Opinión
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Por
  • Daniel Pérez Calvo

Endofobia

AMBIENTE EN PLAZA DE ESPAÑA ( ZARAGOZA ) / EUROCOPA 2024 / 14/07/2024 / FOTO OLIVER DUCH [[[FOTOGRAFOS]]]
Ambiente en plaza de España
Oliver Duch

La final del Mundial de Sudáfrica entre España y Holanda nos pilló a la familia de vacaciones en Londres. Quizás por eso vivimos el duelo con especial intensidad. 

Me acuerdo aún de una joven libia, que quiso disfrutar del espectáculo con nosotros y se pagó incluso unas pintas en el pub en el que hincamos la bandera, cerca de la estación de Paddington.

Al finalizar el partido nuestra emoción era indescriptible (gracias, Iniesta, una vez más). No sólo recibimos el abrazo efusivo y la enhorabuena de nuestra nueva amiga, sino también la de un grupo de holandeses que habían visto caer a su selección en el mismo local y que, sin ocultar su frustración, nos felicitaron con gran afecto y deportividad, embutidos aún en sus camisetas naranjas. Lo hizo también el taxista que nos llevó a Trafalgar Square, donde compartimos felicidad con el resto de los españoles que de manera espontánea se congregaron en la conocida plaza londinense. La joven libia, los holandeses, el taxista… Además de ellos, no había una sola persona, de toda procedencia y nacionalidad que, al pasar por allí, no se alegrara del triunfo español y no se sumara a aquella improvisada fiesta en la que no dejó de cantarse ‘¡Qué viva España!’

Recuerdo que, al sentir en primera persona tanto cariño, tan sincero y tan cosmopolita, visualicé con claridad que el gran lastre de los españoles es que nos queremos bastante menos aquí dentro de lo que se nos quiere ahí fuera. Y confieso que algo parecido he vuelto a sentir estos días, tras la victoria de Alcaraz en Wimbledon y la de la selección en Berlín.

Lo que yo no sabía, sin embargo, es que existe ya un neologismo para nombrar esa patología tan singular y autóctona. Se llama endofobia y, al contrario que la xenofobia, define la aversión y el desprecio entre los individuos de una misma nación o comunidad hacia su propia identidad cultural, histórica, social e incluso étnica.

Me entristece creer que, al igual que España –afortunadamente– no figura ni de cerca entre los países más xenófobos del planeta, a endofóbicos es posible que no nos gane nadie.

Y es un pena que así sea, aunque también me consuela pensar que el día que consigamos superar esa maldita dolencia, que tanto limita y debilita nuestra autoestima, este país será, además de maravilloso, un país imparable e imbatible.

Daniel Pérez Calvo es periodista

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