Opinión
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Por
  • César Pérez Gracia

Zaragozadas

Ahora hay una grúa y un edificio de viviendas casi construido
Zaragozadas
HA

No se moleste el curioso lector en escudriñar el Borao o el Moneva, el vocablo ‘zaragozada’ no consta, no data, no figura en ningún diccionario impreso en Zaragoza. 

Antes de meternos en dibujos, no vendrá mal recordar la guasa o retranca del Dr. Johnson en su ingenioso Diccionario, a la hora de describir la avena, ‘oats’ en inglés. "Grano que en Inglaterra consumen los caballos y en Escocia nutre al pueblo". Parece obvio que don Samuel trasegaba cerveza como una esponja en las tabernas del Strand, y le producía una aversión infinita el ‘agua de Escocia’, el whisky.

Yo les invito a que bajen al Puente de Piedra, digamos a su chepa o lomazo más alto, y dirijan la mirada hacia el Moncayo, a ver si tienen suerte y lo cazan desprevenido. Ahí lo dejo. Del mismo modo que en nuestra urbe hay zaragocistas a patadas, con estadio o sin estadio, en primera o en segunda división, me temo que ni con candil darán ustedes con un zaragozano cabal. Porque si lo hubiera, cómo se podría argumentar semejante tropelía urbanística. Bajen, bajen al lomo del Puente de Piedra y echen un vistazo al Moncayo, el gigante blanco de Zaragoza. No les hará falta ni lupa ni catalejo ni lentes graduadas, se advierte el chandrío a simple vista.

Me gustaría saber quién firmó el visto bueno municipal para erigir la Torre de los Mil demonios. Desde ahora mismo propongo una Federación de Alta Miopía en la urbe del Ebro.

No tenían ustedes noticia del vocablo ‘zaragozada’, pues ahora ya tienen una idea bastante clara del concepto de envilecimiento cívico. Dícese del suceso bárbaro que pasa desapercibido a orillas del Ebro, en su tramo habitado entre La Almozara y el Rabal.

Hace una o dos semanas, el tiempo vuela, recordaba aquí el libro de los ‘Pensamientos de Pascal’ que tradujo el padre Basilio Boggiero, cuyo monumento honra al Puente de Piedra y a nuestra ciudad. El mariscal Lannes lo lanzó al río con una bala de cañón al cuello. Puede que le consolase ver en su último minuto que el Moncayo era testigo de la fechoría.

Unos honran y otros deshonran. Que tengan ustedes un buen día.

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