Opinión
Suscríbete
Redactor de Cultura de HERALDO DE ARAGÓN

Los Juegos Olímpicos: Si el mejor llanto es de alegría

Fermín Cacho gana la final de los 1.500 metros lisos en los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992.
Fermín Cacho gana la final de los 1.500 metros lisos en los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992.
Carlos Moncín / HERALDO

Llegan los Juegos Olímpicos dentro de una semana escasa. Y creo que para muchos es una fiesta. 

De entrada, es como un ceremonial de la memoria, una película de la felicidad y de los recuerdos extraordinarios. Seguro que todos, o casi todos, tenemos cientos de instantes, de nombres y de acontecimientos en la cabeza. El abanico de los recuerdos inventados: yo mismo tengo la sensación de haber visto ganar a Wilma Rudolph e incluso, hace un siglo de ello, le he dado muchas vueltas en la cabeza a la carrera de maratón de el corredor de Codo, Dionisio Carreras, que quedó noveno en París-1924, olimpiada que narró en parte la película ‘Carros de fuego’. Como muchos de los lectores, y con más razón que yo, conozco a Luis María Garriga: nos ha contado tantas veces su salto de altura en México-1968, antes de Dick Fosbury, que lo hemos visto y sabemos cuándo el norteamericano modificó el salto tradicional del rodillo ventral.

Se nos agolpan los nombres. Durante algunos años he sido coleccionista de todo cuanto se publicaba de las Olimpiadas: enciclopedias, manuales o novelas, entre las que figuran, por ejemplo, ‘La soledad del corredor de fondo’ de Allan Sillitoe, ‘La media distancia’ de Alejandro Gándara y, cómo no, ‘El corredor’ de Jean Echenoz, una historia más bien impresionista de Emil Zátopek, ‘la locomotora humana’ de agonioso correr que triunfó en los 5.000, 10.000 y el maratón.

De niño, mis héroes eran Mariano Haro y aquella aragonesa excepcional llamada Carmen Valero. No les fue bien en las Olimpiadas, aunque Haro, ese galgo severo e incansable de Palencia, rozó una medalla: le faltaba la aceleración final de los grandes mediofondistas. Qué decir de Sebastian Coe, de Edwin Mooses y Moracho, de Carl Lewis, de Sergei Bubka. De Evelyn Ashford, de las saltadoras Rosa Marie Ackerman y Ulrike Meifarth, doble campeona olímpica con doce años de diferencia, además de ser modelo de escultor. Hemos visto y sentido tanto de todos los deportes que los Juegos Olímpicos son un instante de exaltación de la condición humana, de la deportividad, de los sueños que se cumplen o fracasan. La final de 1.500 metros de Barcelona-1992, la que ganó Fermín Cacho, nos cogió de viaje: paramos en un bar de carretera. Cuando enfiló el soriano, ya inalcanzable, me eché a llorar tan a gusto que supe que el mejor llanto es de alegría.

Algo así pasa a menudo. Nos sucedió con Nadia Comaneci en la gimnasia, con Kornelia Ender y con Mark Spitz en la natación. Pase lo que pase, gane o no gane Ana Peleteiro el oro en triple salto, nos espera un escalofrío: el antídoto ideal contra la canícula.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión