Harris toma el relevo y se hace con el control
Al final, Joseph Biden, aunque tarde y a regañadientes, ha hecho lo que tenía que hacer y se ha retirado de las elecciones. Hubiera sido preferible que ya en octubre o noviembre del año pasado hubiese anunciado que renunciaba a la reelección, dejando que se desarrollase el proceso habitual de elecciones primarias competitivas.
En lugar de correr el riesgo de que, como efectivamente ha ocurrido, se pusieran de manifiesto sus insuficiencias debidas a la edad. No es ni medio seguro, desde luego, que Kamala Harris le vaya a ganar la partida a Donald Trump. De momento en las primeras encuestas el millonetis sigue por delante, aunque es demasiado pronto para medir cabalmente el efecto del cambio de candidato demócrata en la opinión pública. En todo caso, Harris tiene muchas más probabilidades de vencer que un Biden en sus actuales circunstancias. De entrada, el argumento de la senilidad, que Trump ha esgrimido contra el presidente aprovechándose de sus lagunas mentales, cambia ahora de dirección. Trump anda ya muy cerca de ser octogenario y en adelante todo el mundo va a estar pendiente de si da un traspiés, tiene un lapsus o se queda roque en algún sitio inapropiado. Y le puede ocurrir. Harris era la sucesora más lógica y se ha hecho rápidamente con el control de la situación, lo que seguramente indica que algo estaba ya hablado en la cúpula del Partido Demócrata, entre sus pesos pesados, los Obama, los Clinton, Pelosi, etc. Hereda además los fondos de la campaña de Biden, salvo que prosperen los recursos de Trump para impedirlo. Y en un plisplás ha recaudado ya unos buenos millones en donaciones por su cuenta. Pero asume la candidatura sin el aval democrático que le hubieran podido dar las primarias. Y, en apenas tres meses, tiene que salir de la relativa oscuridad de la vicepresidencia y forjarse un perfil de líder nacional, algo que no es fácil en un país tan grande y tan variado como Estados Unidos.
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