Guardo un vago recuerdo de los ‘bateau mouche’, esto es, de las clásicas embarcaciones que recorren el Sena y va mostrando a los turistas los lugares más icónicos de París: que si el Trocadero, el Museo del Louvre, el puente de Alejandro III... 

Si la cabeza no me engaña, me debí subir a uno de aquellos barcos cuando aún era muy pequeño, en unas vacaciones familiares, ajeno a lo que luego llamaría ‘turistadas’ y de las que huiría como alma que lleva el diablo. El caso es que recuerdo la fascinación de ver los puentes por debajo, porque el resto de monumentos, plazas y obeliscos ya se veían bien a pie.

Mañana –y esto no es ‘spoiler’– los abanderados de las distintas delegaciones olímpicas navegarán por el Sena en más de 200 embarcaciones en lo que –prometen– será una de las ceremonias de apertura más sorprendentes que se han visto nunca. No serán ‘bateau mouche’ (yo me las imagino más bien como las barquitas de Xochimilco), pero recuperar los ríos como razón de ser (o de asentamiento) de las ciudades siempre es bienvenido.

De hecho, fue en París, en el Sena, y a bordo precisamente de un ‘bateau mouche’ con 350 invitados, donde Zaragoza celebró su designación por parte del Bureau International des Expositions como sede de la Expo de 2008. Aquella tarde de diciembre de 2004, Belloch y Atarés se fundieron en un emocionante abrazo, brindaron por el deseo de que el Ebro volviera a ser navegable algún día (ya vimos que eso salió regular) y aseguraron de que desde París solo llegaban buenas noticias. No lo decían tanto por las cigüeñas como por el gol legendario de Nayim que valió una Recopa. Ojalá estos Juegos traigan también muchos éxitos. 

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