Opinión
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El viaje de Tajón a Roma

El viaje de Tajón a Roma
El viaje de Tajón a Roma
Lola García

El rey ordenó al obispo que embarcase rumbo a Roma, para buscar allí ciertas obras de doctrina que sus consejeros le habían recomendado conseguir. 

Era el año 642, el rey era el visigodo Chindasvinto y el obispo, de nombre Tajón, era el de Zaragoza. El hombre, ya en Roma, pasó días en infructífera búsqueda. Una noche decidió hacer vigilia, junto a los restos mismos de san Pedro, orando al Señor e implorando su misericordia para obtener lo que buscaba. Un ángel le designó el estante donde estaban traspapelados aquellos ansiados textos, acaso en único ejemplar. Asombrado, el papa le facilitó los medios para que los copiase y los llevase a Hispania. Pero le habían llegado rumores de que el descubrimiento había tenido algo de extraordinario, de forma que el pontífice requirió a Tajón que le manifestase de qué manera se le había designado con tanta exactitud el sitio donde se hallaban aquellos valiosos libros. Tajón se resistía a dar explicaciones. Pero, al fin, accedió y contó lo que sigue.

Un día, pidió a los porteros de la iglesia de San Pedro Apóstol que le permitiesen velar en ella. Y a eso de la media noche, mientras rogaba con intensidad, descendió repentinamente una luz desde el cielo y de tal manera se iluminó toda la iglesia con insólita claridad que se eclipsaron las luces de los candeleros. Una multitud de figuras resplandecientes entró con antorchas y cantando salmos. Cuando aún se hallaba sobrecogido, dos ancianos vestidos de blanco brillante se separaron de aquella cohorte, se encaminaron a Tajón, que estaba casi yerto, y lo tranquilizaron con afecto. Sabían que había viajado desde Hispania y pasado mucha fatiga para encontrar aquellas lecturas. Conmovidos, le indicaron con exactitud el estante donde se hallaban los libros. Tajón les preguntó qué multitud de bienaventurados era aquella que llegaba entre brillantes resplandores. Los ancianos le dijeron que eran Pedro, el apóstol de Cristo, junto con Pablo, y todos los papas de la Iglesia que descansaban en el lugar. El anciano que respondía añadió que él mismo era el papa Gregorio, llamado Magno, cuyos escritos buscaba con tanto ahínco. Tajón quiso humillarse a sus pies, para venerarlo, pero aquel varón santísimo y la luz que le rodeaba, así como el fantasmal cortejo, desaparecieron de modo súbito. De todo fueron testigos los atónitos ostiarios, o porteros, del templo. Quizá fueron ellos quienes dieron la alarmada noticia al obispo romano.

Fue famosa en la Europa medieval esta leyenda, denominada ‘La visión de Tajón’. La conocemos por la breve ‘Crónica Mozárabe de 754’, relato sobre los godos y la conquista de Al Ándalus por el islam. La redactó un mozárabe, es decir, un cristiano sometido al poder musulmán, que narró los hechos entonces ocurridos sincrónicamente en Hispania, en el Imperio Bizantino y en el Califato. El autor lloraba "la ruina de España", víctima de males de tal clase que no podrían ser adecuadamente descritos.

Tajón, sucesor de Braulio, ni es recordado ni está canonizado, por lo que se ha librado de la inquina de esa clase de ignorancia que también anida en la Universidad

Los expertos creen que, en aquel año 642, en el que le ocurren los hechos milagrosos, Tajón aún no era obispo de Zaragoza. Lo sería en 651 como sucesor de Braulio, otro personaje obsesionado por adquirir libros que contuviesen las ideas de los pensadores de referencia por entonces. Se conservan algunos correos cruzados entre ambos. En uno, Braulio hace reproches al más joven Tajón, que era abad no se sabe bien en qué monasterio. En otro, le suplica copia de esos valiosos libros romanos de Gregorio, muerto no hacía tanto (en el año 604), que anhelaba leer. Braulio era consejero principal de los reyes y eso explica la presencia de Chindasvinto en el relato, redactado un siglo más tarde del viaje de Tajón.

Joel Varela dedicó en 2020 un trabajo de mil páginas a Tajón. Este deseaba conocer de primera mano las ideas de Gregorio, que esclarecían "casi todos los misterios del Nuevo Testamento y del Antiguo". Isidoro de Sevilla también ansiaba ampliar sus conocimientos sobre el pensamiento de Gregorio: "Muy feliz será quien pueda conocer todas sus obras". Ese hombre fue Tajón, tan vinculado con Braulio, su antecesor, y con Zaragoza, donde tuvo su cátedra de obispo.

En Roma perduraba su recuerdo mil años después. Cuando los papas del Renacimiento y del Barroco transformaron los ambientes romanos en los portentos artísticos por los que Roma brilla sobre toda otra ciudad, dispusieron una deslumbrante Biblioteca Pontificia. Sus salas y tránsitos son, como cuanto hay allí, de excepcional belleza. Una perspicaz visitante aragonesa localizó en una sala recientemente una bella escena en tonos dorados, que muestra a Tajón ‘episcopus Caesaraugustanus’ a punto de hallar lo que buscaba, ayudado por aquella procesión de seres sobrenaturales que lo hicieron famoso en Europa. Para explicar la escena, una inscripción pintada dice, en latín, que todo ocurrió milagrosamente (‘divinitius’, sic).

Cuando se creó en la Universidad el Instituto de Ciencias de la Educación, Agustín Ubieto tuvo la idea de darle como patrono a Tajón. Al menos es visible allí y en una callecita de Zaragoza.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos por Guillermo Fatás en HERALDO)

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