No se rompe una coalición de gobierno por acoger a unos jóvenes inmigrantes. No posee dimensión política ni tolerancia humanitaria. 

Siendo un problema global de soluciones compartidas, la inmigración ilegal requiere de más solidaridad que de reproches cuando alcanza las costas españolas.

Se marcha Vox del Gobierno de Aragón y lo hace en disciplinada obediencia a una decisión adoptada desde el tacticismo político de Santiago Abascal. Afectado por el miedo al ultra Alvise Pérez (Se acabó la fiesta), ha reaccionado llevando a su partido fuera de los estándares de las tablas ideológicas. Vox coloca un parche que pretende evitar una fuga de votos y, en lugar de rivalizar con el PP, se sitúa en una contienda con la marginalidad. 

No solo el antisistema Alvise Pérez ha hecho que Abascal se mueva. Con la mirada puesta en los pasos dados por la extrema derecha francesa, que en las pasadas elecciones moderó buena parte de sus mensajes salvo el miedo a la tensión migratoria, Vox cree haber descubierto una elevada rentabilidad electoral en la discusión de las políticas de acogida. En una radicalidad premeditada, definida por una secuencia en la que Abascal ha optado por situarse junto al prorruso presidente húngaro, Viktor Orban, Vox se ha esforzado por redefinir y blindar su espacio político para alejarlo de cualquier equívoco.

Son muchos los populares que aseguran que nada se pierde en Aragón con la marcha de Vox. Pese a quedarse en una mayoría minoritaria en el Parlamento autonómico, el PP amplía su capacidad para el pacto. Vacíos de competencias y repletos de comportamientos extemporáneos, la presencia de los de Abascal en el Gobierno regional ha estado plagada de una permanente falta de madurez y de repetidos mensajes extremistas que han convertido los votos que otorgaban la estabilidad a Azcón en un peaje demasiado caro. Su presencia en el Ejecutivo se ha hecho notar más por su incomodidad, en especial en el caso del vicepresidente Alejandro Nolasco, que por sus aportaciones a la política regional. Vox, que siempre quiso un altavoz para sus mensajes por encima de una plataforma desde la que gobernar, abandona el Pignatelli después de un primer año de legislatura en el que no ha logrado rentabilizar su presencia. Sin Vox, Azcón ha acometido una obligada reestructuración en el Ejecutivo que ha permitido que quede definitivamente claro quiénes son los consejeros en los que deposita su máxima confianza (Mar Vaquero, Octavio López y Roberto Bermúdez de Castro) y por dónde prevé que surjan los primeros conflictos serios tras el verano (Educación).

Queda ahora por conocer cómo se comportará Vox en las Cortes de Aragón y si esta ruptura condicionará la lógica parlamentaria. Pase lo que pase, se abre una etapa para el PP que, en lo político, se antoja beneficiosa al situarse en una centralidad que quedaba cuestionada por los pactos con Abascal. Los populares, que ahora pueden mirar hacia los desengañados del PSOE y apostar con mayor credibilidad por la reactivación del centro como un espacio de confluencia, saben que Vox, siempre dependiente de la autoridad de Madrid, se enfrenta a una crisis interna. La decisión de abandonar los diferentes gobiernos, que no ha gustado a muchos de los afectados, ha sido, en primer lugar, discutida por los propios y no ha hecho sino convertir a la formación en un producto ajeno a las responsabilidades de gobierno.

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