Opinión
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Por
  • Jaime Carbonel Monguilán

La política de la Torre Nueva

La Torre Nueva de Zaragoza, poco antes de su derribo
La Torre Nueva de Zaragoza, poco antes de su derribo
Coyne

Como era de esperar, la iniciativa de reconstruir la Torre Nueva ha ocasionado gran polémica. Recordemos que esta imponente torre de 81 m de altura fue demolida en 1892 porque -según decían- amenazaba peligro de caída por su acusada inclinación. 

Lo cierto es que ese peligro no era tan inminente y se trataba de la torre inclinada más famosa de España. Desde entonces, nunca dejó de haber personas brillantes que lucharon por su recuperación.

¿Debe Zaragoza olvidarse ya de una vez para siempre? Todas las opiniones son respetables, tanto las que están a favor de esa reconstrucción como las que están en contra, siempre y cuando se defiendan honestamente. Lo que no es admisible que se esgriman argumentos que faltan a la verdad, tales como que esa obra supondría indefectiblemente la destrucción de la parte de obra original que todavía permanece enterrada bajo el pavimento de la plaza de San Felipe. Todos sabemos que existen técnicas avanzadas de cimentaciones especiales (micropilotajes) que no resultan invasivas y que permitirían para siempre el disfrute visual de esa parte enterrada y reconstruir sobre ella la nueva torre. Lo que es evidente es que, de la forma que ahora está, no sirve de nada y sacarla de nuevo a la luz daría la posibilidad de nuevos estudios para avanzar en el conocimiento de su verdadero origen.

En este caso, es alguien particular quien pretende invertir parte de su dinero de manera altruista en esa reconstrucción y no es correcto decirle que, en cuenta, lo gaste en otras cosas más urgentes, como algunas personas manifiestan. Se puede argumentar sobre la compatibilidad o no de esa obra con la normativa urbanística o la de Patrimonio, porque todo es interpretable. La propia Unesco varía sus criterios a lo largo del tiempo y, allí donde la reconstrucción no era admisible, luego resulta que lo es y, a veces, hasta necesaria. El Campanile de Venecia, por ejemplo, fue reconstruido con un tipo de ladrillo distinto al original y variando ligeramente su estructura interna para dotarlo de mayor resistencia. Hoy nadie concibe la plaza de San Marcos sin esa gran torre.

Lo que no parece coherente es esa estructura metálica que plantea el anteproyecto, pues ocasionaría múltiples fracturas en la obra de ladrillo envolvente debidas a dilataciones diferenciales, ni esa inclinación uniforme en toda su altura, cuando realmente presentaba tres tramos diferentes. Existen otras técnicas constructivas mucho más compatibles y económicas y que, además, permiten una reconstrucción realmente fiel a lo que fue.

Alguien debería promover un debate sosegado, aunando criterios de todas las disciplinas posibles y evitando posturas viscerales. Sirva un detalle tan importante como desconocido porque contradice la versión tradicional que siempre se dio: estudios contrastados demuestran que la construcción de esta torre no pudo empezar en 1504, sino que estaba allí ya desde el siglo XI, contemporánea del palacio de la Aljafería. Estaba ya inclinada y fue en ese año cuando se decidió reforzar su base y poner un reloj en una de sus caras. Se reconstruya o no, este dato añade un valor histórico fascinante a la ciudad de Zaragoza y merece ser tenido en cuenta.

Jaime Carbonel Monguilán es arquitecto técnico

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