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La magdalena de Belled

Domingo Belled Zapater, al piano, en un momento del rodaje de ‘Vivir girando’ en el bar Ragtime
Domingo Belled Zapater, al piano, en un momento del rodaje de ‘Vivir girando’ en el bar Ragtime
Luis Rabanaque

Ha pasado a la historia como el fenómeno neurológico con el que se relacionan nuestras sensaciones y nuestros recuerdos. Es el efecto que describe Marcel Proust en su primer libro de la serie ‘En busca del tiempo perdido’: lo que le provoca al protagonista de ‘El camino de Swann’ el sabor de una magdalena mojada en te. Ese evocador recuerdo de una niñez perdida regresa cada verano cuando volvemos al pueblo de nuestra infancia. Cuando entramos a la alcoba donde, por increíble que parezca, todavía permanece inmutable el aroma a Heno de Pravia. Cuando regresan a nuestra gramola particular las canciones infantiles que entonábamos en los juegos al aire libre. Cuando agita nuestra memoria la ola de la playa que fue testigo de nuestro primer amor.

Son sensaciones dormidas que esperan el beso propicio para despertar.

Hay memoriosos que no necesitan un atizador para remontarse al pasado. Domingo Belled, a sus 91 años, sigue recordando su primer teléfono fijo. El virtuoso pianista que todavía puede escucharse los viernes y sábados en el bar Ragtime es capaz de recitar la agenda completa de todos sus amigos de la infancia por la regla mnemotécnica que aprendió en Madrid siendo un joven estudiante de música, poco después de dejar de ser infantico del Pilar. Cada número se corresponde con una nota musical. Es capaz incluso de entonar el primer teléfono de Jesús Laboreo, alma mater del establecimiento de jazz. Este bromea con el músico diciéndole que la composición de su número nunca sonó muy bien. Ambos ríen como niños con los recuerdos de hace décadas que les trae el procedimiento de asociación mental.

Como Proust en ‘El camino de Swann’, "dejo la taza y me vuelvo hacia mi alma".

(Puede consultar aquí los artículos escritos por Nuria Casas en Heraldo de Aragón)

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