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Adjunto a la Dirección de HERALDO DE ARAGÓN

El mal francés

El mal francés
El mal francés
Heraldo

En el ‘Buscón’ (1626), escribe Quevedo que el licenciado Cabra tenía la nariz, "entre Roma y Francia", porque la tenía aplastada (roma) y desfigurada como si hubiese padecido la sífilis o ‘mal francés’ (Francia). 

Aunque genial por su engarce constructivo, esta referencia al ‘mal francés’ no es muy original, puesto que en la Edad de Oro de la literatura española las referencias jocosas a dicha enfermedad de transmisión sexual eran frecuentes.

Cuatro siglos más tarde, también es habitual hablar hoy de un ‘mal francés’, porque el país vecino representa como ninguno otro a una nación deprimida, añorante de un pasado grandioso y agobiada por la incertidumbre de un futuro globalizado ("globalismo progresista", lo llama Santiago Abascal). Es un gran país que sufre desde hace varias décadas la decadencia económica y también una crisis de identidad. Los síntomas se amontonan: descrédito de la clase política, pérdida de poder adquisitivo de las clases medias, degradación de las instituciones, desencanto juvenil, fractura entre el campo y la ciudad, crisis del Estado del bienestar, desintegración del cuerpo social... Pero ni el ‘mal francés’ del siglo XVII era una enfermedad venérea que solo atacara a los libertinos de París, ni el malestar de hoy es un fenómeno exclusivo de los ciudadanos galos. La desilusión o la indignación que laten en las urnas francesas están movilizando también muchos votos en Estados Unidos, Alemania, Italia, España y otros países hacia opciones heterodoxas o extremistas.

Francia sufre desencanto y miedo. La extrema derecha lo intenta rentabilizar

La máquina de integración social que siempre fue la República Francesa ya no funciona como en los ‘treinta gloriosos’ (1945-1975). Y a la hora de buscar culpables, muchos dirigen la mirada a la inmigración. Hoy hay ya más aporofobia que racismo. Los extranjeros ya no son italianos, españoles o portugueses, sino magrebíes y negros cargados de hijos y de pobreza, que, a falta de un trabajo en condiciones, logran con suerte un subempleo o un subsidio; y si no tienen suerte, acaban en la economía sumergida o en la delincuencia.

El resultado electoral del pasado domingo evidencia que el malestar de los franceses va en aumento. Es cierto que la alianza de la izquierda, la extrema izquierda y el centro-derecha consiguió dar la sorpresa y ganar a la ultraderecha. Pero los datos dicen que el partido de Marine Le Pen ha sido el más votado, al igual que lo fue en la primera vuelta del domingo anterior (33% de los votos) o en las europeas del 9 de junio.

Por eso, a los partidos ultras, esos que discuten los consensos liberales y cosmopolitas sobre los que se levanta la Unión Europea, los están votando millones de franceses… y de europeos

Francia tiene fiebre. En realidad, sufre un exceso de temperatura desde hace décadas. Si las élites gobernantes no actúan contra los síntomas que el cuerpo electoral ha manifestado en las urnas, la extrema derecha podría seguir recibiendo el apoyo de los indignados y los desencantados y estar en condiciones de ganar el Elíseo en las presidenciales de 2027.

El ‘mal francés’ se ha cronificado desde el final de la Guerra Fría (Eric Hobsbawm y Tony Judt) y la ola ultra infecta también al resto de la UE: en la Europa de los años sesenta, el porcentaje de voto de los partidos populistas fue, de media, del 5,4%; a la luz de las elecciones al Parlamento Europeo del pasado 9 de junio, hoy confía en ellos más de un 20% del electorado.

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos por José Javier Rueda en HERALDO)

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