Opinión
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El vértigo de la retirada

El vértigo de la retirada
El vértigo de la retirada
Krisis'24

Antes de que Tomás Moro acuñara el término, el ser humano ya soñaba con utopías, aunque no les diera ese nombre. Son muchos los mundos ideales que se han imaginado y que nos han espoleado a actuar en pos de ellos; pero si hubiera que destacar hoy uno, quizá el más extendido en Occidente sea el de la jubilación. 

Frente a otras aspiraciones más abstractas, la jubilación representa una utopía concreta para millones de trabajadores. La fantasía de poder retirarse es recurrente, especialmente las mañanas que se madruga mucho, o tras una dura jornada laboral. Lo curioso es que cuando finalmente se acerca el día de la jubilación, no es raro que algunas personas dejen de desearla, después de décadas pensando en ella. Para aquellas que aún la ven lejana, puede resultar incomprensible esta desazón ante un mañana sin despertadores, en el que los desayunos reposados de la publicidad son factibles más allá del fin de semana. Pero esto es porque solo se fijan en la ganancia, y no en el resto de los cambios que trae consigo.

Igual que esas personas que sienten vértigo cuando les llega la hora de la jubilación, Joseph Biden ha preferido seguir en la brecha antes que reconocer que había llegado el momento de retirarse

Una parte considerable de nuestra identidad está ligada a nuestra profesión. De media, en los países de la OCDE dedicamos al trabajo 37,6 horas a la semana, lo que supone, aproximadamente, un tercio del tiempo que pasamos despiertos. Esto implica que en un día laborable nos relacionamos con la sociedad más tiempo como trabajadores que bajo cualquier otro rol. Reflejo de cómo el trabajo se superpone a la persona es el hecho de que somos conocidos también por el oficio que ejercemos, que se convierte así en una especie de segundo nombre: el médico, la profesora, la informática, el librero, la pescadera, el fontanero, el policía... Dado que la jubilación entraña en gran medida la desaparición de esa dimensión, su llegada fuerza a valorar quiénes somos al margen del trabajo. Sobre el papel parece un juicio fácil de soportar, sin embargo, basta pensar en a quienes vemos más, si a ciertos amigos y familiares o a nuestros compañeros y clientes, para percatarse de cuánto espacio ocupa el trabajo en nuestras vidas. Incluso aquellos que dicen detestar el suyo, y que solo lo conciben como una forma de procurarse su sustento, pueden verse sorprendidos por un sentimiento de vértigo al imaginar su futuro sin él. 37,6 horas adicionales de libre disposición son un regalo precioso siempre que se sepa cómo disfrutarlas.

Ligado a esto, el trabajo resulta peligrosamente cómodo en ciertos aspectos, porque plantea marcadores relativamente objetivos de éxito o realización, a diferencia de otras áreas de la vida, en las que es más complicado determinar si se está obrando correctamente, como puede ser la elección de una pareja, o la educación de los hijos, entre otras cuestiones. Dentro del trabajo, normalmente, tenemos más claro qué hemos de hacer que fuera de él, especialmente cuando es otro quien fija las prioridades. Además de esto, en la resistencia que sienten algunas personas a jubilarse influye la percepción de que los conocimientos que han adquirido todos esos años se perderán una vez se marchen.

Su experiencia puede ser valiosa, pero no es el papel de candidato el que le corresponde

Todas estas ideas probablemente llevan rondando por la cabeza de Joe Biden desde hace meses. Solo él sabe qué lo impulsó exactamente a presentarse de nuevo como candidato, pero da la impresión de que la inercia de sus 54 años en política le ha pesado más de lo que le gustaría reconocer. En contra de la imagen caricaturesca que ha dado Trump de él, sirviéndose de sus momentos de mayor debilidad, Biden sí que es consciente de dónde está, y justo por ello no quiere marcharse. Biden ha cometido un error clave al decidir intentar revalidar el cargo, y es priorizar, de manera egoísta, su continuidad personal a la de su proyecto, porque, aunque le resulte duro de asumir, no es ya la persona más idónea para defenderlo. No por la edad, sino por el desgaste que sufre y lo limita, sobre todo ante un rival tan explosivo como Trump. Eso no significa que sea un hombre inútil, o que no pudiera haber aportado a la campaña de su partido. Desechar a alguien con décadas de experiencia y que logró salir airoso de la dura carrera presidencial de Estados Unidos de 2020 parece un tanto temerario. Pero en estas elecciones su rol debería haber sido otro. Esta vez se trataba de apoyar y no de protagonizar.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos por Gonzalo Castro Marquina en HERALDO)

Gonzalo Castro Marquina es jurista

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