Opinión
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De gente tirando a rara

De gente tirando a rara
De gente tirando a rara
Lola García

El llamado ‘pensamiento woke’, nacido en los campus más selectos y pijaitos de EE. UU., es una versión reciente, de origen estudiantil, del detestable y creciente síntoma de lo políticamente correcto. 

Adoptar las líneas de acción y pensamiento ‘woke’ (que, a nuestros efectos, podría traducirse como ‘alerta’) tiene, como efecto inmediato y primero, privar al adepto pensar por su cuenta a cambio de sentirse pionero y gozar del confort de las compañías más progres y distinguidas. Los activistas de esa estirpe (uno, conocido, es el neoministro Urtasun, casi un arquetipo de esta clase de fauna intelectual) decretan qué ideas, cosas o personas son ilegales, heterodoxas y sospechosas.

Una u otra cosa fueron Miguel Serveto (Servet), Baltasar Gracián, Francisco (de) Goya y Luis Buñuel, sin salirnos de Aragón. De Servet bastará recordar que fue quemado vivo por hereje a causa de sus postulados teológicos que parecieron insoportables a los censores católicos en España y Francia y a los protestantes de Calvino (sus verdugos) en Suiza. Gracián hubo de publicar con nombre falso (por suerte, se atrevió a hacerlo) y fue seriamente reprendido, primero, y duramente castigado, después, por indisciplinado y desobediente a las decisiones de sus superiores jesuitas. A Goya le salvaron de las temibles pesquisas del Santo Oficio su cercanía al rey Carlos IV y sus relaciones con el valido Godoy, cosas ambas que la ideología prefabricada sobre el pintor se resiste a admitir como trascendentales en su vida. Luis Buñuel aún sigue figurando como réprobo, ateo recalcitrante y beligerante antirreligioso, tachas poco afinadas que, lógicamente, no han podido empañar su fama y su prestigio de gran innovador y creador. La lista es muy larga.

Gran exaltación nacional (y, también, nacionalista) por la eliminación de Francia en la Eurocopa futbolística. No estamos solos. L’Équipe, el periódico deportivo más leído en Francia, publicaba antes del partido España-Francia, una foto de los fornidos defensas de su selección de fútbol con el rótulo en español, y a gran tamaño, ‘No pasarán’. Proclama doblemente infeliz, por evocar la guerra civil española y por resultar un pronóstico fallido y presuntuoso.

Por suerte, esta selección nacional española tiene en plantilla a jugadores nada convencionales por su procedencia. Uno es menor de edad, mestizo y catalán de nacimiento y residencia. Otro, un joven negro hijo de emigrantes que mintieron tras entrar ilegalmente en España, navarro de nacimiento y residente vasco.

Hoy, como ayer, gentes tenidas por raras y a menudo despreciadas o vistas con suspicacia han dado a la comunidad logros perdurables

Gente rara

Lamin Yamal, español nacido en la barcelonesa Esplugas de Llobregat, se apellida Nasraoui Ebana. Lamin (pronunciado Laamin) Yamal es el nombre personal y viene a significar algo como Justo y Hermoso. Estudia cuarto curso de la ESO y le gustan las asignaturas de Ciencias. Sus padres son una mujer ecuatoguineana y un marroquí, hoy separados. Fátima, la abuela paterna de Lamin, había emigrado a España desde Tánger y con ella empezó la fase hispana de la historia familiar. Legalmente, el futbolista podría haber optado por ser nacional de cualquiera de los tres países: España, Guinea Ecuatorial y Marruecos. Eligió España.

En cuanto al joven negro Nico Williams, es decir, el pamplonés Nicholas Williams Arthuer, es hijo de Maria (antes, Comfort) y Felix, con nombres en inglés, idioma de entendimiento entre ghaneses (en Ghana se hablan docenas de lenguas). Cruzaron el Sahara, en un camión atestado y caminando luego largos trechos, sin agua ni comida. Saltaron la valla por Melilla, fueron detenidos como inmigrados ilegales y, aconsejados por un abogado de Cáritas, mintieron sobre su origen. Dijeron venir de Liberia, país en guerra, y así fueron admitidos en España y encaminados a Bilbao, siempre al cuidado de Cáritas. También en España pasaron muchas angustias y amarguras. Como a Lamin, a Nico le han ofendido a menudo, imitando gritos simiescos cuando tiene el balón, muchos de los desaprensivos que se agrupan en ‘peñas’ para hacer notar su condición de matones en los campos de fútbol.

Tras la racha victoriosa del equipo español, nadie parece preguntarse si estos dos jugadores tan destacados son cristianos, musulmanes u otra cosa, ni si su procedencia familiar es esta o aquella, o si fueron ‘menas’ o niños en dificultades. Del mismo modo que, salvando las distancias, nadie tiene presentes de Servet, Gracián, Goya o Buñuel otra cosa que su gloria y su talento.

¿Será correcto decir que el futbolista más goleador de la selección nacional española, Álvaro Morata, es no solo blanco, sino también madrileño? ¿Es inconveniente recordar que Mikel Merino, el pamplonés volador, juega en el equipo donostiarra desde cuyas gradas se profieren graves ofensas a España y a lo español?

De paso: ¿cuándo suprimirá el Gobierno el marquesado de Ramón y Cajal, creado por el dictador Franco en 1952? Y eso que el sabio había sido masón en Zaragoza, siendo ya médico. Si se percata el ocurrente ministro Urtasun ¿remediará tal tropelía?

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos por Guillermo Fatás en HERALDO)

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