Opinión
Suscríbete

El tabloide digital

El tabloide digital
El tabloide digital
Lola García

El Dr. Sánchez va a meter en vereda a los «tabloides digitales».

En la Inglaterra de 1885, tabloide (‘tabloid’) fue un neologismo que significó lo mismo que tableta en español: algo comestible en forma de tablilla. Los fabricantes de remedios llamaron ‘tabloid’ a un agregado de fármacos fácil de llevar, usar e ingerir. Se predicaban grandes virtudes de esos ‘tabloides’ que reunían en una tableta pequeña y manejable el contenido de varias cajas y frascos.

Por analogía, se empezó a llamar tabloides a los periódicos que daban las noticias concentradas, en formato muy manejable y fácil de digerir mentalmente. Los artículos eran cortos, los titulares llamativos e iban en letras gruesas y las ilustraciones eran muchas y grandes. Frente a los clásicos, cuyo arquetipo era ‘The Times’ -que hoy, quién lo dijera, es un ‘tabloid’-, estas tabletas periodísticas eran consumidas por numerosos lectores, con poco tiempo disponible o con escasas ganas de leer o con instrucción elemental o con las tres cosas a un tiempo. Su formato era más pequeño que el solemne y engorroso de los diarios ‘serios’ y funcionaban al modo de las tabletas de la farmacopea.

Ese formato en tableta, o tabloide, era de 432 x 279 mm, medidas que vienen casi a coincidir con el posterior estándar internacional de origen alemán conocido como DIN A3 (la D es de ‘Deutsche’), un doble folio de 420 x 297 mm.

El tabloide obedecía a la idea, sentada por Alfred Harmsworth a finales del siglo XIX, de que la mayoría de los lectores, sobre todo por la mañana, quería un periódico que resumiese las cosas de forma sucinta y comprensible, sin grandes análisis ni crónicas circunstanciadas. Elegir, narrar y explicar las cosas importantes en poco espacio para emplear menos tiempo en enterarse de lo que valiese la pena saber aquel día.

Era, evidentemente, una gran idea para el mundo de la comunicación masiva y, de forma igualmente obvia, estaba llena de peligros que pronto se hicieron realidad. Muchos periódicos (diarios o semanales) en formato tabloide se convirtieron en prensa chillona y sensacionalista. No necesariamente inveraz, pero sí escandalosa, porque trataban de captar lectores a base de llamar su atención de la forma que fuese. Incluyeron ilustración abundante y de tamaño proporcionalmente grande: sus propuestas entraban por los ojos desde la primera página. Esta vieja técnica se ve mucho en vídeos españoles que anuncian en Youtube novedades mayúsculas. Es mejor no picar en el anzuelo: ‘Perengana destroza a Fulano’, ‘Se descubre el secreto que debes ver antes de que lo borren los poderosos’. Eso es directamente basura apta para crédulos e indoctos.

El tabloide no lo es por mentir, como parece creer el Doctor Sánchez, sino porque su estilo es hiperbólico, estridente, simplón y con vocación ‘popular’.

En España, la legislación restrictiva de la libertad de informar y opinar existe y funciona. Hay ya muchos condenados por exceder sus límites. Ahora, dice en el Parlamento el Dr. Sánchez que legislará sobre prensa a causa de esas ‘máquinas de fango’ a las que llama ‘tabloides digitales’. Se entiende por dónde va y por qué. Pero ni el jefe de Gobierno es un quídam ni el Congreso una tertulia (o no debieran). Apuntar a los ‘tabloides digitales’, así dicho, es amenazador y conminatorio.

Se pueden enunciar seres imprecisos -‘los migrantes’- o imposibles -el decaedro regular o los múltiplos impares del número 2- porque muchos no verán que son argucias. Esta retórica abunda en los aledaños del Gobierno, apegado a estos trucos y a la polisemia: el ventajista sabe que, por ejemplo, ‘clase’ no es lo mismo en ‘clase obrera’ que en ‘clase de los mamíferos’, en ‘clase médica’, en ‘tiene poca clase’ o en ‘clase de gimnasia’. Y usa esas granujerías. Otra es la financiación ‘singular’ (no ‘privilegiada’) para la Generalidad catalana.

La ambigüedad y la polisemia son consustanciales con las lenguas evolucionadas y hay quien recurre a ellas para engañar. Al ‘tabloide digital’, en rigor, le sucede como al litro digital: es una expresión que no alude a nada realmente existente. El Doctor Sánchez, que se propone sancionarlo con dureza, soslaya así su deber de definir con precisión qué entiende por ‘tabloide digital’. Es típico de su modo de obrar. La opinión europea y nacional es que en España están legalmente bien defendidos los derechos al honor, a la intimidad y a la información veraz, mediante instrumentos adecuados y eficaces. Las leyes los regulan con ese tipo de precisión léxica que permite ejercer la tutela judicial efectiva.

La Constitución no ampara el derecho al bulo, ni a la desinformación, ni aun a la mera información. Impone formalmente que la información sea veraz y hay amplia doctrina judicial sobre ello.

¿No ha reparado el Dr. Sánchez en que las leyes ya castigan la información inveraz? Cuando se lo acrediten sus asesores (¡tantos como tiene!), ¿sosegará el ánimo y detendrá su épica cruzada contra el tabloide fangoso? Porque si persiste, su objetivo, el pérfido ‘tabloide digital’, será tan arbitrario como el litro digital y tendrá la forma que convenga a su inventor profundamente enamorado.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos por Guillermo Fatás en HERALDO)

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión