La retirada de Joseph Biden de la carrera electoral en Estados Unidos resultaba prácticamente inevitable desde el momento en que su candidatura estaba siendo descalificada dentro de su propio partido, a causa de su más que aparente merma de facultades.

Pero no cierra la crisis en la que se ha sumido el Partido Demócrata, que ahora tiene que recuperar la unidad en torno a la vicepresidenta Kamala Harris, que ha recibido el espaldazaro de Biden para sustituirlo

Las voces que dentro del Partido Demócrata pedían su retirada se convirtieron en un coro después de que las lagunas del presidente se pusieran crudamente de manifiesto en su debate con Trump del pasado 27 de junio. Pero parece ahora evidente que postular a Biden, con 81 años de edad y que ya había dado muestras de un cierto deterioro intelectual, para la reelección resultaba una temeridad y ha sido un error. Los demócratas conceden a las elecciones del 5 de noviembre una trascendencia casi existencial, pues entienden que un segundo mandato de Donald Trump significaría un peligro para la democracia en Estados Unidos y en el mundo. Razón de más para haber buscado desde el principio, mediante el competitivo procedimiento de las primarias, un candidato fuerte y en plenitud de facultades. La retirada de Biden deja ahora una impresión caótica y transmite una imagen de división interna en el Partido Demócrata muy dañina de cara al electorado. Pero Kamala Harris, si es confirmada como candidata en la convención del partido, que se celebrará a mediados de agosto, puede ser una buena alternativa y dar a los demócratas la oportunidad de frenar a Trump -cuyo posible nuevo mandato genera una justificada inquietud también en Europa-. Si vence, sería además la primera mujer presidente de Estados Unidos. Para ello necesitará el respaldo de un partido que tiene que recuperar tanto el tiempo perdido como su cohesión.