He escrito varias veces cuánto me llama la atención que la elección del presidente de Estados Unidos vaya a dirimirse entre dos varones de avanzada edad como Biden y Trump.

No soy el único al que le sorprende y le inquieta esta situación. Javier Sebastián escribía el día 11 que «nadie se explica estos días los motivos por los que dos ancianos multimillonarios, como son Biden y Trump, se presentan a las presidenciales del próximo otoño. ¿Qué necesidad tienen?». Después de que en el famoso debate se pusiera de manifiesto la falta de agilidad mental de Biden, hay ya un clamor entre los militantes y simpatizantes del Partido Demócrata para que el presidente se retire de la carrera. Inocencio Arias decía el día 17 que en aquella cita «Biden flotaba avejentado, vacilante, confuso a menudo». Vicente Pinilla, el día 8, que «es obvio que Joe Biden no está en condiciones de dirigir el país más poderoso del mundo». Y Gonzalo Castro, ayer, que «Biden ha cometido un error clave al decidir intentar revalidar el cargo, y es priorizar, de manera egoísta, su continuidad personal a la de su proyecto». A pesar de lo cual el aludido se resiste con uñas y dientes. Castro reflexionaba sobre lo complicado que les resulta a algunas personas, llegada la edad de jubilación, separarse de su actividad profesional, tanto más cuando esta comporta el ejercicio del poder. Por eso, Pilar Martínez Barca se preguntaba el día 7: «¿Cuándo tiene un político edad de jubilarse?», y añadía: «Los pies se pegan al hemiciclo, es un decir, las posaderas al escaño». O al sillón del poder. Pero quizás la pregunta clave es la que se hacía David Serrano-Dolader: «¿Pero cómo es posible que entre los millones de demócratas y de republicanos que pululan (...) por las calles de las ciudades estadounidenses el dedo designador haya ido a posarse en estas dos figuras?». Dos abuelos se disputan el dominio del mundo.