La carrera destila adrenalina. Momentos antes, los corredores se encomiendan al santo con devoción. Hasta los más ateos hacen un paréntesis en esta semana de pasión por San Fermín en Pamplona. El milagro ocurre a las 8.00 de cada mañana durante ocho días. Seis toros de más de media tonelada de peso salvan la distancia entre los corrales de Santo Domingo y la Monumental como alma que lleva el diablo. En poco más de dos minutos corren por la Estafeta litros de epinefrina, como también se denomina el compuesto químico que segregan las glándulas suprarrenales para reaccionar rápidamente en situaciones de peligro. Decenas de mozos corren delante, tropiezan, caen... Y, prodigiosamente, lo que parecía una cornada no pasa de una leve contusión.

Ha querido la casualidad que los Sanfermines coincidan con la muerte de un hombre 70 días después de ser embestido por un toro embolado en las fiestas de Pinseque, en Zaragoza. En este caso no se había puesto delante del astado, sino que fue sorprendido cuando estaba en una peña. Las muertes en este tipo de festejos taurinos son recurrentes cada temporada estival en España. El año más sangriento fue 2022, cuando estos actos populares se cobraron la vida de 23 personas, 2 de ellas en Aragón. (Aunque no sean comparables las cifras, desde que hay registros, en los encierros de Sanfermines han fallecido 16 personas, el primero en 1910 y el último en 2009).

Otro zaragozano, en este caso de Ejea de los Caballeros, ha sido víctima mortal del ataque de un elefante en un safari en Sudáfrica. Cuando los animales salvajes se sienten amenazados en su entorno no miden las consecuencias de su reacción.

Recordemos, aunque parezca una perogrullada: los racionales somos los humanos.

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