para retrasar la respuesta intuitiva.

El populista, llámese Trump o Farage, quiere convencer al resto de que todo conflicto es un juego de suma cero. ¿Hay que reivindicar la simbiosis?

El arte de la política es la capacidad de transformar todos los conflictos posibles en juegos de suma positiva. No siempre se puede. Y, sobre todo, distinguir cuándo estamos refiriéndonos a un asunto que se refiere a las normas básicas de la convivencia, en el cual hacen falta mayorías más cualificadas, o a otro de menor calado.

En breve presenta nuevo libro. ¿Podría avanzar algo?

En el mundo de la política están sucediendo cosas totalmente imprevistas, como la elección de Trump o el ‘brexit’. Hay una gran volatilidad: las referencias clásicas que nos servían de orientación están agotadas. Debemos volver a repensarlo todo.

Y ¿hay salida?

Sí, a varios niveles. Dos ideas: una, que la solución de los problemas pasa por tener sistemas o procedimientos inteligentes antes que personas inteligentes; y otra, que debemos abrirnos más hacia el futuro y prestar más atención a los problemas que afectan al largo plazo, como el medioambiente, los derechos de las generaciones futuras o las grandes reformas institucionales. Nuestro mundo político se está agitando en el día a día con una serie de cuestiones que son absolutamente improductivas.

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