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  • Esteban Villarrocha Ardisa

La cultura cotiza a la baja

La cultura cotiza a la baja
La cultura cotiza a la baja
Heraldo

Hubo una generación que creía que la adquisición y consumo de cultura contaba con un elevado prestigio social, esa en la que leer formaba parte del proceso educativo y en la que adquirir y disfrutar de conocimientos y actos culturales otorgaban distinción y relevancia. 

Actualmente, todo esto parece ser parte de un pasado progresista inútil. Hoy todo es economía, el emprendedor sustituye al artista, el tecnócrata al intelectual, el comunicador al catedrático y la contracultura es invertir en bitcoin. La cultura en estos tiempos convulsos carece de prestigio. Parece que los recortes económicos en el ámbito educativo y cultural, junto a las transformaciones en las formas de relacionarse con la cultura que se han visto modificadas por la revolución tecnológica, han cambiado la percepción. La cultura se convierte en un elemento de atracción turística más que en un asunto educativo, se terminó la relevancia social de la cultura. Actualmente se minusvalora a las personas que leen, piensan y utilizan su ocio en consumir actividades culturales. Tanto tienes, tanto vales. Solo importa el impacto económico. Es la cultura, ¡estúpido!

Tenemos dos maneras de intentar comprender y sentir lo que está pasando en el mundo con la cultura: una, muy preocupante, como si estuviéramos a punto de asistir al ocaso de las humanidades y deja un sentimiento desalentador; y la otra, como si estuviéramos viviendo un renacer humanístico. Esta es demasiado optimista, es más un deseo que una realidad.

Asistimos a la presencia de las nuevas tecnologías que en nada contribuyen a la emancipación de las personas

A mi generación le enseñaron a practicar de una manera peculiar el consumo cultural, la cultura como una forma estética, ética y política de estar en el mundo, porque sin cultura no puedo entender lo que ocurre. El conocimiento y la sabiduría eran y son relevantes. La cultura es algo que favorece la igualdad social. El artista es reconocido y valorado, el catedrático recibe respeto y su opinión no necesita ningún me gusta para ser valorada, leer es una manera de ocupar el ocio, etc. La cultura entendida así recupera su relevancia social. ¿Quizás hemos fracasado como agitadores culturales?

Los teóricos de la revolución tecnológica nos hicieron creer la falsa idea de un futuro en el que el ocio ocuparía el centro de nuestras vidas, mientras las máquinas trabajarían y crearían riqueza. Pero a lo que nos enfrentamos es a un presente en el que al hablar del mundo laboral estamos obligados, para no engañar a nadie, a utilizar palabras como hiperproductividad, precariedad, competición, burocracia. Asistimos perplejos a la presencia de las nuevas tecnologías que en nada contribuyen a la emancipación de las personas. Más bien engendran desapego, desarraigo y desmemoria. No queda tiempo para reflexionar y pensar.

La tristeza administrativa en la que vivimos junto a la deshumanización tecnológica, unidas al desafecto que se extiende entre los ciudadanos, conduce a la necesaria construcción de una identidad que tiene que ser capaz de advertirnos de la posibilidad del fracaso y de la necesidad de tener que volver a empezar, y esta vez, evitando a los trepadores sociales.

Más bien engendran desapego, desarraigo y desmemoria

Ante este mundo que se dirige al fracaso, tenemos que acabar para siempre con una sociedad de ganadores vulgares y deshonestos, de prevaricadores falsos y oportunistas, de gentes que pretenden ocupar el poder para escamotear el presente. Tenemos que acabar con estos neuróticos del éxito, del figurar, del llegar a ser, los que hoy pretenden una batalla cultural negacionista y obsoleta. Frente a estos, hoy se levantan los que no tenemos miedo al fracaso, a la derrota inicial, porque creemos en la importante y necesaria relevancia social de la cultura.

Es necesario educar a las nuevas generaciones en el valor de la derrota para manejarse en ella con optimismo. Debemos construir una identidad capaz de advertir que se puede fracasar sin que el valor y la dignidad se vean afectados. Tenemos la obligación ética y moral de continuar la lucha por la igualdad, la solidaridad, el valor de la cultura y el bien común. Es la democracia lo que está en juego.

Ante esta antropología del triunfador que nos domina hoy, prefiero al que pierde. Si el trabajo intelectual sigue cediendo a la obediencia, ¿qué será de los intelectuales?, ¿quiénes perturbarán a las personas para recordarles que son personas?, ¿quiénes intentarán cambiar el pesimismo reinante por crítica? Es la cultura, ¡estúpido!

Esteban Villarrocha Ardisa es gestor cultural

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