Opinión
Suscríbete

‘Fromage du pays’

Lado francés de la frontera del Portalet
Lado francés de la frontera del Portalet
Heraldo.es

La primera vez que cruce el Col de Portalet fue en 4º de EGB, hace ya muchos años. Recuerdo poco de aquel día, salvo la orden del maestro de subir la ladera por la ‘tasca’ para pisar Francia. Al frente se veía impresionante el Midi d’Ossau, un poco más abajo estaban las barreras del paso fronterizo. 

Ante mis ojos, como ante los de cualquiera, no había ninguna diferencia. Comprobamos. Ni una raya pintada en el suelo, ni un muro, ni alambradas, ni nada. Cuando, según el maestro, entramos en suelo francés, nos dijo: ¡mead, mead que estamos en Francia! Y ahí estuvimos orinando como parte de una liturgia tragicómica que esperemos no vuelva nunca.

Las fronteras, como bien explicó Enrique Satué en ‘El Pirineo Abandonado’ (1984), "siempre han nacido de las guerras, y las guerras, de los egoísmos de fieros y sanguinarios señores. Para los humildes pastores, que se acuestan y se levantan con lo puesto, aquel collado sólo ha significado el descenso vulgar entre una subida y una bajada". Lo obvio es que el paisaje era el mismo. La tierra, la misma. Aunque nosotros habíamos oído que Francia era otro mundo.

En ocasiones posteriores, al cruzar la frontera, sí que se sentía la tensión de la diferencia. Incluso para ir a Lourdes, la policía española daba tanto o más miedo que la gendarmería francesa. Y eso que, en mi caso, nunca probamos a pasar nada de un lado a otro, como bien sabíamos que hacían contrabandistas profesionales. En 8º de EGB comenzamos un intercambio con el colegio Paul Eluard de Tarbes. Eso me permitió conocer mejor qué había después de la barrera y lo mismo por Somport. Cuando se eliminó el control fronterizo, la emoción de cruzar adquirió otra dimensión. Y desde entonces tengo bien claro que pasar controles y fronteras es un incordio, para nada pensado en las personas, si no en otras lógicas construidas desde intereses que no suelen ser los de la gente local. Al menos en esta parte del mundo, el paisaje y el paisanaje son equivalentes. Incluso al hablar. Era fácil entender el ‘patois d’os bearneses’.

La posibilidad de circular con libertad permitía traer pequeños lujos: mantequilla, queso, foie… Muchas menos compras que las de los franceses en las tiendas del Portalet. Y sigue siendo así por la fiscalidad de un lado y otro. Como ‘os formaches’ del país. Son muchos veranos bajando a Laruns, al mercadillo semanal de los sábados, comprando queso en la curva del desvío al Aubisque a Silvie, quesera de Ferreries… En las primeras vueltas del descenso, en cuanto hay un pastor se puede leer los mismos anuncios: ‘fromage de brebis’, ‘fromage du pays’.

Ese es el país que está pegado al ‘terroir’, a lo próximo, a lo que toca de cerca. La ‘matria’ que nutre lo cotidiano y resiste mientras otros leen el mundo y sus palabras imponiendo su mirada. En esta España nuestra, sabemos que un país es un "territorio, con características geográficas y culturales propias, que puede constituir una entidad política dentro de un Estado". Aunque unos sigan empeñados en usar la diferencia para producir desigualdad y otros en aniquilar la diversidad dilapidando la riqueza de tradiciones, historias y lenguas, ¡no cal reblar! Por cierto, cuando pueda, compre ‘nueces del país’, las de productores locales, y no las que vuelan miles de kilómetros.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos por Chaime Marcuello en HERALDO)

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión